Para Saciar mi Sed
Por: Ivonne BARAJAS
¿Hay algo más contradictorio? Mis órganos funcionan correctamente: el corazón palpita, los pulmones toman el aire que oxigena, los intestinos trabajan para asimilar la comida; y la lista sigue: el cerebro, el páncreas, la vesícula, el estómago, el bazo, el hígado, el riñón…todo trabaja magníficamente y eso no puede no ser una excelente noticia…y, sin embargo, de un tiempo para acá, algo molesta y duele.
Quiero encontrar la falla: si durante 38 años gocé de una salud impecable, salpicada apenas por una gripe al año —ah, y una tos crónica en la infancia, que me trató satisfactoriamente el Dr. Adán Gutiérrez convirtiéndose, tras esa hazaña, en el médico de cabecera y santo patrono de la familia hasta el día de su fallecimiento— y de pronto, así, en un chasquear de dedos/ un abrir y cerrar de ojos/ de la noche a la mañana, el cuerpo se vuelve contra mí, el cuerpo protesta. Me palpo entera, de arriba a abajo, intentando localizar qué me enferma…
Despierto y, aún en ayuno, siento el estómago como si recién hubiera liquidado la barra del Sirloin Stockade; una pesadez que modifica, incluso, mi forma de andar; luego llega sin anunciarse un cólico que me acompaña por una o dos horas; a veces son punzadas en el vientre bajo que me mantienen sobándome repetidamente el área como si quisiera tranquilizar a un bebé que llora; también al tacto reniegan algunas áreas del abdomen o arden los costados del dorso como si estuvieran apuntándome con una fuente de calor. Gases. Falta de apetito. Cinco kilos menos. Muecas de incomodidad cuando me enfrento al espejo.
El mundo gira y te sigue demandando: la gente saluda, buenos días, y rescato con dificultad una sonrisa para devolverles la atención; aunque afuera hay sol, adentro no: adentro hay espasmos, calambres súbitos que me hacen sudar frío. La ropa se siente como una prisión: los botones, los resortes y los cinturones son enemigos a los que hay que sacarles la vuelta.
Femenina de 38 años. Síndrome de Intestino Irritable y Colon Sigmoides Redundante. Fue el diagnóstico. Para lo primero, no hay razones precisas ni tampoco mucho que hacer: acaso libertrim, probióticos, fibras, dietas, actividad física; y el médico agregó psicoterapia —y, en este sentido, todo lo que se pueda sumar y pagar— para manejo de estrés y ansiedad.
Mientras el gastro revisa, ¿duele aquí? y yo le contesto resoplando de dolor cuando toca áreas que molestan, pienso y sobrepienso, me cae una tormenta de dramas familiares que se han desatado los últimos meses: los divorcios, la esquizofrenia, ¿duele?, resoplo; la vejez que ya se asoma en la cojera de mi madre, la insensatez, el enojo fermentado por años, la adolescente que no pudo guarecerse en el consejo, los silencios que castigan, el adoctrinamiento absurdo, la falta de amor, los juicios, ¿duele? y afirmo aunque ya no sé si a los recuerdos que desfilan o al tacto preciso del médico explorando la carne.
Han sido meses oscuros, meses infelices, meses de llanto…y sin embargo, la enfermedad es parte de nuestra naturaleza. Fracaso en el intento de un día a la vez; a diario hay explosión o berrinche; luego disculpas o respiraciones profundas o una caminata que medio me tranquiliza. Después de semanas de confusión sé lo que necesito hacer. Y lo hago. Un paso y luego otro, hasta formar un camino hecho de muchos pequeños pasos. La salud es parte de nuestra naturaleza.