Carta a mi abuela

En palabras Llanes
Por: Alberto LLANES

Mamá grande, como nunca te gustó que te dijéramos abuela, te llamo mamá grande, como siempre te dijimos o mamacita, no abu, no abue, mucho menos abuela, porque nos decías que todavía o que no volabas y que no eras tan vieja para ser nombrada como tal.
Entonces era mamá grande o mamacita y tus bisnietos, a quienes tuviste la oportunidad de conocer, también te dijeron así, tita o mamá grande.

Desde ahí ejercías cierto control con todos, por todo y de todo. Sé que tu infancia no fue tan fácil, pero nosotros no tuvimos la culpa; ahora, no digo que no nos querías, nos adorabas y creo que, con nosotros, tus nietos, hablaré de mí en lo particular que tuve la oportunidad de estar en muchos momentos contigo, con mi abuelo o papá grande o papacito, con mi mamá, mi papá y mi tía Coca. Decía que con nietos fuiste muy benevolente, nos complacías en muchas cosas, nos llevaban de acá pará allá en el coche y yo, a esa tierna edad, sólo quería estar con ustedes, en su casa, que para mí era enorme y tenía la fachada, la armonía, la, vamos a llamarle así, precisión o certeza de ser la casa de los abuelos, la casa grande.

Donde se reunían hijos, sobrinos, nietos, donde se jugaban dominó, se bebía fuerte, se escuchaba música de aquellos años y, seguro estoy, de tus tiempos, y en donde nosotros, los primos, teníamos libertad de jugar, comer y casi casi hacer y deshacer, ver la televisión o, simplemente, acostarnos en el piso a contemplar el techo viendo las figuritas que se podrían formar ahí.

Como buena tlaxcalteca eras de carácter recio y, por tus historias que nos contabas, tu mamá fue dura contigo, por eso creo que el carácter se te hizo más agrio o más duro, aunque repito, con nosotros fuiste muy benevolente.

Tuviste nueve hijos, cuatro ya se han ido: tío Richard, padrino Alfredo, mamá Anita y tía Coca, siguen acá Carolina, Paloma, Austreberto, Rosita y Paty. Todos desperdigados, todos viviendo lejos porque así decidieron, porque no hay ese lazo familiar que nos debería haber unido, quizá por este mismo carácter recio y por querer controlar todo y a todos. La única que siguió este juego fue mamá, hasta el último día de su vida. Recuerdo que le lloraste porque tu única hija, la única que te cuidaba, se estaba muriendo, se estaba yendo de este plano y, de pronto, en tus rezos, oía decirte que qué sería de ti, como siempre, nada más y siempre, viendo por ti y nada más que por ti sin importar todo lo demás.

Con quien más tengo relación de tus hijos es con mi madrina Caro y si a relación se le puede decir escribirnos de cuando en cuando vía alguna de estas redes sociales. Los demás están muertos, desaparecidos, nadie pudo estar en el velorio de mi madre por sus ocupaciones múltiples, sólo estuvimos los que siempre hemos sido. Nuestra despedida fue demasiado extraña, es un episodio complicado, mi tío Güero te llevó de regreso a la CDMX, recuerdo que no querías ir porque decías que te ibas a morir de frío y sí, nada más te fuiste para morir. Ya no pude volver a verte, aunque, en el fondo, esa despedida, afuera de la casa, yo sabía que era definitiva. Mis hijos ya no pudieron despedirse de ti y sentí algo extraño, como que algo se rompía, como que quedaba inconcluso, como que no terminé de cerrar ese proceso, pero también es cierto que mi papá no podría hacerse cargo más de ti, ese trabajo le tocaba a tus hijos, los restantes, los que tienen la posibilidad y el único que acudió al llamado fue el tío Güero, de lo contrario, mamá grande, era que te quedaras sola todas las mañanas esperando que mi papá regresara de trabajar para que te hiciera compañía y, la soledad, te daba un miedo terrible.

Me gustaba que dieran las doce del día porque nos preguntabas si ahora no iba a ver cerveza, la hora del amigo, y le entrabas rebién a tus dos o tres vasos de chela bien helada, con botana y luego a comer. Yo, mientras estuvo la pandemia y no iba presencial a mis labores, pude hacerme cargo de algunas labores de la casa, entre ellas hacer la comida y estar trabajando ahí, en mi computadora, desde casa, haciéndote compañía. De pronto te me quedabas viendo raro, como si no me conocieras, pero era tu forma de ver, mirada pesada, extraña y extrañada, pero no me intimidaba (tampoco creo que haya sido tu intención intimidarme). Siempre fui un rebelde, con causa o sin ella y cuando mamá nos hizo falta nuestro mundo cambió dando un giro de 360 grados. Sabía que esto iba a pasar, lo sabía.

Con tu partida, repito, siento que algo quedó inconcluso, algo no cuadra bien, algo no ha cerrado, espero sanar todo esto y que lo pueda ver reflejado en la situación que tiene a mi hijo con su esfínter apretado y que no quiera ir al baño. Espero soltar esta amarra que, si bien no la sentí en tu presencia o contigo, sí la viví de lejos, a través de mi mamá quien no salía ni a la esquina porque te fueras a enojar o a necesitar algo y ella no estuviera al pendiente de ti.

No tengo ningún tipo de rencor, al contrario, te quiero mucho, nos haces falta también, tus historias, tus recuerdos, tu memoria (que ya empezaba a fallar e incluso ya desconocías a ciertas personas), pero siento que tengo algo que no he cerrado, que está pendiente ahí. Que esta familia necesita trabajar y que, por tanta dispersión, algo no logro comprender del todo, pero aquí estoy, estaré y esta carta es nada más para liberarme, para sacarlo, para sentir un peso menos, un agobio menos. Creo no tener la culpa de que toda la familia esté desperdigada en todo el país y fuera de él. Cada quién busca conectar o hacer lo que le place, sin embargo, sí siento que no tengo esa conexión familiar que siempre es necesaria para no enfrentar todo esto solo. Acá nada más somos mi papá, mi hermano y yo, y la familia que hemos hecho con nuestras parejas, nuestros hijos, amigos y demás personas que nos aprecian y sienten afecto por nosotros.