Dislates
Por: Salvador Silva Padilla
El 4 de octubre pasado, José N. Iturriaga (Pepe Iturriaga) presentó su libro Miradas extranjeras al Estado de Colima, publicado por Puertabierta Editores. El evento se realizó en el marco de la Feria Estatal del Libro organizada por el Gobierno del Estado de Colima. Lo que leerán a continuación son los problemas y vicisitudes que enfrentamos cuando fuimos por el autor al Aeropuerto de Manzanillo.
Leonel Maciel me había enviado desde finales de julio el itinerario del viaje de Pepe Iturriaga. El avión saldría de la terminal 2 de CDMX a las 8:10 am y llegaría a Manzanillo a las 9:39. Esa información dada con más de dos meses de anticipación, – que, no dudo, a muchos tranquilizaría-, para mí fue fuente de desasosiego. En primer lugar, al ser más de dos meses de diferencia entre el aviso y el viaje propiamente dicho, resulta que yo tenía, por largos 70 días, la oportunidad de olvidar la fecha y no pasar por Pepe.
Una segunda fuente de ansiedad era calcular a qué hora debíamos salir de la ciudad de Colima para recoger a tiempo a Pepe. Formulé el problema en los términos más claros posible: «Si el aeropuerto Playa de Oro de Manzanillo está a 135 kilómetros de distancia de la ciudad de Colima y él llega a las 9:39 ¿A qué hora de la madrugada debo salir para llegar puntual al aeropuerto?».
El problema se complicaba de manera geométrica: no sólo se trataba de que la tortuga alcanzara a un Aquiles que venía volando, no. El hecho es que por tierra, el trayecto Colima-Manzanillo, estaba sembrado de baches y socavones, lo que aunado al numeroso y pesado tráfico vehicular, hacía al trayecto una especie de tormenta perfecta (o, si se prefiere en masculino, tormento perfecto). Apenas dos semanas antes, Manzanillo había sido nota nacional por un caos vehicular que se había producido a la entrada del puerto; se había extendido varios kilómetros más allá de la ciudad, había durado 8 horas, e involucrado a más de 5 mil vehículos. El chofer de un tráiler falleció debido al embotellamiento pues ninguna ambulancia pudo llegar a rescatarlo.(*)
Siempre que debo llegar temprano a un lugar (aeropuertos por ejemplo), prácticamente no duermo. Puse el despertador a las 5 y despertaba desde la una, cada media hora. Salí de la casa a las 5:45 y llegué a casa de Miguel Uribe a las 6 am. Él, sin dudarlo un segundo, optó por manejar todo el camino, así que yo fui como copiloto.(**)
Miguel y yo pudimos librar con habilidad los baches a los que nos enfrentamos; (escribí Miguel y yo, porque no hay que olvidar que si bien él conducía, yo cumplía con mi, aunque subestimado, muy delicado rol de copiloto). Algunos malquerientes podrían acusarme y agregar -sin ningún fundamento- de que me dormí por algunos momentos. A ellos les recuerdo, primero, que prácticamente estuve en vela la noche anterior. Segundo, debo precisar que apenas fueron en 3 o 4 ocasiones -y nunca por más de diez minutos-. Tercero, y sobre todo, eso lo hice (hasta roncar) solo para brindarle confianza a Miguel. Esto es, no quería abrumarlo. Tampoco deseaba que sospechara que estaba siendo evaluado en su forma de manejar por un experto tan estricto como un servidor,
Por cierto, el tiempo en el que estuve despierto lo aproveché para enviar un mensaje a Pepe Iturriaga de que ya estábamos en camino, y otro a Sandy para pedirle que rezara por nosotros.
Las oraciones de Sandy surtieron efecto: sorteamos varios monumentos al bache desconocido. Llegamos sanos y salvos al aeropuerto y, además, con una hora de antelación.
Mientras esperábamos, tomamos café (por cierto, bastante bueno para ser de aeropuerto). De pronto anunciaron la llegada del avión. Y empezaron a bajar los pasajeros: 6 turistas solos, 4 turistas gringos, 5 parejas con hijos, y, por la facha, 10 personas que eran funcionarios o empresarios. En fin, nada qué destacar. Excepto..mmm. Si acaso lo único que había qué mencionar era… era… que ¡No había llegado Iturriaga! Entonces pensé lo peor: ¡Pepe había perdido el avión!
Respiré profundo. revisé el chat con Pepe y comprobé que mi mensaje de que íbamos en camino NO lo había visto. Ante el desconcierto de Miguel, yo no sabía qué responder… hasta que un rayo de luz fulminó mi mente: y entonces SÍ pensé lo peor: consulté el itinerario que me había enviado Leonel y ¡ahí estaba! (¿o debía de haber dicho, ahí no estaba?). Resulta que habíamos ido a recoger a Pepe Iturriaga UN DÍA ANTES de su llegada al aeropuerto. Cuando le comenté mi descubrimiento, Miguel me miró fijamente (me recordó a Jack Nicholson en El Resplandor) pero al no encontrar ningún hacha a la mano se contuvo. Por toda respuesta me dijo: «‘con cualquier otra persona me hubiera encabronado, pero como te conozco !sé que eres capaz de eso y más!».
¿Cómo puede haberse expresado Miguel así de mí? ¿Después de tantos años de amistad? Un pequeño olvido, minúsculo, milimétrico, casi microscópico, cualquiera lo tiene. En fin, trataré de perdonar (aunque quizás jamás olvide) esta gravísima afrenta suya.
Total ya veníamos de regreso y para hacer plática estuve pensando en comentarle que menos mal que lo más, más peor, no nos había ocurrido. Y era que pudimos haber ido por Iturriaga, no un día antes, sino un día después de su llegada a Manzanillo. Pero recordé su mirada a la Jack Nicholson. Supuse que era capaz de, entonces sí, bajarse a buscar un hacha, así que opté por ser prudente y salvar mi cuello. El viaje de regreso lo hicimos en silencio.
(*) Precisamente, por tratar de resolver esta serie de complejos problemas, fue que perdí mi tarjeta en un cajero. Historia que narré la semana pasada.
(**) Ignoro la razón, pero mucha gente desconfía de mis habilidades para conducir automóviles, Pero ese tema no solo lo aclararé, sino, aún, lo manejaré en un futuro. Y lo haré (manejar) con la maestría que me caracteriza.