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Por: Rubén Pérez Anguiano*
- La división de poderes fue concebida como un equilibrio, quizás incómodo, pero equilibrio al fin. Su propósito fue que las distintas potestades del Estado encontraran límites o contrapesos y que ninguna de ellas dominara sobre las otras. En algunas naciones esa división prosperó y sigue vigente. En otras se impuso la forma sobre el fondo: se respetó el oropel republicano, pero en los hechos se percibía el claro predomino de un poder, sobre todo el Ejecutivo.
- En México, durante décadas, funcionó un peculiar modelo que terminó llamándose “presidencialismo mexicano”, donde el titular del Poder Ejecutivo se convertía en el dirigente del partido en el poder, en el líder de la mayoría legislativa en ambas cámaras, en el gran juzgador de la vida nacional, en el factor de control de los gobiernos locales y en el eje de la política interior (gobierno) y exterior (Estado), lo que implicaba un poder sin límites, solo sujeto a la renovación sexenal. Era como un monarca, pero sujeto a una temporalidad estricta.
- El modelo funcionó bien durante muchos años, otorgándole a México estabilidad y un razonable desarrollo. Claro, aparecieron buenos, regulares y malos presidentes. Algunos fueron despóticos, otros promotores del diálogo. Unos fueron ahorrativos y cuidadosos con las finanzas públicas y otros derrochadores y poco responsables. Algunos alentaron el cambio político y otros lo contuvieron. Unos tuvieron predilección por lo económico, otros por lo político y cada uno labró con mayor o menor fortuna su paso hacia la historia: algunos son bien recordados y otros execrados.
- El estilo personal del presidente Andrés Manuel tiende a la concentración de facultades, tanto legales como extralegales. La suya es una presidencia “presidencialista” y su proyecto transexenal tiende a lo mismo. La propuesta de reformas al Poder Judicial, fincada en el dominio político de las cámaras del congreso, se orienta al fortalecimiento del Poder Ejecutivo. La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, siguiendo esa directriz, consolidará con la mayoría que posee tales cambios, hasta que exista una clara subordinación de los poderes Judicial y Legislativo hacia el Ejecutivo. Es una nueva etapa del presidencialismo, sin duda.
- Los argumentos para promover la elección directa de jueces en todos los niveles no parecen tener como objetivo la “democratización del Poder Judicial”, como tampoco la erradicación de la corrupción en ese poder, sino su control por la vía electoral (al menos mientras las elecciones sean dominadas por una fuerza política mayoritaria). Así, el ámbito legislativo y el judicial estarán subordinados a una nueva modalidad presidencialista.
- No es que eso sea malo en sí mismo, pues tampoco podríamos presumir de un gran equilibrio republicano a lo largo de nuestra historia política, pero es cierto que los poderes Legislativo y Judicial fueron un contrapeso frente a ciertos afanes de predominio Ejecutivo (lo cual despertó en su momento la animadversión presidencial, con tormentas, rayos y centellas). En todo caso, habrá que volver a acostumbrarse al presidencialismo, de tan larga estirpe en nuestra historia política.
- Quizás reformar al Poder Judicial sea necesario, pero no se advierte que el método elegido sea el idóneo para mejorarlo. A veces, los cambios complican la vida en lugar de resolverla. Ya veremos lo que vendrá con la reforma de hoy y cuál será su lugar frente a la historia.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 56 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.