CONVERSION HUMANITARIA

TAREA PUBLICA
Por: CARLOS OROZCO GALEANA

En su mensaje de Cuaresma del 2022, el Papa Francisco  invitó a los fieles de la Iglesia, a ustedes y a mí, “a sembrar semillas de bondad, a que no nos cansemos de  hacer el bien, porque si no es así desfallecemos; de esa forma,  cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

Partiendo de la imagen de la siembra y la cosecha, el papa señala que la Cuaresma  invita a la conversión, a un cambio de mentalidad, para que la verdad y la belleza de la vida se encuentren no tanto en el poseer como en el dar, no tanto en el acumular como en el sembrar y compartir el bien. Es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado, expuso.

En unas cuentas líneas, el papa Francisco muestra claramente cuál y cómo ha de ser ese cambio espiritual que propone, ha de ser el de centralizar la vida misma en Jesús, compartir su doctrina, seguir su estilo,  desocupar el ego para que el actúe.

Con  frecuencia inusitada prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21) sin saber que esa noche se despediría del mundo.

La Cuaresma  invita a vivir de manera tal que se refleje en los actos un corazón bueno, a olvidarse de los agravios, a perdonar, a no caer en envidias que solo pudren el corazón.   No puede verse cómo alguna persona descuella en sus actividades y logra cierta estabilidad económica porque no faltará quienes lo acusen de cualquier cosa para, así, por envidia, causarle daño moral a veces de consecuencias incalculables.  A menudo, por la envidia  connatural a la condición humana,  se estremece la humanidad en cada acto perverso. La vida, hoy, en naciones estrujadas por la violencia criminal, no cuenta mucho, y menos como se ha comprobado en México, la de comunicadores.

Florecen las bajas pasiones como hierba mala hoy en día. Estamos atrapados en escenarios de crueldad, de impiedad; tenemos ante nuestros ojos una realidad difícil de asimilar; estamos perturbados por la presencia del mal y del odio en cada ejecución material cobarde de un ser humano, en cada descalificación en el ámbito de la política, en cada  agravio de unos contra otros, en la acción voraz por el dinero logrado a costa de las instituciones públicas,  en la simulación democrática de los del poder, en cada acto impune.

Esa llamada papal a sembrar el bien no hay que verla  como un peso sino  como una gracia ( como él dice)  con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda. ¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Responde el papa:  Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral. “No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo.”

Si hay un  corazón abierto, hágase un ejercicio cuaresmal completo, que sirva para renovar nuestro interior, que nuestros actos proyecten  en los demás el amor que Dios tiene a cada cual. Pensemos, fundamentalmente, como  dice el padre Ignacio Larrañaga, “que haría Jesús en mi lugar” en relación a lo que la vida diaria nos pone por delante para que actuemos. Seguro y que si nos preguntamos eso cuando tengamos que proceder a algo, modificaremos nuestros criterios y los orientaremos de tal modo que produzcan un bien.

Si introyectamos tal aspiración, seguro que nuestro Espíritu estará disponible a actuar en función del bien a los otros; se esfumarán, como por arte de magia, los malos augurios, los malos pensamientos, las malas pasiones.

Esta Semana Santa es tiempo adecuado para renovar el corazón, para reconciliarnos con nosotros mismos.  Merecemos, en la selva de sentimientos que es la vida, el sosiego necesario que nos permita   el ejercicio de los valores que nos han inculcado nuestros padres y que quizás estén olvidados en un rincón oscuro de nuestro interior.

Y no se olvide que las buenas obras están por delante de la fe titubeante, de la fe infantil, de ahí que los católicos han de vivir en  congruencia con su religión como hábito perenne, porque esa es la mejor forma de replicar el amor de Dios en los hombres.