LA VIDA ENTRE LÍNEAS // Seguridad precaria, policías abandonados
Por Elinord Cody FaceBook Elinord Cody
Se ha vuelto común escuchar en discursos oficiales que se está trabajando por la seguridad. Sin embargo, las cifras no mienten: los homicidios dolosos, los robos y la circulación de armas ilegales que se utilizan en estos hechos dibujan un panorama sombrío. Si a esto le sumamos la crítica situación de quienes están al frente del combate al crimen —los policías—, el problema se revela en toda su crudeza.
¿Cómo podemos esperar resultados efectivos de los elementos policiales cuando trabajan en condiciones deplorables? No hay patrullas suficientes, las prestaciones son mínimas, los sueldos son insuficientes, y el respaldo brilla por su ausencia. En un sistema donde se les exige pero se les ofrece poco y hay bajas periódicas, los policías están condenados al agotamiento físico y emocional.
El 5 de diciembre se realizó una conmemoración en Colima por el Día del Policía, una fecha que debería servir para reconocer su labor. Pero, ¿qué tan legítima es esta celebración cuando, desde 2022, han muerto 14 policías estatales en cumplimiento de su deber?. Lo alarmante es que un día después de este festejo (entre comillas) fue asesinado al llegar a su casa un elemento de la Policía Estatal.
Estos hechos y cifras no solo representan tragedias individuales; reflejan la precariedad de un sistema que escatima recursos en la seguridad pública mientras destina millones a escoltas, blindajes y privilegios para quienes toman decisiones desde la comodidad de una oficina.
El problema va más allá de los números. Hay un abismo entre los mandos y los elementos en las calles. Los policías son hostigados por sus superiores, enfrentan pesadas jornadas y, muchas veces, carecen de la certeza de regresar a casa. La falta de incentivos y de condiciones dignas de trabajo no solo afecta su desempeño, sino también su motivación.
Si los responsables de diseñar estrategias y asignar presupuestos realmente quieren transformar la seguridad en el país, deben empezar por invertir en quienes están en la primera línea de defensa.
Urge un presupuesto digno, no solo para equipar a los policías, sino para asegurar que su trabajo sea valorado y reconocido. Esto incluye salarios justos, prestaciones completas y apoyo psicológico, porque enfrentar la violencia no solo deja heridas físicas, sino también emocionales.
También es imperativo cambiar la estructura jerárquica dentro de las corporaciones. Los mandos deben asumir su responsabilidad como líderes, no como opresores. Es necesario un sistema de supervisión transparente que garantice que los policías no sean víctimas de abuso interno.
Finalmente, es hora de reconocer que la seguridad no es solo una cuestión de armamento o patrullas, sino de dignidad laboral. Si no fortalecemos a nuestras policías desde la raíz, los ciudadanos seguiremos pagando el precio de su indefensión.
Mientras no se corrijan estas carencias, cada policía que pierde la vida representa no solo una tragedia individual, sino también un recordatorio de que, en materia de seguridad, estamos fallando como sociedad. ¿Cuántos más tendrán que caer antes de que hagamos algo al respecto?