Cosa de bárbaros
Por: Rubén PÉREZ ANGUIANO
Frente a los valores republicanos existe un suave equilibrio, una delgada línea entre el orden y la anarquía. Por ejemplo, no se dispone de mecanismos coercitivos suficientes para obligar a un poder a respetar al otro.
Los legisladores constituyentes no lo previeron porque en su momento pensarlo era inadmisible, incluso aberrante. Lo mismo ocurre en otros países de cultura occidental. El respeto al equilibrio de poderes es como un pacto de caballeros, de personas inscritas en una comunidad de ideales.
El problema surge cuando alguien desde la cúspide de un poder, el que sea, dice, con cierta barbarie en la mente y el alma: “¿por qué debo acatar lo que me dice otro poder?”
Incluso, este representante de la barbarie podría decir: “¿Qué me puede pasar si me niego a acatar lo que dice otro poder?”
Las referencias a la barbarie no son accidentales. Un bárbaro no se siente obligado a respetar las directrices de la civilización porque son ajenas a su mente, corazón y espíritu. Por eso la barbarie quedaba excluida de los centros civilizados del mundo y se erigían murallas custodiadas por ejércitos profesionales para mantener a raya a los pueblos incivilizados.
Los individuos que arriban al poder institucional desprovistos de ideales republicanos se sentirán distantes de esos ideales e incluso los despreciarán, los rechazarán o hasta los combatirán.
Se trata de temas que por su propia sofisticación no le pueden decir algo a un bárbaro, pues a final de cuentas se necesita estudio, disposición de espíritu y capacidad de reflexión para comprender lo que significa, entre otros temas, la democracia (en su sentido amplio y no restringido a la simple emisión del voto), la división y el equilibrio de poderes y la responsabilidad en la representación política.
Cuidar de los valores republicanos debería ser un tema importante, incluso obligado, para quienes asumen la representación de instituciones. A final de cuentas llegaron allí por obra de las virtudes del republicanismo, pero es fácil ignorar lo que no se respeta ni se entiende.
Durante décadas esos ideales se sostuvieron, en un delicado equilibrio que partía de la sensatez y la coherencia. No siempre esos ideales fueron una realidad, pero se mantenían como una aspiración permanente, como un marco de referencia para la actuación política y partidista.
No debe olvidarse que dichos ideales no son una ocurrencia: fueron labrados por la historia occidental y tomaron conciencia mexicana desde que Morelos los recogió en sus Sentimientos de la Nación, tomando forma definitiva en la primera Constitución de esta tierra: la de Apatzingán, en 1814.
Negar la valía de la República en estos momentos no es un acto revolucionario ni algo que deba festejarse. Es una muestra de barbarie y merecerá en su momento la condena de la historia.