Por Carlos Orozco Galeana
La paz es una realidad en la que concurren diversidad de factores en cualquier sociedad. Es una aspiración de los pueblos que se nutre de las formas y los resultados de la organización social que a su vez se alimenta del Derecho, sustento real en toda democracia e instrumento que da consistencia a la vida social. Sin paz, aquellos viven en la anarquía y en aprietos casi insalvables para conseguir sus aspiraciones.
Considerada así, la paz es una construcción y un patrimonio colectivo, que se genera conforme las personas arraigan en su conciencia deberes y derechos y los ponen en práctica con un sentido de respeto a valores buscando la justicia con sus actos.
Cierto es que la paz habita en los discursos de los dirigentes de las naciones pero los hechos no confirman que se preocupen demasiado. Legislaciones se modernizan y se esmeran en establecer compromisos de los pueblos pero en la realidad son letra muerta, motivo de entretenimiento si acaso de representantes populares o gobernantes que no perciben la importancia de trabajar por la paz y hacer la paz.
La paz se ha esfumado de muchas partes del territorio mexicano, donde rige la ley del más fuerte o el más audaz. Es un deporte quemar vivas a personas, sean responsables de alguna conducta ilícita o no. No hay respeto por la vida y regiones que antaño eran ocasión de disfrute por sus pobladores, ahora son sinónimo de muerte.
¿Cómo construir la paz? Con políticas públicas congruentes, con legislaciones más favorecedoras de equilibrios entre el capital y el trabajo, con educación, con interés firme desde los hogares de implantar el respeto de una forma en que no se olvide jamás su esencia en esta época de relativismo atroz. Los padres tienen que esmerarse, educarse también constantemente para que sus consejos o sus propuestas sean atinadas y a tiempo. Deben tener la sensibilidad necesaria e invertir tiempo en dialogar con los hijos.
No hay peor error que ignorarlos y darles, para que se entretengan, una tablet o un celular o dinero para que se vayan el fin de semana a los antros. No señor, los hijos son un compromiso, en su realización son una obra de arte; debe evitarse desde temprano que se creen criminales en potencia, que desprecien a las leyes y a los demás.
Los gobiernos tienen que evolucionar y ver por todos. Las leyes escritas no funcionan si no van acompañadas de voluntad política, resolutiva, de una vocación y una mística. Los gobernantes deben trabajar por la unidad, no dividir para obtener ganancia política. Trabajar en ello compete a todos: gobiernos, organizaciones civiles, sindicatos, iglesias, escuelas, ejércitos, todos.
Así lo ha entendido la iglesia católica en México, cuya alta jerarquía estableció una jornada por la paz. Precisamente, en las homilías del 10 del mes, los sacerdotes insistieron en lograr una sociedad menos individualista y materialista, más aplicada en el fortalecimiento de las convicciones religiosas porque evidentemente es la falta de amor lo que hace distanciarnos de Dios, que es el puro amor. La violencia, dijeron, preocupa mucho y todos somos corresponsables. Todos debemos ser portadores de paz.
Toda pérdida de vida es irrecuperable, no una estadística. Esta actividad incluye que en las ceremonias eucarísticas del 31 de julio se hará oración por los victimarios para la “conversión de sus corazones pues son hermanos nuestros y necesitan nuestra oración para que dejen la violencia”.
La paz no es, pues, sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. La paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad.
“ La paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad porque bienaventurados serán los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios», dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 5,9). (Encuentro con jóvenes del papa Juan Pablo II).
La paz, no se olvide, nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promoverla según las propias competencias y responsabilidades. La culpa es de todos, pero quienes gobiernan tienen más responsabilidad porque tienen más recursos para hacerlo.
Volviendo al punto del interés de la iglesia católica, que ya está hasta el gorro como todos por tanto crimen sin castigo tanto contra sus sacerdotes como contra la sociedad en general, es importante que los mexicanos hagamos un examen de conciencia respecto al drama que vivimos por la violencia y dediquemos no solo oraciones para combatirla sino un ejercicio responsable en cada acto que hagamos. La paz es un producto de las conciencias rectas.