LECTURAS
Por: Noé GUERRA PIMENTEL
La evidencia afirma que se dio entre la actual calle República del Salvador esquina con av. Pino Suárez (Calzada de Tlalpan-Iztapalapa), del centro histórico capitalino, sitio en el que hoy viernes 8 de noviembre estoy redactando esto, exactamente 500 años después de aquel momento y donde alrededor de las 9 horas, para rememorar el hecho, estuvieron dos descendientes de los protagonistas, Ascanio Pignatelli por Cortés y Federico Acosta por Moctezuma, para saludarse, darse un emotivo abrazo y luego cada uno dirigir sus breves mensajes a los pocos curiosos.
Lugar, el de este escenario, identificado por dos edificios emblemáticos, el templo de Jesús Nazareno -en cuyo interior, en sus muros laterales a la usanza de la época, junto al altar mayor reposan los restos del conquistador y los de algunos de sus familiares- y el hospital de Jesús, mandado edificar por el mismo Cortés y donde se le honra con un busto en el vestíbulo de la escalinata. Al exterior, en la esquina hay una placa que indica el lugar y, a unos pasos, sobre Pino Suárez, un mural de azulejos “El encuentro de Cortés y Moctezuma”, de Juan Correa, copiado de un óleo del s. XVIII de autor anónimo.
Tras las noticias por las que ambos se sabían y que desde meses atrás predestinaban su encuentro, el suceso fue tan inédito como espectacular según se deduce por los testimonios. La esperada audiencia se realizó a la entonces entrada de la ciudad de México Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519, ellos representaban culturas diferentes, visiones distintas, eran Moctezuma Xocoyotzin y Hernán Cortés Pizarro, Marina y Juan de Aguilar fueron sus intérpretes.
Hasta ese punto, Moctezuma II, influido por los 8 presagios que de tiempo atrás ya dominaban su conciencia, llegó convencido de que los visitantes eran los emisarios del dios que vendría del Este -Quetzalcóatl ó Serpiente Emplumada- por lo que fue un espléndido y muy generoso anfitrión al obsequiarle, entre otros preciados objetos, el Tocado de Quetzalcóatl o “Penacho de Moctezuma”, posteriormente enviado junto con otros presentes a la Corte Imperial, regalo que terminó en Austria, dado que Carlos V era un Austria -casa de los Habsburgo- al extinguirse la rama española.
Pero ¿cómo se vieron Cortés y Moctezuma entre ellos? ¿Cómo eran físicamente? De hecho, fisonomías que poco o nada corresponden a las profusas imágenes difundidas de sus apariencias. Veamos. En su crónica, el soldado Cervantes de Salazar, dice de Moctezuma: “Era delgado, de pocas carnes, el color baza -moreno-, de la manera que todos los de su nación; traía el cabello largo, muy negro y reluciente, casi hasta los hombros; tenía la barba muy rala, con pocos pelos negros y casi tan largos como un xeme (jeme) -medida entre los dedos pulgar e índice extendidos-… era hombre de buenas fuerzas, suelto y ligero.
Mientras que, a Cortés, su más cercano biógrafo, Díaz del Castillo, lo describe así: Fue de buena estatura y cuerpo, y bien proporcionado y membrudo, y el color de la cara tiraba algo a cenicienta (blanco)… las barbas, tenía algo prietas y pocas y ralas… y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera y era cenceño (delgado) y de poca barriga y algo estevado (cascorvo)…”
Del hecho, el propio Cortés narra a Carlos V: “pasando un puente nos salió a recibir aquel señor Moctezuma, con hasta doscientos señores, todos descalzos excepto Moctezuma que iba calzado y el dicho Moctezuma iba por el medio de la calle con dos señores el uno ala mano derecha y el otro ala mano izquierda. Cada uno lo llevaba de su brazo y como nos juntamos, yo me apeé del caballo y le fui a abrazar solo y aquellos dos señores que con el iban, me detuvieron con las manos para que no lo tocase y ellos y el hicieron ceremonia de besar la tierra. Y después de haberme el hablado también lo hicieron todos los otros señores, yo me quité un collar de margaritas y diamantes de vidrio y se lo echo al cuello, después vino un servidor suyo con dos collares… envueltos en un paño y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfección, el se volvió a mi y me los echó al cuello”. El resto, debe ser historia conocida.
Acto fundacional y punto de inflexión de capital importancia que este viernes, como lo he constatado, prácticamente pasó por desapercibido, olvidado, quizá víctima de la manipulación y generalizada ignorancia de nuestra historia sobre un pasaje que, por su trascendencia, debió haberse exaltado en una dimensión justa, tanta que solo baste recordar que del mismo emanó no solo nuestra mexicanidad forjada a lo largo de los cinco siglos contados desde ese momento, sino por el posterior desarrollo que, partiendo desde aquí, posteriormente concretó el imperio español -tan grande que en sus dominios no se ponía el sol-, tiempo en el que esta nación discurrió en lo que hoy compartimos con tiempo y espacio como indiscutible legado de aquellos hombres tras ese hecho inicial que marcó el principio del fin como capitulo fundamental de la historia universal que, desde aquel 8 de noviembre de 1519, cambió la historia de este mundo en el que ya nada volvería a ser igual.