Espuma de Mar
Por: Mariana PÉREZ OCHOA
Donald Trump, próximo presidente de E.E.U.U., amenazó con un impuesto del 25% a los productos que vengan de México y Canadá, y que impondrá un arancel adicional del 10% a los productos que tengan China como origen, que según mencionó, impondrá en el primer día que tome posesión.
Esto para combatir la migración irregular y el tráfico de drogas. Si bien es una estrategia ya conocida como parte de su discurso de bravucón, en la práctica no siempre se aterriza.
México, siendo uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos, tiene una relación económica clave con su vecino del norte. Si Trump llegara a cumplir con estas amenazas, el impacto económico sería profundo. Por un lado, incrementaría los precios de los productos importados, afectando directamente la inflación en Estados Unidos y encareciendo la vida de los consumidores estadounidenses. Por otro lado, las economías de México y Canadá también enfrentarían desafíos importantes, ya que estas medidas podrían desestabilizar el comercio establecido bajo el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Desde el inicio de su carrera política, Trump ha mantenido una postura dura hacia la migración, calificando a los migrantes como una amenaza para la seguridad nacional. En su narrativa, insiste en que muchos migrantes que llegan a Estados Unidos son criminales o padecen problemas mentales, culpabilizándolos de la inseguridad y la crisis migratoria que enfrenta el país. Ha empujado a México no sólo por sus ciudadanos que deciden migrar a EUA, sino por ser el camino previo de todos los migrantes latinoamericanos,. Este discurso no solo estigmatiza a las comunidades migrantes, sino que también ignora el aporte significativo de los latinos en Estados Unidos, quienes representan casi el 20% de la población total, alrededor de 65 millones de personas, lo que equivale a ocho veces la población de la ciudad de Nueva York.
Es evidente que estas amenazas forman parte de una estrategia política que busca presionar a sus socios comerciales y afianzar el respaldo de su base electoral. Sin embargo, el efecto de estas medidas, de materializarse, sería contraproducente. En lugar de resolver problemas como la migración o el tráfico de drogas, podría dañar severamente las relaciones económicas y sociales de Estados Unidos con sus vecinos.
Más que imponer sanciones, este es un llamado para iniciar una negociación con ventaja. Los problemas compartidos entre Estados Unidos, México y Canadá no se solucionarán con medidas unilaterales, sino con colaboración, diálogo y una visión conjunta que priorice el bienestar regional sobre los intereses políticos inmediatos.
Ante esto, sumando declaraciones que han relalizado líderes políticos canadienses, México ha respondido firme e incluso de manera defensiva, proponiendo que se retome una negociación para buscar reducir las problemáticas que les afectan en diferente medidas a cada páis, y a su vez, recordando el importante peso que tiene nuestro país es esta relación comercial trilateral. Sin embargo, habría sido más impactante si incluyera propuestas concretas para abordar las problemáticas comunes y marcar una agenda que favorezca los intereses regionales. Esto habría demostrado una mayor capacidad de liderazgo ante un socio complicado como Trump.
Sin duda, el progreso de una región no se construye con muros ni aranceles, sino con puentes de cooperación que enfrenten juntos los desafíos compartidos.