Los martes por la noche

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

En la vida de pronto suceden experiencias que dan ganas de contar y ésta es una de ellas.

En el ingrato telón de los martes, siempre surge una pregunta predecible en el hervidero de grupos de WhatsApp que estoy por trabajo o gusto: «¿se va a hacer o qué pedo?».

Como si hubiéramos firmado un contrato social, la respuesta no se hace esperar y alguien, afortunadamente, se encarga de proclamar un rotundo «pues yo digo que sí». Nunca falta un tercero que detalla la hora, el resto de nosotros se une en la inquebrantable rutina del martes por la noche con un efusivo «zas, ahí llegamos».

El lugar se confirma solo por rutina porque es una obviedad.

Aquí no hay lugar para la complejidad; si decides no unirte a la reunión semanal, prepárate para ser el blanco de todas las historias y anécdotas en la mesa. Cerveza, vodka, whisky, mezcal, cacahuates, nachos y, por supuesto, tú; entonces, es mejor ir.

¿Cómo comenzó? La verdad es que el origen se diluye en mi memoria, pero lo que está claro es que cada martes después de la jornada laboral, debemos llegar al bar.

Hasta ahora, hemos migrado de dos locaciones: primero al norte de la ciudad, un lugar bonito y de acceso rápido para todos pero que desterramos por mal servicio, y ahora nuestro actual refugio está en medio de la ciudad, con mejor atención, precios justos y un ambiente que satisface a todos. Al fondo, una televisión de 52 pulgadas hace las veces de rockola con Spotify medio random pero funcional.

Claro, nada es perfecto, hay una queja común sobre las sillas, pero con todo lo que fluye en la charla, al final termina sin importar.

El bar, con sus mesas de madera gastada y su iluminación tenue, se ha convertido en el refugio perfecto para estas reuniones. No importa si el mundo sigue girando a su alrededor; allí, en ese bar, el tiempo se detiene y la vida se disfruta al ritmo pausado de las conversaciones.

Este clan, tribu, grupo, círculo o como quieran llamarle, lo conformamos -hasta ahora- un abogado ex funcionario de gobierno, tres psicólogos, dos fotógrafos y creativos visuales, un ingeniero y yo el periodista. Juntos, formamos el variopinto Dream Team de los martes por la noche.

El grupo es diverso en todos los sentidos. Hay casados que dejan momentáneamente sus roles de padres y esposos, solteros que disfrutan su independencia, divorciados que han superado ciclos antiguos y viudos que encontraron en esta reunión una forma de llenar el vacío dejado por la ausencia de la pareja. Cada uno aporta su perspectiva única a las conversaciones.

Dentro de nuestro microcosmos, las conversaciones fluyen de manera orgánica y sin restricciones. Los temas se despliegan como un abanico, desde los más serios y profundos como política y religión, hasta los ligeros y cotidianos como las anécdotas de la semana.

Pasamos por la historia, cine, literatura, música, inseguridad, economía, viajes, amores nuestros y de quien no nos importa pero aparecen en la charla, hasta experiencias extrañas con personas de talla pequeña y los secretos de figuras públicas que son impublicables en mi Agencia de noticias pero sí en la mesa del bar.

Nos sumergimos en un universo donde hablamos de todo y de nada en particular; nos burlamos de nuestros problemas personales y profesionales, los desentrañamos en grupo y saltamos a otro tema completamente distinto sin aviso previo.

Allí nos criticamos y debatimos entre nosotros con la misma intensidad con la que escogemos nuestras bebidas. Alzamos la voz para después sumirnos en un silencio cómplice, mientras cada cual bebe de su copa o pide otra ronda, como si la próxima bebida fuera el elixir mágico para resolver todos nuestros dilemas.

En esta reunión la única hora es la de llegada, cada quien permanece y se va cuando quiere o hasta que le dan permiso ¡jajaja!

Pero la noche de los martes se transforma en el aliciente perfecto para encarar el resto de la semana, inundada de los múltiples problemas que la vida personal y profesional nos arroja. ‘La junta’ se ha convertido en un espacio de tranquilidad en medio de las ajetreadas vidas de todos.

Quizás, en la trama de nuestras vidas, los martes por la noche no sean simplemente un evento semanal, sino una especie de terapia de grupo disfrazada, donde la receta secreta radica en el arte de no tomarnos demasiado en serio, permitiéndonos navegar por las aguas turbulentas de la vida con una sonrisa y una bebida en la mano. ¿Acaso no es ese el verdadero propósito de estas noches martesñas? En este rincón, el mundo exterior se desvanece y queda solo el presente, la risa, amistad, y la espera del siguiente martes.