APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
Vivimos en una era que aplaude la sobreexposición, donde las redes sociales han convertido la imagen física y las ideas en mercancías intercambiables por likes y validación.
En este contexto, se ha impuesto un modelo que reduce a las nuevas generaciones a simples engranajes de un sistema que explota tanto su vulnerabilidad como su búsqueda de identidad. Esta realidad, que podríamos denominar la prostitución de la imagen y las ideas, merece ser cuestionada.
A las jóvenes, especialmente, se les ha inculcado la idea de que la exposición de su cuerpo es sinónimo de poder y modernidad. Menos ropa, más «cool». Así, la industria y las redes sociales lucran con una falsa narrativa de empoderamiento que en realidad encubre la cosificación y el control.
Se promueve un modelo que mide el valor personal en función de la cantidad de piel mostrada y las reacciones digitales generadas. ¿Es esta la libertad que soñaron las generaciones que lucharon por la autonomía de las mujeres?
Bajo el disfraz de «sé tú misma», el sistema perpetúa una tiranía disfrazada de elección. Lo preocupante no es la ropa en sí, sino el mensaje que hay detrás: la validación externa como medida de éxito, la imagen física como un producto a consumir. Esta lógica no empodera, sino que despoja a las jóvenes de una verdadera agencia sobre sí mismas.
Pero no solo el cuerpo ha sido reducido a un escaparate; las ideas también han sido moldeadas para ajustarse al mercado. Los jóvenes, convencidos de que están ejerciendo su libertad, replican narrativas creadas por el propio sistema. Movimientos que parecen disruptivos no son más que adaptaciones de un statu quo que los necesita rebeldes de vez en cuando, pero controlados. Discursos superficiales, memes ideológicos y modas pasajeras sustituyen al pensamiento crítico y al cuestionamiento profundo.
Lo que debería ser un espacio para la construcción auténtica de identidades se ha convertido en una extensión del mercado. La apariencia de una postura política o social muchas veces importa más que la sustancia. Así, los jóvenes se convierten en embajadores involuntarios de tendencias que solo perpetúan la lógica que solo vende la imagen y las ideas.
El sistema ha perfeccionado su estrategia. Convencer a las nuevas generaciones de que están siendo libres mientras las mantiene atadas. La jaula es ahora invisible, pero no por ello menos opresiva. Se les dice cómo vestirse, cómo pensar, qué soñar y hasta cómo amar y con quién acostarse, mientras se les hace creer que estas decisiones son propias. En realidad, cada gesto está condicionado por una maquinaria que explota su necesidad de pertenencia y aceptación.
Romper con esta dinámica implica algo más profundo que rechazar tendencias o modas; exige una revalorización del pensamiento crítico y la autonomía real. Los jóvenes necesitan ser capaces de preguntarse: ¿Quién se beneficia de lo que hago, de lo que creo? ¿Es esta mi verdadera voz, o simplemente estoy replicando lo que se espera de mí?
La verdadera revolución no está en exponer el cuerpo por presión ni en seguir ideas preempaquetadas, sino en construir una identidad propia basada en elecciones conscientes. Se trata de reivindicar la dignidad de su imagen y de las ideas, no como objetos de consumo visual y sexual, sino como herramientas para la transformación personal y colectiva.
Rebelarse contra esta prostitución de la imagen física y las ideas no es un llamado a la censura ni al puritanismo; es una invitación a desafiar un sistema que lucra con la desorientación de la juventud. Es devolverles el poder de decidir quiénes son y hacia dónde quieren ir, libres de la invisible manipulación. Ahora creo que mientras menos te expongas eres más libre.