Campech, el querido Campech

En palabras Llanes
Por: Alberto LLANES 

Uno de noviembre de 2024. Viernes para ser más exactos. Día de asueto en nuestra Colima para ir a visitar «y, claro, gastar dinero» la feria de todos los santos «a veces de todos santos, sin el artículo». Le dije a la familia que, si querían ir, y pues sí, sí quisieron ir.
Llegamos allá como a la una de la tarde; el sol está recio a esas horas y hay pocos lugares abiertos, pero el tráfico fue fluido y encontramos un buen lugar para estacionar nuestro vehículo. Le dimos una vuelta, dos, tres, mientras nos arreciaba el hambre y decidíamos dónde ir a comer, para, al salir, encontrar más cosas y sitios abiertos y gastar «quizá no tanto porque la economía no está para el derroche». En fin.

Sudamos caminando, corrección, sudé caminando mientras recorríamos la feria de día «yo sudo a la mínima provocación». Miré el reloj, las tres de la tarde. Los lugares de comida, establecimientos de restaurantes, poco a poco empezaban sus espectáculos. Don Comalón fue una opción, pero siempre es lo mismo y pasamos de largo; otros lugares apenas empezaban a abrir y, entonces, llegamos a La finca del barrio.

Tenemos unos tres años yendo a ese lugar porque se nos hace bueno, más o menos accesible al bolsillo de un universitario, profesor por horas «que da talleres gratis, que vende libros y no le pagan, que escribe y no gana o no vive de eso y, bueno…», nos ofrecieron la carta «aquí nos pasó algo curioso, mi mujer me dijo que pidiéramos un kilo de diezmillo que viene acompañado de una cubeta de diez cervezas, yo le dije que estaba bien, pero por más que leía y leía, en mi carta no venía ese tal diezmillo, intercambiamos cartas y entonces me di cuenta, que ella tenía una diferente, con precios más accesible, resulta que a ella le había dado una del año pasado, los precios eran diferentes a los de ahora y donde venía incluido el famoso diezmillo que en mi carta ya no estaba, en fin». Al final pedimos un kilo de arrachera, diez cervezas que dividimos en cinco y cinco, dos limonadas para Richy y nos tocó ver al mariachi. Pedimos un par de canciones; mi mujer escribió en un papelito dos peticiones, Cielo rojo para ella, La media vuelta para mí. Y empezamos a comer.

Le pedí el celular a Richy y no lo hubiera hecho porque ahí me enteré de la terrible noticia. A las dos con dos minutos, había recibido un WhatsApp donde se nos informaba de la muerte de mi querido amigo y maestro Eduardo Campech Miranda, me estremecí. Un algo recorrió todo mi cuerpo, el semblante me cambió, simplemente no lo podía creer, no, no lo podía creer y, al momento que escribo esta columna sigo en la misma incredulidad.

Mi mujer notó mi cambio de actitud y le conté, porque supongo que me puse pálido, tristísimo, repito, incrédulo, totalmente incrédulo. Quizá para ustedes el nombre de Campech no signifiqué mucho, pero para mí sí, y quiero, por medio de esta columna, rendirle un merecido homenaje al maestro…

Pertenezco a un grupo hermoso «en realidad pertenezco a muchos grupos y desde la pandemia mis grupos del WhatsApp crecieron exponencialmente», pero pertenezco a ese grupo de Salas de Lectura porque soy mediador de ese programa noble que tiene el gobierno federal, donde te regalan libros con tal de que tengas una sala de lectura y fomentes, ahí, en ese espacio y con esos libros, la lectura, escritura, entornos y ambientes de paz y crees comunidad. Ahí, justamente ahí, conocí a Campech, fue mi maestro y luego ese maestro se convirtió en mi amigo y, cuando escribo esto, además de rodar algunas lágrimas, mi corazón palpita de forma especial.

