Para generar nuevo conocimiento, así como para reducir al mínimo el riesgo de pérdidas humanas y materiales, la Universidad de Colima, a través del Centro Universitario de Estudios e Investigaciones de Vulcanología (CUEIV) y la Red Sismológica Telemétrica del Estado de Colima (RESCO), vigila día y noche el comportamiento del Volcán de Colima, especialmente en sus épocas de más actividad eruptiva.
Esta actividad de vigilancia incluye estudios geológicos, geofísicos, geoquímicos, de percepción remota y deformación, entre otros, además de los sismos volcánicos, que son una de las principales señales que emite el coloso previo a una de sus etapas eruptivas.
Con la información recabada en cada ciclo efusivo (emisión de lava) y explosivo (fragmentación de la lava) del volcán, los científicos universitarios elaboran y envían un diagnóstico a Protección Civil del estado para que allí se determine si debe o no evacuarse determinado lugar o en qué color debe mantenerse el semáforo de alerta.
Desde la RESCO, explican los científicos, se monitorea la sismicidad que ocurre en el edificio volcánico. Dicho monitoreo involucra el conteo de eventos, sus magnitudes, la energía liberada y el análisis espectral de los distintos tipos de sismos que ocurren en las fases eruptivas.
Esta sismicidad del edificio volcánico o sismos volcánico-tectónicos, ocurre cuando el magma emerge desde el subsuelo y va rompiendo las rocas que se han solidificado. Los eventos de largo periodo, explican, están asociados con el movimiento de fluidos como gas, ceniza o magma, que recorren las fracturas dentro del edificio volcánico. Le siguen los conocidos como tremores que, a diferencia de los anteriores, tienen grandes duraciones y a veces son precursores de explosiones.
A la sismicidad que se genera fuera del edificio se les conoce como derrumbes, pues al rellenar la lava el cráter, comienza a fluir y bajar por los costados formando así flujos de lava. Por último, los expertos también miden los sismos provocados por las explosiones que se generan a partir de la fragmentación del domo y la elevación de una columna de ceniza.
Los investigadores del CUEIV, por su parte, entre otras actividades, visualizan y miden la forma del volcán y su deformación con una técnica geodésica de inclinometría, la cual consiste en medir la dilatación y presión volcánica, pues al emerger el magma, el volcán se dilata (infla), mientras que cuando la cantidad de magma disminuye o se desborda, regresa a su estado normal (deflación).
Otra forma de conocer y anticipar el comportamiento del volcán, añaden, es analizar los gases que éste emite, como el dióxido de carbono y dióxido de azufre. Este análisis es uno de los más importantes en el monitoreo, pues a través de la concentración de dichos elementos químicos se puede determinar incluso el tamaño de una erupción. Este estudio se lleva a cabo estudiando las fumarolas que se ubican a los costados del volcán o en la pluma o columna eruptiva.
En cuanto a los estudios geológicos, si bien éstos no se realizan durante los periodos activos del volcán, ayudan a entender su comportamiento actual a través de erupciones pasadas, mediante el estudio de las rocas y materiales expulsados, de los que se pueden obtener datos como el año en que fueron arrojados y sus componentes.
Gracias a los estudios geológicos, por ejemplo, hoy es posible saber con precisión que la comunidad de la Yerbabuena está asentada sobre depósitos volcánicos de la erupción de 1913.
La función de los investigadores de la Universidad de Colima, en líneas generales, es reunir y evaluar todos estos parámetros para emitir un informe del ciclo en el que se encuentra el Volcán (efusivo o explosivo) a las autoridades de Protección Civil, quienes se encargan de emitir alertas y salvaguardar la seguridad de la población. BP