ARMERÍA.- Para muchos la sal es indispensable al sazonar los alimentos, sin ella casi es imposible degustar una buena comida; pero para Adrián, la sal también es lo que condimenta su vida, porque al menos cuatro meses al año se dedica a cultivarla en Cuyutlán, aunque su pasión por esta actividad perdura por más tiempo, es algo que desde muy niño le enseñó su padre y ahora lo está transmitiendo a su hijo Francisco Jesús.
Por parte de la familia de su mamá, hay también tradición de salineros, incluso comenta como anécdota que sus bisabuelos tuvieron un problema con las personas con las que trabajaban la sal, por lo que se fueron de Cuyutlán una semana antes de cuando ocurrió la famosa «Ola Verde», el tsunami producido por el sismo de magnitud 6.9, ocurrido la mañana del 22 de junio de 1932, cuando una ola de más de 10 metros avanzó por varios metros arrasando con el poblado causando un centenar de muertes y heridos en el municipio de Armería, donde se ubica Cuyutlán, en el estado de Colima.
Cuando Adrián me platica del cultivo de sal, lo hace con tanto entusiasmo que contagia, aún cuando producir estos granos cristalinos sea una labor ardua porque implica madrugadas, cansancio, soportar condiciones inhóspitas, tolerar el calor -que este año ha sido más intenso-, o aguantar los piquetes de moscos, afrontar el incremento de los insumos que se requieren, y la lista puede seguir, pero a él no le importa, él se levanta todos los días antes de las 3 de la madrugada, para iniciar el día en El Playón, donde barre, pizca y acarrea la sal.
Actualmente él no es parte de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima, pero tiene la ilusión de un día llegar a serlo, es una de sus metas y por ello trabaja duro, mientras lo consigue cultiva el espacio de una socia.
Su papá, J. Jesús Sánchez, es uno de los 190 que conforman la Sociedad Cooperativa, tiene más de 20 años que adquirió la acción, pero desde antes de que la tuviera, ya trabajaba ahí, y llevaba a Adrián.
«Me tocaba venir, no toda la temporada pero sí me venía los viernes y me retornaba los domingos, otra vez a La Villa (Villa de Álvarez), a la escuela. De que me traían acá, tengo recuerdos de que íbamos con un tío que acondicionó allá yendo para Manzanillo una zona que le llaman El Progreso, tendría como unos tres años o cuatro, son recuerdos vagos».
A Cuyutlán, Adrián comenzó a ir a los nueve años, estaba en tercero de primaria, recuerda luego de 29 años que han pasado, dice que viajaba en camión para llegar ahí.
Ahora su hijo Francisco de 12 años también lo acompaña en algunas ocasiones, los fines de semana, cuando descansa de ir a la escuela, motivado por seguir sus pasos, pero también por conseguir algo de dinero que él le da y que invierte en juegos para el celular.
Francisco se emocionó cuando se enteró que iríamos al Playón por la noche, para tomar unas fotos en las que se plasmara lo que hacen bajo el manto de las estrellas y la vía láctea, no le importaba la desvelada, «estaba puesto» me dijo varias veces Adrián, cuando hablábamos por teléfono para pactar el día, sin embargo la fecha se pospuso en diferentes ocasiones, ya que las condiciones del tiempo no eran las adecuadas, había nublados o bruma.
Pero como dicen, no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue, a las 10:30 de la noche del martes 23 de mayo pasé por Adrián y Francisco a Cuyutlán, en 10 minutos ya estábamos en El Playón. ¿Qué hay que hacer? preguntó Francisco a su papá, trabajar le contestó él y le pidió que fuera por un cepillo para barrer la sal de las eras.
Me da miedo, dijo el pequeño cuando se alejaba para hacer lo que su padre le había pedido, pero siguió caminando.
El Playón es una especie de área desértica, donde a esa hora, solo se ven a lo lejos las eras de los diferentes cultivos de sal, esos espacios rectangulares cubiertos por el plástico negro, donde se vierte el agua que se extrae de los pozos, para que el sol haga lo suyo y cuaje, hasta que aparezcan los granos cristalinos.
Literal, ese lugar estaba desértico, porque normalmente los que trabajan llegan en la madrugada, alrededor de las tres.
Las historias se repiten, recordé que en una entrevista anterior, Adrián me decía que antes, cuando estaba más joven, había ocasiones en las que le daba miedo estar ahí, sobre todo porque solo se podía escuchar radio y a esas horas de la madrugada cuando trabajaban, había un programa donde platicaban anécdotas de miedo, sobre espantos y apariciones, ahora que ya cada quien puede traer su celular y escuchar la música de su elección es diferente.
Después de varios minutos, cuando las condiciones fueron propicias, comenzó la sesión de fotos, tanto Adrián como Francisco participaron muy contentos, unas horas más tarde, ya íbamos de regreso a Cuyutlán, el pequeño tenía que descansar y Adrian esperaría a que saliera la troca para regresarse a la pizca con los demás, iniciar su día a las 3 de la madrugada, solo dormiría un par de horas.
El temporal de producción de sal ya ha concluido, desde el lunes 6 de junio la mayoría ha comenzado a levantar los plásticos, para reutilizarlos la próxima temporada.
En esta ocasión Adrián logró producir entre 175 y 180 hectáreas, 10 menos que el año pasado, porque en esta ocasión llegaron a Cuyutlán 15 días más tarde, en comparación al 2022.
«Es algo bonito, andar en la friega, da satisfacción y orgullo que gracias a nosotros, la mayoría de la gente puede degustar de un buen platillo, que tenga un buen sazón la comida, porque sin sal la comida no sabe igual», asevera Adrián.
Aunque dice que pudiera parecer insignificante lo que ellos producen, es esencial dentro de la gastronomía, porque comer es algo básico para vivir, destaca que la sal se usa en muchas cosas, hasta para hacer nieve se necesita la sal, refiere.
Considera que es imposible que la gente valore todo el esfuerzo que ellos hacen para producir sal de calidad, ya que las personas solo degustan unos pepinos o jícama con su chile, limón y sal, o llegan a la mesa y toman el salero para condimentar más los alimentos, sin pensar o saber todo lo que hay atrás, por eso solo se conforma con que compren el producto, así siente satisfacción.
Pide que la gente compre a los locales, a los de la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima, los de la herradura, que es parte del logotipo de su marca.
Defiende la calidad de estas sal, porque asegura que comparada con otras, no tiene mal olor, para producirla se usa agua que fue filtrada por el subsuelo, y en comparación con la sal de las minas, tiene menos sodio y más minerales, además de que si se desbarata al cocinar.
¿Qué sigue para Adrián?, una vez que ha concluido la pizca de sal, se regresa a Villa de Álvarez, como muchos de los que durante estos casi 4 meses estuvieron viviendo en Cuyutlán, buscará empleo en la obra, en lo que sea dice, la cosa es trabajar.
Con el tiempo Francisco decidirá si sigue los pasos de su padre y de su abuelo, o busca otro camino, por lo pronto, está entusiasmado con la pizca de sal, ya mañana Dios dirá.
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