Miniaturas
Por: Rubén Pérez Anguiano*
Las autonomías de ciertas instituciones fueron diseñadas para seguir un camino propio, para servir a la sociedad (y al mismo Estado) sin sufrir la intervención de funcionarios y poderes circunstanciales. Quizás no sea la mejor solución, pero es la mejor disponible hasta el momento.
Claro, para muchos de esos funcionarios circunstanciales la autonomía resulta molesta. Al respecto, no debe olvidarse que una tentación recurrente de todo poder es la expansión, es decir, el llegar a todos los rincones posibles. No siempre logran vulnerar todas las autonomías que encuentran en el camino, pero lo intentan y en el camino las arruinan.
Muchas de las autonomías institucionales del país tuvieron una vida apacible en las últimas décadas, salvo excepciones. En general los protagonistas del poder las respetaron y apreciaron desde lejos, sin meterse con ellas, pero de vez en cuando surge alguien tocado por la ansiedad de la expansión y las enfrenta.
Una de las primeras autonomías de la vida pública mexicana fue la universitaria. La lucha por la autonomía de la universidad nacional fue uno de los grandes capítulos del siglo XX. Esa autonomía terminaría extendiéndose a todas las universidades públicas mexicanas.
Es importante recordar que la lucha autonomista universitaria correspondió a los estudiantes, una generación brillante ligada al vasconcelismo. El joven campeón de esa lucha fue el estudiante de derecho y orador Alejandro Gómez Arias. La autonomía cobraría forma jurídica en 1929: el entonces presidente Emilio Portes Gi promulgaría la Ley Orgánica de la UNAM, que sería ampliada en 1933.
Con el tiempo (sobre todo en los últimos años del siglo pasado), el modelo autónomo se extendió a otras instituciones, hoy esenciales, como el Banco de México, el Instituto Nacional Electoral, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el Instituto Nacional de Transparencia, la Fiscalía General de la República y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social. Muchas instituciones similares a las señaladas existen en las entidades y poseen, también, autonomía: fiscalías locales, institutos de transparencia, comisiones de derechos humanos, en fin.
El presidente Andrés Manuel destaca, mucho más que cualquiera de los gobiernos recientes, por colocar en el debate público a las instituciones autónomas y por adelantar jugadas para vulnerarlas. Algunos ven allí la intención por eliminar todo contrapeso a su poder. Los golpes del presidente se conducen por la vía legislativa o por el control financiero.
Los argumentos proporcionados por el presidente no son muy elaborados: todo se agota en lo que puede ser fácilmente asimilable por la opinión pública promedio, el dispendio. Los órganos autónomos, a su juicio, no sirven para nada, defienden intereses, simulan, en fin, pero sobre todo son costosos, muy costosos.
Los avances presidenciales hacia las autonomías no tocan todavía a las universidades, que se mantienen dueñas de sí mismas, pero de vez en cuando surgen opiniones incómodas. Hace unos días, por ejemplo, el presidente opinó que con el nuevo rector de la UNAM “no hay cambio” y acusó que la principal universidad del país se volvió “elitista”. Al respecto ya expresó respuestas puntuales y bien fundamentadas el rector electo, Leonardo Lomelí.
En fin, las universidades son uno de los últimos muros de resistencia contra la injerencia de los intereses circunstanciales e inmediatos. Ojalá no formen parte de la agenda de “cambios” de los siguientes años. Ya aparecen por allí algunas señales inquietantes, como en Sinaloa.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.