CIENCIA Y SALUD
Por: Miguel Ángel OLIVAS AGUIRRE
En estos tiempos modernos, la sociedad promueve más que nunca la aceptación de la diversidad corporal, celebrando la belleza más allá de los estereotipos de tallas y pesos.
Y eso posee aspectos positivos: el amor propio es esencial para el bienestar mental y esto también representa salud. Sin embargo, desde un punto de vista patofisiológico (rama que estudia los procesos anormales que causan enfermedades), el sobrepeso y la obesidad no son tan inofensivos como podría parecer. Existe una conexión bien documentada entre el exceso de grasa corporal y la propensión a desarrollar cáncer.
Para entender esta relación, hagamos un ejercicio de abstracción. Imagina que eres una célula sana en un mundo microscópico donde todas las células interactúan e influyen entre si, dependiendo del entorno en el que se encuentran. En este microcosmos, tu objetivo es moverte en armonía, cumplir tu propósito, alimentarte, crecer y colaborar con las demás para mantener el equilibrio del organismo. Sin embargo, en tu recorrido, te encuentras con los adipocitos. A simple vista, parecen simples almacenes de energía, pero su impacto en este ambiente es mucho más profundo y a menudo perjudicial. Los adipocitos (en este ejercicio) son como individuos poderosos que influyen negativamente en su entorno. Estas células afectan al sistema inmune, a nuestros guardianes, debilitando su capacidad para protegerte contra amenazas. Evidentemente, a nadie nos gusta transitar en tal vulnerabilidad, desprotegidos…
Pero eso no es todo. Los adipocitos también liberan fuentes de energía y hormonas como ácidos grasos libres y estrógenos, que alimentan a la mayoría de los tipos de cáncer. En estos ambientes adiposos, las células cancerígenas “sí se dan grasa”: prosperan y explotan las condiciones en su favor, convirtiéndolo en un santuario propicio para su crecimiento y proliferación. Además, el exceso de adipocitos no solo influye en el sistema inmune, sino que también altera la distribución y la eficacia de los fármacos utilizados en terapias anticancerígenas. Esto puede limitar la efectividad del tratamiento y complicar aún más el manejo de la enfermedad.
Por si fuera poco, el sobrepeso modifica el metabolismo general del organismo, creando un desequilibrio que no siempre resulta favorable. La resistencia a la insulina, el estrés oxidativo y la inflamación crónica son fenómenos frecuentes en personas con obesidad y contribuyen tanto a la progresión del cáncer como a otras enfermedades crónicas.
Todo esto a fin de recordarnos que es fundamental reflexionar: la prevención es la mejor terapia. Adoptar un estilo de vida saludable, que incluya una dieta equilibrada y actividad física regular, no solo ayuda a mantener un peso adecuado, sino que también fortalece el sistema inmune, mejora el metabolismo y reduce los riesgos asociados al cáncer. Cuidar nuestro cuerpo no es solo una cuestión de apariencia, es una forma de honrar la vida.