¡Ah las campañas y nuestros políticos!

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Estoy frente a la computadora y pienso escribir sobre las campañas locales y federales pero la verdad es que no sé si llevarme las manos a la cabeza y tirarme de los cabellos o tomarme una buena cerveza para relajarme.

Permítanme compartir con ustedes unas reflexiones que me han mantenido preocupado recientemente: ¿realmente nos merecemos a estos políticos? ¿O acaso hemos sido tan mal portados como sociedad que nos han enviado estos individuos como castigo divino?

Es una incógnita que me carcome mientras observo con asombro lo que va de las campañas políticas locales, un par de semanas insufribles.

Recientemente he tenido la oportunidad de compartir pláticas con colegas periodistas y escritores y empresarios, y aunque nuestras ideologías difieren, coincidimos en ciertos cuestionamientos: ¿En verdad nos merecemos esto?, ¿dónde están los líderes coherentes y sensatos de esta generación? La triste realidad es que brillan por su ausencia.

Parece que para triunfar en la política actual no se necesita más que un par de promesas vacías y una sonrisa ensayada frente a las cámaras.

¿Qué decir de aquellos políticos que, una vez en el poder, se convierten en maestros de la invisibilidad? Después de unas cuantas fotos sonrientes y discursos vagos, desaparecen del radar ciudadano más rápido que un conejo en el llano.

Pero, ¿quién puede culparlos? Después de todo, ¿quién no quisiera un trabajo donde la pereza y la incompetencia pasa desapercibida? ¡Es como ganar la lotería con un boleto regalado!

Y hablando de promesas electorales, ¿han escuchado alguna vez algo tan emocionante como el compromiso de un candidato de regresar al distrito, esta semana escuché lo mismo de cuando menos 4 candidatos. Uno incluso se atrevió a decir: “si me ayudan a ganar, me comprometo a regresar (al distrito) una vez cada 6 meses»

¡Qué gesto tan magnánimo! Con un poco de suerte, nuestros futuros representantes nos honrarán con su presencia no una, sino seis veces en tres años. ¡Qué emoción!

Esta elección es, sin lugar a dudas, una de las más singulares que he presenciado en mi carrera periodística. El nivel de decadencia alcanzado en este proceso es tal que incluso el partido del sol en el estado se vio en la necesidad de regalar candidaturas a diputaciones y alcaldías con el único propósito de cumplir con la cuota establecida por el órgano electoral. ¿Y con qué fin? Para favorecer a aquellos que aspiran a puestos plurinominales, quienes, en su mayoría, resultaron ser esposas y amigos de aquellos que otorgaban tan generosos «regalos» políticos.

Y mientras algunos se esfuerzan por mantener una apariencia de dedicación durante la campaña, otros – hijos o parientes de ex políticos prominentes en la entidad – ni siquiera se molestan en disimular su desinterés de salir a campaña, asumen que el parentesco les dará la victoria y puede que así sea.

Recientemente he presenciado candidatos a punto de explotar en medio de sus esfuerzos para responder algunas preguntas básicas, mientras que otros, es tal su desconfianza que hablan de sí mismos en tercera persona.

Pero lo más sorprendente de todo es la facilidad con la que ciertos individuos obtienen puestos políticos. ¿Qué otra profesión te permite acceder a un cargo de tal relevancia apenas con un año de residencia pero acreditando cinco años en el municipio más apartado del estado sin ni siquiera conocerlo?.

Es como si ser político en mi tierra fuera el equivalente al paisano que cruza la frontera pero a la inversa.

El mexicano que se va al país del norte, pareciera que por arte de magia, respeta la Ley, conduce con precaución, cumple con los requisitos, no se mete en problemas y trabaja duro. Mientas que el político, llegando al poder, algo ocurre inmediatamente se le olvidan las promesas, se sume en el remanso laboral, se asume influyente y poderoso, por lo que ya no quiere hacer nada.

Ser político en mi tierra es como ganar un boleto dorado a la fábrica de la incompetencia y el engaño. Mientras nosotros, los ciudadanos comunes, nos desgastamos en nuestras labores diarias, ellos disfrutan de los beneficios de su «trabajo» político, viajando, ‘banqueteándose’ y haciendo lo mínimo posible para justificar su sueldo.

Así que cuando vean a un político sonriente prometiendo el mundo y la luna, recuerden que la única verdad es que nosotros, los gobernados, siempre perdemos con ellos.