Por Elinord Cody ENTRE LÍNEAS // Futuro truncado
La vida de un joven de 20 años fue arrebatada de forma violenta. Es un hecho que ocurrió hoy, pero también ocurrió ayer o volverá a ocurrir mañana, si consideramos las situaciones de violencia que se viven actualmente, no solo en el estado, sino en todo el país, y me atrevería a decir que en el mundo. Las razones detrás de este asesinato se antojan fáciles de describir si se juzga a la ligera: tal vez fue víctima de la delincuencia o, quizás, estaba implicado en ella. Pero más allá de las posibles explicaciones, la muerte de un joven a esa edad recuerda una verdad innegable: se pierde mucho más que una vida individual, se pierde un pedazo del futuro.
A los 20 años, las oportunidades parecen infinitas. Es la edad en la que muchos jóvenes comienzan a estudiar una carrera, sueñan con ser profesionales, imaginan sus próximos logros y, en general, empiezan a construir su vida adulta. Es también el momento en que empiezan a definir su lugar en la sociedad, a contribuir, a amar, a aprender y a equivocarse. Perder a alguien en esta etapa no solo implica la ausencia de una persona, sino la pérdida de todo lo que pudo haber sido: su potencial, sus sueños, sus aciertos y errores, su sonrisa y sus fracasos. Se pierde un futuro.
Para la familia, la pérdida es un dolor inconmensurable. Una herida que no cierra, un vacío que nadie más puede llenar. No son solo los padres quienes quedan marcados por esta tragedia, sino también los hermanos, los amigos, la pareja, todos aquellos que compartieron risas y sueños. Para ellos, la vida se detiene en el momento en que reciben la noticia y, desde entonces, deben aprender a vivir con la ausencia. Las palabras “lo siento” resultan insuficientes ante la devastación de una vida joven truncada.
Pero esta pérdida no es solo familiar; es también social. Cada joven que cae es una derrota colectiva, un indicio de que algo no está funcionando en la sociedad. ¿Dónde estaba la familia para guiar y proteger? ¿Dónde estaba el gobierno para brindar oportunidades y seguridad? ¿Dónde estaba la comunidad para tender una mano en el momento necesario? La muerte de un joven a manos de la violencia debe cuestionar a todos, obliga a mirar hacia dentro y a reconocer las fallas colectivas. Cada vida que se pierde es un fracaso de todos.
¿Qué se está dejando de hacer? ¿Por qué los jóvenes sienten que la violencia es una opción? La falta de oportunidades, de educación de calidad, de empleo digno y la ausencia de una red de apoyo sólida empujan a muchos a caminos inciertos. ¿Falta empatía, falta escuchar a los jóvenes, falta darles un espacio real en la sociedad, falta que el gobierno actúe con compromiso y eficacia? Sobran promesas vacías, sobra indiferencia, sobra violencia.
El mundo pierde cuando un joven es ejecutado, pierde la posibilidad de una nueva historia, de una nueva vida que podía contribuir a mejorar la sociedad. El futuro se va oscureciendo con cada vida que se apaga antes de tiempo. Hay una encrucijada: decidirse a trabajar por un mundo donde la juventud tenga oportunidades y esperanza, o seguir perdiendo los mejores años en la oscuridad de la violencia.