Espuma de Mar
Por: Mariana PÉREZ OCHOA
El pasado 1 de octubre, Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera mujer presidenta en toda la historia de México.
Dejando de lado los colores e afinidades, este hecho representa un logro histórico y significativo en un país donde a las mujeres se les permitió votar apenas hace 71 años, siendo México uno de los últimos seis países en aprobar este derecho. Sin embargo, este avance, lejos de ser el fin de la lucha por la equidad de género, marca el inicio de una etapa, y se reconoce el esfuerzo adicional que le costó llegar a este puesto por el simple hecho de ser mujer.
A lo largo de los siglos, la vida de los hombres ha sido la referencia general para describir la experiencia humana. Las mujeres, por otro lado, han tenido que recordarle al mundo constantemente que existen y que también tienen una voz que merece ser escuchada y atendida. Como menciona Caroline Criado Pérez en su libro La mujer invisible, “todo está marcado o desfigurado por una ‘presencia ausente’ con forma femenina”. El mundo ha sido construido por y para los hombres, lo que ha invisibilizado a las mujeres en la historia, la cultura, la economía y, por supuesto, en la política.
Hoy, México no solo tiene a una mujer en la presidencia, sino que por unos días, logramos tener tres mujeres lidera liderandon los tres Poderes de la Unión. Pero, ¿es esto suficiente para decir que hemos alcanzado la equidad de género en las altas esferas del poder? La respuesta es no. El sistema y las estructuras sociales que históricamente han colocado a las mujeres en una posición de desventaja, como el “segundo sexo”, siguen vigentes. La presidencia de Sheinbaum, al igual que la de cualquier mujer en un puesto de poder, será vista y juzgada desde un lente distinto al que se le aplicaría a un hombre.
A pesar de lo absurdo que parece, muchas personas, principalmente hombres, han discutido sobre el uso de la palabra “presidenta” en lugar de “presidente”. A pesar de que es correcto decir “presidenta” cuando se trata de una mujer, hay quienes insisten en eliminar esta distinción, minimizando el impacto político y social que tiene este término en la visibilización del liderazgo de la mujer, algo que históricamente ha sido invisibilizado
Además, es crucial observar con atención cómo se juzgará a la nueva presidenta. ¿Será evaluada por su capacidad de gestión, por sus políticas y decisiones, o se le exigirá más que a sus predecesores simplemente por ser mujer (y por ser la primera justamentre)? Ya hemos visto cómo las mujeres en cargos de poder son objeto de críticas desproporcionadas relacionadas con su forma de vestir, su vida personal o su capacidad para equilibrar trabajo y familia. Es imperativo que cuestionemos estos prejuicios y que seamos conscientes de las expectativas injustas que recaen sobre razones ilógicas y discriminatorias hacia la mujer.
En un mundo que ha sido diseñado bajo la presunción de que lo masculino es lo universal, las mujeres han tenido que hacer ruido para ser consideradas. Han tenido que exigir y gritar por su lugar, en un espacio donde su ausencia ha sido la norma. La llegada de una mujer a la presidencia no debe ser vista como el punto final, sino como un paso en un largo camino hacia una verdadera equidad, donde las mujeres puedan participar plenamente en todas las esferas del poder sin ser juzgadas bajo un estándar distinto al de los hombres.
Si queremos un mundo que funcione para todas y todos, es necesario que las mujeres estén presentes y activamente en la conversación política.