SEAN OSMIN HAMUD RUIZ
Pasan y pasan cosas.
Me atrevo a decir que es la primera vez que encuentro en el discurso del presidente López Obrador señales claras de una desesperación tal, que lo está llevando a expresiones que revelan esta situación de exasperación en su ánimo.
Cuando dice que “¿qué tiene?” que el general secretario se gaste una pequeña fortuna en unas vacaciones para él y su familia a costa del gasto público, rompe en absoluto con su discurso de austeridad y combate a la corrupción.
Cuando dice que Loret y el dueño del Reforma también gastan ostentosamente, pero asocia ese gasto a un mal manejo de recursos público, es locuacidad.
Cuando casi grita que ordenó “ni contestarle las llamadas” a la presidenta de la suprema corte Norma Piña, transparenta su desprecio por cualquier administrador de poder que no sea él.
Cuando perorata que no se necesita de la ayuda estadounidense para combatir al crimen organizado en México a la luz de lo que pasa todos los días en el país, suelta a los cuatro vientos su incapacidad de reconocer las deficiencias de sus decisiones.
Cuando alega que no acude al senado de la república a la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez para proteger la investidura presidencial, deja clarísimo sus peores debilidades y miedos, que no lo adoren.
Cuando llama al pueblo a las armas para defender la “soberanía” contra el imaginado “invasor”, desvela pactos inmencionables.
No es que nada de lo que revelado por estos acontecimientos dejen ver aspectos novedosos en la personalidad de AMLO, mi observación tiene que ver con el tono, la frenética frecuencia y la minusvalía que a cada hecho le asigna el presidente.
Creo que es un signo definitivo de su enfrentamiento con la realidad, donde comienza a darse cuenta de que, aún y que ganara las alecciones alguna de sus corcholatas el próximo 2024, lo único verdadero es que su pretendida transformación respecto a una deseada continuidad, va precipitadamente a un DESASIMIENTO.
MICROCUENTO
Cada temor, cada inseguridad, cada miedo, se revelan en esa mirada medio acuosa, medio perdida, medio desesperada.
Debí pensarlo dos veces antes de lanzarme en este tobogán.