CIENCIA Y SALUD
Por: Miguel Ángel OLIVAS AGUIRRE
Desde hace años, sabemos que algunos aspectos del comportamiento, como el sueño, la actividad y la alimentación, siguen ciclos cercanos a las 24 horas.
Estos «ciclos circadianos», derivados del latín circa diem («cerca del día»), tienen su base en la biología misma de nuestras células y están sincronizados por un «reloj maestro» en nuestro cerebro, el núcleo supraquiasmático (NSQ). Este reloj tan interesante nos prepara a las demandas del día, comunicándose con cada órgano para que trabaje en el momento y de la forma adecuada, sincronizándose o adaptándose no solo a la luz, sino también a nuestras costumbres, como la hora en que solemos comer.
Cada mañana, el NSQ envía señales al cuerpo para prepararlo para la actividad diaria. Eleva los niveles de cortisol, la hormona que nos despierta y activa, y ajusta el metabolismo para quemar más carbohidratos, dado que el cuerpo necesita energía rápida. Conforme pasa el día, este metabolismo cambia, favoreciendo el uso de grasas y preparándonos para el descanso y la reparación nocturna. Esta variación circadiana en el metabolismo es la base de una nueva rama de la ciencia nutricional: la crononutrición.
Sinceramente, el panorama que les estoy compartiendo es muy reduccionista y en realidad todo es mucho más complejo. Lo importante es entender que la crononutrición nos invita a reflexionar, determinando que comer en el momento correcto puede ser tan importante como qué comemos. Por ejemplo, al despertar estamos preparados para quemar energía, mientras que por la noche el cuerpo tiende a almacenar. Comer carbohidratos de noche, cuando la sensibilidad a la insulina baja, puede llevar a un almacenamiento excesivo en forma de grasa. Si esto ocurre frecuentemente, el organismo se adapta a almacenar energía en lugar de gastarla, aumentando el riesgo de obesidad y otras complicaciones, como el cáncer.
El problema surge con las demandas de la vida moderna, como el trabajo en turnos o las noches de desvelo. Estas actividades alteran el reloj interno, generando lo que llamamos cronodisrupción. Al interrumpir el ritmo circadiano, el cuerpo se confunde y entra en un estado de desajuste. Por ejemplo, trabajar de noche provoca que el NSQ envíe señales de actividad cuando el cuerpo debería descansar. Este desbalance afecta al metabolismo, y suele ir acompañado de hábitos poco saludables, como el consumo de cafeína o comidas rápidas, que nos aportan energía sin utilizarla eficientemente.
Aunque el organismo es increíblemente adaptable, mantener hábitos irregulares y saltarse el reloj biológico puede tener consecuencias. Las células responden a cambios en la luz y los nutrientes, adaptándose, pero solo hasta cierto punto. Comer en deshoras puede incrementar el riesgo de acumular grasa y desajustar el metabolismo, predisponiéndonos a enfermedades.
En resumen, la crononutrición invita a reflexionar no solo en qué comemos, sino en cuándo lo hacemos, y cómo podemos alinear nuestros hábitos alimenticios a nuestro reloj biológico. Para mantener la salud y prevenir enfermedades, es fundamental establecer horarios regulares de comidas, adecuados a nuestra actividad e intereses, lo que se le conoce como cronotipo (te invito a buscar un test en línea para conocerte mejor), y, cuando sea posible, evitar la cronodisrupción. Aunque cada organismo tiene sus particularidades, en general respetar nuestros ritmos internos puede ser una de las mejores estrategias para cuidar la salud a largo plazo.