MINIATURAS
Por: Rubén PÉREZ ANGUIANO*
Las ideologías deberían dar vergüenza, no orgullo. Son la expresión fanática de una idea y como tal atraen a quienes necesitan llenar sus propios vacíos con algo, con lo que sea.
Las ideologías provocan guerras lo mismo que pequeños crímenes cotidianos.
Los defensores de una ideología adoptan una actitud que podría calificarse como histérica: “esto es así y punto”, “eso no admite discusión”, “eso es porque así debe ser”.
Las ideologías son absolutas, intolerantes, incuestionables, inflexibles.
Al contrario, las ideas son dúctiles, discutibles, incluso dubitativas. Casi podríamos decir que son tímidas y desde que se esbozan parecen cuestionarse a sí mismas. Es como si se dijera: “esto es así, pero puede ser de otro modo”.
Las ideas, entonces, pueden someterse a la inteligencia crítica, asomarse al mundo y enriquecerse con las opiniones de los demás.
Las ideologías, en cambio, no admiten polémica alguna. Son así y que nadie se atreva a cuestionarlas.
Como es lógico, las ideologías atraen apasionadamente a los que poseen un temperamento obsesivo e intolerante. Es como un mecanismo de compensación: quienes tienen pocas ideas abrazarán una sola y la defenderán hasta la muerte (o estarán prestos a infringir la muerte de quienes se atrevan a discutirla).
Eso implica algo trágico: los manipuladores saben que si logran estimular los ánimos de la franja intolerante de la sociedad podrán gozar de un reservorio de incondicionales, es decir, de una base de trabajo fiel y combativa. Los manipuladores y los intolerantes integran una misma ecuación.
Por desgracia el temperamento intolerante abunda. No es un tema de clases sociales, de niveles de estudio o de inteligencia. Los fanáticos proliferan en clases altas y bajas. Muchos no tienen educación, pero también sobran los que presumen hasta un posgrado. Algunos son brutales y violentos, pero otros son fríos y cuidadosos.
Las ideologías, además, no tienen remilgos: cubren todos los espacios, desde la extrema izquierda a la derecha, pero son idénticas en su mecánica esencial.
Pero las ideologías no son tema exclusivo de política y partidos: se extienden a otros territorios, como el de las conciencias. Así, existe ideología y fanatismo en muchas de las visiones conservadoras de la sexualidad, al igual que entre los defensores acérrimos de las nuevas agendas de género. Eso se demuestra de forma sencilla: unos y otros intentan castigar al que piensa distinto.
En efecto, para distinguir entre ideología e idea revisemos cuál requiere de amenazas y castigos para imponerse. Las ideologías necesitan y exigen de mecanismos represivos. Si fueran ciertas no necesitarían del garrote para obligar a los incrédulos.
Las ideas, digamos por último, se comparten en un tono cálido que invita a la respuesta y las ideologías son un grito que intenta silenciar a los demás.
Por eso, cuando alguien me dice que “las cosas son así porque así deben ser” lo miro con profunda desconfianza. A veces hasta sospecho de mí y me observo con desconfianza en el espejo: tengo miedo de que el fanatismo sea parte de todos nosotros.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca, letras colimenses y un libro de aforismos.