CLEOPATRA

PARA PENSAR
Por: Carlos M. HERNÁNDEZ SUÁREZ 

Le puse Cleopatra (Cleo para los amigos) porque me imagino que así era Cleopatra: inteligente, ágil, independiente, sociable, hermosa. Su historia es una historia de violencia. Este no es un cuento, es una historia verídica, y son testigos Miny, Elena y Néstor.

Estoy seguro de que a Cleo la abandonaron cuando se embarazó, como castigo. Ahí la abandonaron en un lote baldío, que, al estar cercado, al menos alejó a sus crías de los perros. Así lo creo porque no se comporta como un gato nacido en la calle. Cleo ya tuvo un hogar: es muy social, no rehúye a los extraños y disfruta cuando hay visita en la casa.

La vi por primera vez caminando cerca de un lote baldío. Salió a encontrarme. La acaricié y desapareció por una rendija, solo para regresar un momento más tarde con un gatito recién nacido en el hocico, que puso a mis pies. Repitió eso otras tres veces. Fui por un poco de leche y se la puse en un recipiente. Al día siguiente, había una caja de zapatos; los gatos estaban ahí, merodeando a su alrededor. Cleo no se daba abasto poniéndolos en orden. Había un poco de comida que alguien más había dejado.

Al día siguiente, la caja no estaba ahí, solo Cleo, y los gatitos no aparecían por ningún lado. Por la noche, la Cleo estaba afuera de mi casa y la dejé entrar. Ya nunca salió de mi casa. Pero eso sí: todas las tardes, regresaba al lote baldío a buscar a sus hijos. Se quedaba horas maullando, hasta que, cansada, regresaba a la casa.

Un día, llegó alguien al que voy a llamar José Luis, buscando trabajo en la casa. Siempre lo hacía y siempre le daba algo: cortar el pasto, podar el árbol afuera de la casa, cualquier cosa (que siempre hacía mal hecha, porque siempre tenía prisa). Yo lo hacía por apoyarlo.

La última ocasión que lo vi, mientras podaba, me dijo:

—Patrón, usted quiere mucho a los animales, ¿verdad?

Le contesté que, más que quererlos, no me gustaba el trato que recibían los animales callejeros y que, bueno, era por eso. Entonces me soltó una confesión:

—Patrón, me da pena decirle, pero ¿qué cree? El otro día, una señora que vive ahí me pagó 50 pesos para que tirara unos gatitos que estaban en una caja, y pues, ¿qué quiere que haga? Alláaaa los llevé bien lejos a tirar.

No dije nada. Conocía a la persona que le pagó (apenas crucé palabra un par de veces con ella mientras vivió ahí). Me puse a pensar en este mundo. Qué bueno que la Cleo, que andaba por ahí, no lo escuchó.

El otro día, platicando con Miny mientras tomaba un café y le contaba esa historia, me dijo:

—A ese joven, José Luis, yo también lo conocía. Lo mataron hace un mes, le dieron tres balazos, quedó tirado casi enfrente de mi casa.

Yo me pregunto: ¿También pagaron por deshacerse del pobre José Luis?