TAREA PUBLICA
Por: CARLOS OROZCO GALEANA
Se habla mucho de los efectos nocivos que tiene la corrupción para la sociedad y se sabe incluso los altos costos que el país paga por padecerla.
No en balde, el presidente Andrés Manuel López Obrador, que irá a hablar próximamente a la ONU sobre ella, abordó el problema desde su campaña y desde 18 años atrás lo citó como una de las causas principales de las desgracias del país. Con tanta información que se posee ahora, ha identificado que la corrupción está en todos los sectores del gobierno federal, en gobiernos estatales y municipales y como no podría ser de otra forma, también en la estructura familiar, que es de donde proceden dirigentes y gobernantes.
Digo esto último luego de leer un reportaje de La Jornada, que recoge la presencia de Emilio Lozoya en el Reclusorio Norte en donde ya está recluido debido a que tiene, según el juez, dinero y contactos para fugarse cuando lo hubiese deseado y por ello no se quiso correr riesgos ante esa posibilidad.
Lozoya cometió un error de cálculo que le resultó muy costoso: presumir su impunidad no obstante la buena fe de la Fiscalía (Amlo) que le permitió 15 meses de libertad sin que él hiciera un esfuerzo para corresponder al beneficio de gozo de libertad. Este hombre lleva varios años exhibiendo a las instituciones en forma grosera, porque “ha sido interpretado por los ciudadanos como que ciertas personas imputadas en casos sensibles pueden obtener medidas cautelares y otras no”. Y en efecto, su cena con empresarios en un restaurante de postín, es una muestra de que ese hombre no tiene escrúpulos y no consideró que su conducta significaría una burla para el propio presidente de la república y el fiscal carnal Gertz Manero. Además, el juez culpó a Lozoya de no hacer lo necesario para reparar el daño y de alargar el proceso en forma injustificada.
Al margen de todo lo que significa para la justicia y para la imagen del actual régimen, salta a la vista cómo a los hombres del poder que ceden a la tentación usarlo para enriquecerse, no les importa arrastrar en sus ambiciones a familiares y compañeros de viaje, tal como lo hizo Lozoya que embarró en sus enjuagues a su hermana y a su propia madre, quien durante la audiencia le demostró su amor y su solidaridad ante su difícil trance ante el juez. La Jornada ( 4 de nov, pag. 5), citó tres veces cómo el exdirector de Pemex se apoyó en su progenitora, “la abrazó y tomó sus manos”.
Yo digo: qué necesidad había, Emilio, de hacer tus triquiñuelas y someter a la vergüenza pública a tu familia, comportamiento que, para ser preciso, suelen tener muchos políticos que en su afán de apropiarse de los bienes ajenos se atreven a usar a familiares ambiciosos a los que emplean de prestanombres. Llevan al baile, también, a amigos queridos que sucumben a la tentación de obtener un patrimonio ilegal pensando que la justicia no los alcanzará jamás. De hecho, estas maniobras son cosa de altos funcionarios y de la mayoría de gobernadores, todos tienen sus redes de operación, negocian contratos con proveedores de los que son propiamente comisionistas o socios. Es decir, usan a particulares para saquear recursos que no pueden salir vía nómina e inventan supuestos servicios al gobierno. Si le rascan como debe ser, el actual gobierno de Colima hallará rápidamente el modus operandi de los saqueadores y podría rescatar millonadas de pesos. De que se puede, si se quiere, se puede.
Si Amlo quiere en verdad combatir a fondo la corrupción debe atreverse a ir específicamente contra exgobernadores, ya sin fuero, y poner la muestra de que su gobierno no es igual a los de antes que solapaban el saqueo del dinero público con mil trampas. Porque a nadie se convence ya con discursos, cuando ex funcionarios ladrones andan libres y disfrutando lo mal habido; por cierto, a la mayoría no se les ve en sus zapatos ni el polvo del camino.
Emilio Lozoya, evidentemente, torció su camino, como tantos otros que se engolosinan con el poder. Su detención y la garantía de que se le someterá luego a juicio, constituye por ahora un bálsamo de justicia y a la vez una enseñanza para muchos que actúan impunemente y con descaro cruel porque creen que jamás la justicia los molestará.
Hay numerosos exgobernadores y algunos que todavía gobiernan, que no hicieron ni hacen bien su trabajo y dedicaron y dedican gran parte de su tiempo no a gobernar practicando valores morales, sino a traficar su influencia, a apropiarse a trasmano de dinero público usando incondicionales a los que también debe castigárseles.
A inicios de los 80, el expresidente Miguel de la Madrid planteó una renovación moral, sabía que la corrupción estaba muy arraigada en el cuerpo social y que si no modificábamos nuestro modo de vivir nos desequilibraría y caeríamos en la degradación. Acertó. Es tiempo, pues, de hacer un hábito el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la integridad, el respeto a la ley .
Por su parte, el presidente Amlo tiene la oportunidad de pasar a la historia como un gobernante que cumplió su palabra, que luchó fuerte para rescatar a la sociedad de un modo de vida que destruye nuestras conciencias y nos condena a vivir en la mediocridad espiritual.
En Colima, la gobernadora Indira Vizcaino está llamada a presidir una nueva época haciendo respetar las leyes para ganar la confianza de todos y darle sentido a la esperanza como una cualidad que nos llevará a una situación de mejoría, de concordia, de felicidad. Miles de colimenses se sienten no solo defraudados sino dolidos por el proceder del exgobernador Ignacio Peralta y esperan de su parte una acción pronta y contundente de su gobierno para devolverle a los colimenses lo que se les haya arrebatado tan a la mala.