TAREA PUBLICA
Por: Carlos OROZCO GALEANA
Sigo impresionado aún por los actos violentos del fin de semana pasado en el estadio Corregidora de Querétaro, una jornada sangrienta, la barbarie propiamente dicha, donde cientos de mexicanos violentos se pusieron unos contra otros con una saña inaudita, a los que no importó que, en medio de la trifulca, hubiera niños y mujeres angustiadas por lo que presenciaban. Resultó triste ver cómo padres de familia tuvieron que quitarle las playeras a sus hijos pequeños para que no fueran golpeados por la turba solo por ser del equipo rival.
Observé como malos mexicanos, con absoluta cobardía, en montón, golpeaban salvajemente a placer a personas caídas, o casi desmayadas con objetos de metal sin que autoridad alguna interviniera. El caos se apoderó del estadio y produjo inicialmente un ambiente de sorpresa y luego de desolación al término de las hostilidades.
Esa muchedumbre excitada y orientada hacia el mal tuvo por finalidad asestar golpes duros a la integridad de personas y familias, fue una acción brutal movida por resortes primitivos, y por ello es detestable, abominable, destructora. Resulta obvio destacar que la turba del estadio Corregidora no se conformó por personas con educación, con una moral de respeto hacia los demás; se comportó con brutalidad, forma grosera peculiar de la acción multitudinaria.
Al momento de escribir estas líneas, no se sabe si finalmente hubo muertos o no pero sí varios heridos de gravedad sin contar a los que fueron a clínicas privadas o simplemente regresaron, heridos, a su lugar de origen. Sin embargo, autoridades de la FMF y el propio gobernador queretano, reportaron incidentes sin consecuencias fatales. En los días siguientes se sabrá la verdad de lo acontecido.
Cala hondo, en el corazón de los mexicanos de bien, tanta violencia. No solo se está viviendo en el ámbito del narcotráfico, sino que ahora esa violencia trasciende como producto de una gran descomposición en diversos espacios de la vida diaria. Muchos de los políticos, que debieran unir, trabajar por la paz, promueven el odio y tienen parte que ver en las causas de toda barbarie. El futbol, ese pasatiempo que otorga expectación y genera alegría en la mayoría de aficionados y en cientos de miles de hogares, se ha transformado en un campo de batalla donde emergen los más insanos sentimientos.
México es un país enfermo. Desde cualquier otro país, se divisa que nuestros gobiernos han fracasado en construir una cultura de valores orientada al respeto del otro y hacia la consecución de la armonía; muestra un sistema escolar insuficiente y tardío en algunas de sus dimensiones porque las oportunidades no son para todos en términos de equidad y calidad. De los que no van a la escuela desde pequeños, puede esperarse que caigan en situaciones de riesgo y opten por una vida gris y afín a la violencia siendo jóvenes. Ofrece además la imagen de una estructura dirigente del futbol en manos de negociantes a los que poco importa el desarrollo del deporte y el surgimiento de las necesarias figuras que surtan a nuestro balompié por dar preferencia a la contratación de futbolistas de bajo nivel de Sudamérica y Centroamérica que, en otras ligas más exigentes, no saldrían ni a la banca. Pero aquí, desplazan a los mexicanos.
Eso sí, le importa más a la clase dirigente voraz de nuestro futbol los dólares que recaban periódicamente en Estados Unidos cuando enfrenta la Selección Nacional a equipos, débiles y mediocres que no benefician en nada a la competitividad del futbol mexicano. Para muchos de ellos, que en sus países obtienen poco dinero por jugar, hacerlo aquí es la gloria deportiva mayor en términos económicos. En 5 años se vuelven millonarios los más maletas. Esa clase, digo, ha fracasado en organizar la seguridad en los estadios y fuera de ellos para garantizar que el espectáculo sirva de un verdadero entretenimiento y de lugar a la satisfacción de los concurrentes.
Urge aplicar leyes y reglamentos para recuperar la esencia de ese deporte. No suena disparatado establecer la figura de un Comisionado, como se usa en Estados Unidos y otros países, revestido de autoridad y respetado por todos, capaz de aplicar normas con un sentido general sin beneficiar a grupos de interés.
Si no se pone orden, se matará a la gallina de los huevos de oro, la gente dejará de ir a los estadios, los comerciantes se anunciarán menos en los espacios radiofónicos y televisivos, y mermarán las ganancias de los clubes. Desde luego, resultarán afectados también los futbolistas, acostumbrados a recibir buena paga aunque no den resultados positivos.
Pero ante todo, urge dar con los responsables de esa barbarie queretana y castigarlos como se debe. No puede haber impunidad cuando se agrede tan salvajemente a personas y se instaura la violencia como una expresión tan brutal. Y de pasada, ha de averiguarse si tuvieron algo que ver mafias de delincuentes pues hay opiniones varias en el sentido de que ese episodio fue planeado por ellas.
AMLO ha dicho, por enésima vez, que urge la pacificación nacional y una nueva moralidad, pero es voz en el desierto. Muchos mexicanos tienen los oídos tapados por la cerilla de la maldad y el egoísmo. La repartición de abrazos está resultando una maniobra costosa en vidas humanas y en recursos económicos, cada vez más destinado a la seguridad pública que a la educación. ¿A dónde iremos a parar, entonces, con tanta violencia de por medio ?