‘La Orejona’ tiene dueño; el Inter de Milán con goles de Milito

La final de Madrid fue la culminación de la epopeya de Diego Milito. Hay jugadores que hacen del aprendizaje una rutina, y de la rutina una suerte de magia, publicó El País este sábado.

 

Milito, que nació para el fútbol profesional en el Racing de Avellaneda, ha dedicado los últimos diez años a mejorarse.

En el Bernabéu absorbió todas las posesiones de su equipo, desplegó el manual, y lo puso en práctica punto por punto .

Lo hizo con tanta precisión que el Bayern no pudo resistirlo. Van Buyten y De Michelis se acordarán de esta noche, y de este delantero, toda su vida.

Sus dos goles le dieron al Inter su tercera Copa de Europa, tras las conseguidas en 1964 y 1965, y el tercer título de una temporada mágica en la que, como el Barcelona el año pasado, sumó el triplete: Liga, Copa y Liga de Campeones.

Apostada en el fondo norte, la multitud del Inter, amontonada y pasional, celebró al Príncipe desde los minutos iniciales. El jugador que recibía el título aristocrático era Milito, que es de todo menos un modelo de elegancia. Tiene un punto desgarbado, la nariz grande y la mirada aparentemente perdida. Puro engaño. Milito sigue las evoluciones de su equipo con atención de cirujano. Su complicidad con Sneijder y Eto’o destrozó al Bayern.

El Bayern tiene el aroma de los equipos de otra época. Canteranos como Müller y Badstuber, recién salidos de los campos de Tercera, líderes de largo aliento como Van Bommel, una figura encarnada en Robben, y un entrenador paternalista y ortodoxo como Van Gaal. Juega bien pero tiene un punto de ingenuidad.

Le faltan especialistas de categoría en casi todas las líneas. Precisamente lo que tuvo ayer su adversario. El Inter es un tratado del buen oficio. Un grupo de gente muy madura que sabe cómo se solucionan los problemas.

Hay entrenadores, como Van Gaal, que deben ejercer cierta labor didáctica para dar un tono competitivo a sus conjuntos. En este sentido, el trabajo de Mourinho debe ser más sencillo. Julio César, Samuel, Cambiasso, Eto’o, Sneijder y Milito se las saben todas. Resolvieron la final en las dos áreas. Con puño de hierro y dos fogonazos de Milito.

El Bayern respondió con vehemencia y corazón. Tuvo en Robben a su máximo exponente. Como Garrincha en Brasil durante el Mundial de Chile, como Conti en la Roma de los ochenta, como Gainza en el Athletic de la posguerra, Arjen Robben es uno de esos extremos que ponen a girar a sus equipos alrededor de la raya de pintura blanca.

Es uno de esos casos raros cuya posición esquinada no le impide ejercer una influencia imposible de resistir. El holandés no necesitó ocupar el eje del campo en el Bayern para que todo el equipo girase a su alrededor.

Estuviera o no Frank Ribéry, su principal socio en el ataque esta temporada, el equipo siguió el guión de Robben. Fue una excepción histórica en el Bayern, que nunca jugó con un extremo tan dominante.

No es casual que el entrenador, Louis Van Gaal, sea un representante ilustre de la escuela del Ajax. Ayer el técnico dispuso un dibujo de 4-2-3-1 para dar vuelo a sus bandas y Robben no tardó en ponerse manos a la obra. Puso en la mira a Chivu, y el rumano se convirtió en la figura más doliente del partido. Su gorro protector siguió a duras penas los quiebros y requiebros de la zurda de Robben.

«A Mourinho sólo le interesa ganar», dijo Robben en la víspera del partido. «Nosotros queremos hacerlo siempre jugando bien al fútbol». Ayer se convirtió en una especie de líder espiritual de este Bayern.

Su voz se escuchó en las conferencias de prensa y en el campo, ayer, donde no paró de dirigir a sus compañeros. A Olic lo mandaba a presionar la salida de los centrales del Inter, a Schweinsteiger le apuntaba los desmarques, y así sucesivamente. Su vocación de mando impregnó a todos sus compañeros, que, en caso de duda, siempre le buscaron.

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