Armería.- Son incontables las ocasiones en las que la población de El Paraíso es afectada por un fenómeno hidrometeorológico; el último fue Nora, que a su paso dejó daños principalmente en las enramadas de la zona de playa.
Este balneario del municipio de Armería, ha visto pasar y afectar su espacio, una y otra vez por los ciclones tropicales; desde las incipientes zonas de inestabilidad, depresiones tropicales, tormentas tropicales, hasta los huracanes de todas las categorías.
También se han visto afectados por el mar de fondo, el oleaje elevado o las mareas altas.
Una y otra vez reconstruyen lo que termina destrozado; «el mar nos da y el mar nos quita» dicen algunos de los que ahí viven, haciendo referencia al sustento que obtienen con la pesca y el turismo, los hermosos paisajes al amanecer, durante el día o cuando el sol se oculta, y lo tranquilizante que puede ser estar escuchando el oleaje continuo.
No tenemos tantos lujos, pero se vive tranquilo, hay para comer, dice una mujer que asegura no le tiene miedo al mar, vive frente a él.
Una pareja señala que no les queda otra que seguir, con el apoyo de los gobiernos o sin él, que es lo más frecuente.
El 24 de octubre de 2015, cuando Patricia, el huracán de categoría 5 catalogado como «Súper Huracán» dejó cuantiosos daños en El Paraíso, el entonces Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, prometió apoyos, ayuda, reconstrucción, pero no todo llegó.
«Hasta acá no llegan, de la caguama para acá casi no vienen, no llegan las despensas, menos los apoyos para reconstruir», comenta la mujer refiriéndose a la glorieta que se encuentra en el ingreso del poblado, al momento que levanta la palizada y las hojas de palma de su ramada, que terminaron amontonadas más por la fuerza del mar que por el viento.
El matrimonio comenta que por lo menos conseguirán unas sombrillas para poner dos mesitas y poder dar servicios a los turistas, aunque dicen que muchos «nada más van a ver», a curiosear cómo quedó El Paraíso luego de las lluvias constantes del fin de semana y no consumen nada.
Un hombre estacionado frente a lo que alguna vez fue mirador y ahora solo quedan sus vestigios, algunas lozas mal acomodadas y una banca de cemento; espera que alguien requiera de su servicio de taxi, mientras disfruta del atardecer y de la brisa del mar.
Cerca se encuentra un menor con su padre, sentados en la banca, contemplan como el sol va descendiendo y su luz alcanza a asomar entre las nubes, las tonalidades que van del rosa, al naranja y el rojizo, así como la brisa de las olas que una tras otras revientan en el concreto.
En la desembocadura del estero, donde se junta el agua dulce con la salada, un hombre y una mujer levantan los troncos y la madera que ahí terminó, luego del oleaje que arremetió una y otra vez durante el 28 y 29 de agosto, algo se podrá reutilizar.
Cuando se les cuestiona a los de ahí, el sentir ante esta lamentable situación, contestan con un dejo de resignación y confianza, que así ha sido desde siempre y con esfuerzo vuelven a levantarse, aunque reconocen que el mar cada vez les gana terreno, ya no hay los metros de playa que antaño se veían, ahora el mar bordea las decenas de restaurantes que ahí se ubican, algunos han ido desapareciendo y otros permanecen con algunas modificaciones.
La enramada Barra de Navidad, una tienda de artesanía y ropa al costado del mirador y Ramada La Boquita, son algunos de los negocios que ya no existen o solo están sus vestigios.
Con el paso de los años, la afectación más evidente ha sido la zona de restaurantes que se ubicaban a bordo de playa del Hotel Parador del Bucanero y la Enramada Huachinango, rumbo a Cuyutlán, pero aún con estas condiciones no pierden la fe, consideran que en noviembre, cuando pase la temporada de ciclones, podrá nuevamente colocar sus negocios y seguir su vida.
Las autoridades tiene la deuda constante con esta población, pero también la sociedad puede aportar acudiendo y consumiendo.
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