Decidí ser mediador de lectura en el 2016, cuando mi Richy nació, tenía meses de nacido y yo me iba a la Universidad de Colima a tomar los módulos, viernes por la tarde, sábado y domingo todo el día. Eran ocho módulos y no podías faltar a ninguno porque si no, la constancia no te llegaba. Esos módulos eran maravillosos, empezamos un grupo nutrido de personas, todas amantes de los libros, de las historias, de la literatura, las humanidades «y la ciencia, ¿verdad maestra Isabel?».

Yo no sé qué pasó, pero ese diplomado ha sido el más largo que he tomado en mi vida, Richy creció, tuvo tres años y nos dieron el módulo dos, al mes siguiente el tres, luego, al mes el cuatro, al siguiente el cinco, el seis «creo que fue el que nos dio Campech», posterior el siete y el ocho se complicó por razón de las elecciones y, bueno, así las cosas, en nuestro mágico México. Como se podrán dar cuenta, de ese grupo nutrido que empezamos, nos fuimos haciendo menos, nos cambiaron de sede porque del módulo dos en adelante ya no era la Universidad de Colima la sede, sino la Fábrica de innovación en el Tívoli «con el mismo horario, viernes por la tarde, sábado y domingo todo el día, eso sí, una vez por mes».

Un grupo de amigos/as, necios como yo, seguimos en el programa, la constancia la expedía/expide la UAM e, insisto, los módulos fueron maravillosos, aprendí, conocí, interactué, compartí frijoles con bolillo y queso, con mucha gente y, claro, de ahí mi amistad con Campech.

Campech era un apasionado de las historias, hicimos buenas migas mientras duró el módulo que vino a darnos; él era de Zacatecas «yo había ido hacía unos años antes a Zacatecas a un taller de escritura, me metí al taller de novela con Emiliano Monge, acompañado de mi compadre David Chávez». Algo me dijo Campech de ese taller, no nos pudimos conocer ahí, pero sí en Colima, la bella Colima.

Luego de los módulos del viernes, sábado y domingo que nos dio Campech, todas las veces nos fuimos a degustar unas cervezas, mientras hablábamos de libros, autores y de cómo estaban las cosas a nivel nacional en torno a la cultura «siempre estuvieron de la chingada, por cierto», Campech sufría/sufrió de lo que sufrimos muchos creadores/promotores de cultura, del mal pago «o del pago inexistente por parte del gobierno hacia nuestro trabajo» e incluso, del maltrato que nos dan algunas instituciones, donde todo lo quieren gratis. A veces, cuando se da, nos pagan con un plato de pozole o de plano nada más nos dicen: «Gracias, maestro/a», una palmada en el hombro y ni constancia, a veces nada más la pura constancia. Así no se puede vivir…

Campech fue un gran promotor cultural, tenía grupos de WhatsApp donde compartía poemas, lecturas, cuentos, en su ciudad era muy mencionado por estar en los eventos literarios, dando charlas, talleres, leyendo historias, compartiendo con diversos públicos lo que sabía, lo que leía, lo que le apasionaba. De cuando vino a darnos ese módulo, a la fecha, seguíamos en contacto de vez en cuando. Recordaba mucho Colima porque lo trataron bien, los alumnos «nosotros» siempre participamos en las actividades y lo hicimos siempre con mucho gusto. Nos llegó la pandemia y coincidí con Campech en varias actividades virtuales que tuvieron que ver con el fomento, la difusión, la lectura, los autores, los libros, las historias. En resumen, lo que siempre apasionó a un apasionado Campech.

Tenía un canal de YouTube donde promovía lecturas, libros, en fin. Campech vivió y sirvió para y por el placer de la lectura y los libros; dejó una huella en mí por esa misma pasión que contagiaba y que realizaba todos los días, por eso, enterarme de su muerte justo cuando en México celebramos, festejamos a las personas que se nos fueron, me ha perturbado sobremanera, sigo en la total incredulidad, estoy muy sorprendido y vaya esta columna, estas letras, para rendirle un merecido homenaje…