APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
Hace tiempo que adquirí la costumbre, tras cerrar la redacción, de ir a tomar una cerveza en la barra de un bar. Al menos dos veces por semana.
Nunca he sido fanático del alcohol y menos a estas alturas puedo serlo, porque a la mañana siguiente, religiosamente, salgo a correr como si nada me importe.
Por lo regular no tengo problemas para encontrar espacio en la barra porque llego solo. De esas tantas veces que me siento y pido una cerveza oscura, esta semana me encontré a varias personas que ya nos hemos vuelto colegas de barra.
Al llegar a la herradura, nos vemos en algún punto del mostrador y nos saludamos con un movimiento de cabeza o un saludos de amor y paz. Si nos sentamos al lado, chocamos el puño, o de lejos levantamos la cerveza.
Esta semana, fui y me encontré a una colega de barra. Me saludó y me preguntó: “¿Ya estuvo el día?”. Le respondí: “Hasta ahorita parece que sí, ¡así que vine por una y ya!”. Ella respondió: “Sí, igual yo”. Entonces me hizo un comentario que me dejó pensando: “Siempre te ves bien tranquilo y feliz tomando tu cerveza, ¿cómo haces para encontrar la felicidad?”.
Tomé un trago a mi chela y le respondí: “La verdad es que hace mucho que no pienso en la felicidad externa, ni la persigo ni la busco. Soy feliz conmigo y creo que eso es lo importante. Es como el amor, no hay que perseguirlo, si tiene que llegar, llegará”.
Agregué: “Lo que más me importa ahora es la paz, la tranquilidad, y alejarme de personas o situaciones problemáticas, porque para problemas ya tengo bastantes con mi trabajo -el periodismo-”.
En estos tiempos, parece que todos estamos en una carrera constante hacia la felicidad. Se nos vende la idea de que debemos encontrarla en algo o en alguien más. Nos rodean mensajes que nos dicen que al alcanzar ciertos logros o al adquirir ciertos objetos, finalmente seremos felices. Sin embargo, he aprendido bien a lo largo de mis años, que esa felicidad externa, esa que te venden en comerciales o en las redes sociales, es efímera, fugaz.
Lo que realmente tiene valor, al menos para mí, es la paz. Esa tranquilidad interna que viene cuando te aceptas tal como eres, con tus virtudes y defectos. No estoy diciendo que uno deba conformarse o dejar de aspirar a mejorar. Claro que no. Pero la paz se encuentra cuando dejamos de buscar afuera y empezamos a construir adentro.
Me he dado cuenta de que muchas veces los problemas que enfrentamos no son tanto por las situaciones en sí, sino por las personas que permitimos entrar en nuestras vidas o las expectativas que creamos sobre ellas. Alejarme de lo tóxico, de lo que me agota o me llena de estrés, ha sido una de las decisiones más sabias que he tomado. Es una tarea constante, pero es clave para mantener mi bienestar.
Aprecio esos pequeños momentos, como la cerveza en la barra después de un día largo, la charla casual con un conocido, o el simple hecho de correr por las mañanas, sin ninguna otra meta más que disfrutar el movimiento de mi cuerpo. Esas son mis pequeñas dosis de paz. Y, al final, cuando tengo paz, me siento feliz. Tal vez no sea la felicidad exuberante que nos dicen que debemos perseguir, pero es una felicidad serena, duradera, y eso es más que suficiente para mí.