Apuntes para un (auto) retrato de un filósofo
(sobre Byung-Chul Han)
Dislates
Por: Salvador Silva Padilla
Advertencia al lector. El siguiente texto (algunos lo llamarían apropiadamente un auténtico Dislate) no es, –ni intenta ser– un análisis crítico-filosófico, ni exhaustivo-racional, de la obra de Byung-Chul Han. Así que por el momento no descifraré a La sociedad del cansancio, ni hablaré sobre las No-cosas, tengo varias razones para ello. Una de ellas, –y no necesariamente la más importante–, es porque no las he leído. (*) Lo que sí haré es apuntar cómo el filósofo coreano se define a sí mismo. Una especie de autorretrato; describo algunas de sus pasiones, de sus sueños y pesadillas.
Por azar me topé con un texto del filósofo Byung-Chul Han cuando fui a visitar a Angélica Contreras a la librería del Fondo de Cultura Económica y ahí encontré, sin buscarlo, La tonalidad del pensamiento. En sentido estricto, el libro fue a mi encuentro, simplemente al voltear la mirada… ¡ahí estaba! Una semana antes, también por azar, había leído una entrevista que le hicieron en EL PAÍS con motivo de su más reciente libro: El espíritu de la esperanza a la que definía como antagónica al optimismo que cabalga irreflexivo y rampante entre las redes sociales.
I
Byung-Chul Han se define a sí mismo, como una especie de fruto exótico: es un filósofo nacido en Corea del Sur, nacionalizado alemán, profundo conocedor de la cultura occidental, quien vive en Berlín y es católico; afirma que todo el día se la pasa entre dos habitaciones de su departamento y que sólo sale a la calle por las noches. Y lo hace por una razón que para él es vital: robarse las magnolias de los jardines públicos y adornar con ellas su habitación. En síntesis: prefiere un millón de veces la compañía de las flores a la de las personas.
Este filósofo tiene una novia a quien ama con vehemencia: se llama Steinway y por supuesto es un piano. Con este profundo conocimiento sobre el amor, no solamente dicta conferencias sobre el Eros, sino, aún más arriesgado –para él y para los espectadores–, realizó una película sobre el amor. Cuando digo que realizó, no exagero, pues produjo, dirigió, escribió el guión, hizo el montaje y la banda sonora del filme. Y cuando digo que produjo la cinta, tampoco exagero, pues según afirma el propio Chul Han gastó toda su fortuna en esta obra cinematográfica. (Sobre la calidad de la misma, sólo puedo agregar lo que él mismo señala): “En los dos últimos años no he visto una sola película. Rara vez veo un largometraje. Creo que el cine cada día es peor, aunque –reconoce con honestidad– con esto no estoy diciendo que mi película sea mejor”. Y concluye: “Soy filósofo, no director de cine, probablemente se trata de la única película realizada por un filósofo a quien no les gusten las películas”.
Spoiler Alert: Las protagonistas no podían ser otras que las flores: en este caso, las hortensias.
II
Afirma que tiene más de cura que de filósofo. Incluso define a Dios de una manera no sólo que jamás escuché en mis clases de religión en el Cervantes, sino que tampoco habría podido siquiera imaginar: Dios, según Byung-Chul Han: no es consumo, y Dios tampoco produce. Y desde esas dos palancas, Chul Han construye su crítica radical contra el capitalismo.
Expone que “Si no fuera un cura, sería un mago, …o un encantador”. Y se lamenta: “Hoy tenemos tan poca magia…”. Hay “dos palabras que odio: creatividad y proyecto: la creatividad porque es una fuerza creativa del ser humano de la que se ha apropiado el capitalismo… la creatividad mata a la creación, nos arrebata la divinidad” pues está al servicio de la producción. “La creación divina, en cambio, no es rendimiento, sino un acto de amor”.
III
“La fiesta es el lugar en el que estamos entre los dioses, nos tornamos divinos. En una fiesta, el tiempo no transcurre, se ilumina por la trascendencia Sin embargo, hemos renunciado a ello en nombre del rendimiento, de la producción, del beneficio, del consumo y la comunicación”… “En este tiempo ya no hay ninguna trascendencia. Hemos perdido todo contacto con lo divino”.
“Actualmente ya no hay fiestas. Hay eventos. El tiempo de la fiesta es perenne, posee su propio ritmo. El tiempo del trabajo, en cambio, es un tiempo que admite una aceleración sin límites, para que se incremente la producción y que permite la acumulación del capital. Es así como funciona el capitalismo”.
IV
Admite ser un maestro muy loco … (también acepta, sin decirlo, que va a impartir clases a la Universidad, esto a pesar de que antes dijo que sólo salía por las noches a robarse las flores de los jardines). Ello, –supongo– es porque Byung-Chul Han considera a la Universidad como extensión de su casa. Lo cual nos ocurre a muchos.
A la hora de dar clases, refiere, “llego con 10 hojas preparadas y al final, no leo ni una completa”, aborda temas conforme su inspiración lo lleve, bombardeando cualquier intento de programación académica. Como adora la poesía de Rainer Maria Rilke, confesó que en una de sus clases se limitó a leer en voz alta poemas de Rilke sobre las rosas. “¡¡¡Fue hermoso para mí, pero no para los demás!!!” aceptó. A la hora de la retroalimentación, uno de sus alumnos (músico, por cierto), lo evaluó diciendo: “No tengo tiempo que perder. Necesito practicar”. Y el filósofo se lamenta: “Ese es el estado en el que se encuentra la universidad”… “Ustedes tienen que proponer una universidad diferente”. “Las universidades de arte expulsan el arte. Las universidades de humanidades expulsan al espíritu”.
Contrapone a la Universidad de la Esperanza con la universidad vista como empresa, en la que hay que invertir para alcanzar el éxito.
V
Su encuentro con la IA, o la piel de gallina como prueba de humanidad
“En cierta ocasión tuve la oportunidad de comunicarme con un superordenador. Con la mejor inteligencia artificial que existía entonces y le pregunté: ¿Es la filosofía una magia? Y su respuesta fue: ‘No, la filosofía no es una magia, sino una ciencia’. ¡Esa fue la respuesta de la mejor Inteligencia Artificial! ¡Qué estúpida! ¿verdad?”. Y concluye: “La inteligencia artificial no es capaz de pensar, (ya que) solo podemos pensar con el cuerpo, con la emoción y con el sentimiento…. Y sin el cuerpo, sin emoción, es imposible hacerlo: la Inteligencia Artificial sólo podría llegar a pensar si se le pusiera ‘la piel de gallina’, si lo logra, entonces le podrían conceder el Premio Nobel”.
…Y con las redes sociales:
“Ya no somos divinos, ya no somos dioses, nos hemos convertido en siervos. Peor aún, en rebaño: somos un rebaño del rendimiento, un rebaño de la información, anegado por smartphones, vivimos en un redil digital, como un rebaño de los datos, como un rebaño de la comunicación: y solo conocemos una palabra: la palabra like”.
(*) El no leer un libro, jamás ha sido obstáculo para disertar doctoralmente sobre esa y cualquier obra. En escuelas, cantinas y otros centros de perdición académica, hemos sido testigos de este hecho. Quien esté libre del libro, que suelte la primera página.