Por: Avelino Gómez
Encierro o contagio
El mexicano promedio no está hecho para el encierro. Poner en cuarentena a una familia en su propia casa es como condenarla a un juego extremo.
Sólo el primo Ruperto, que escribe y lee poesía y cuya vida social se reduce a cero, es capaz de soportar una encerrona así. El resto de la familia, si es que sobrevive, habrá de padecer secuelas psicológicas de por vida. Pero la contingencia sanitaria no deja margen alguno: encierro o contagio.
En un país cuyos habitantes estamos dispuestos a correr los riesgos más descabellados, la advertencia de no salir a la calle parece casi un desafío. Hay, además, un gran sector poblacional que no puede permitirse el enclaustramiento. O salen a trabajar o no hay pan en la mesa. Es esta gente, la que planta cara y vida a situaciones adversas, quienes nos sobrevivirán a todos. Lo juro.
En cambio, para quienes están encerrados su mayor preocupación es —por ahora— el aburrimiento. A nuestra clase media no le gusta estar aburrida, así que gasta una buena parte de sus ingresos en el entretenimiento facilón y sedentario. No me excluyo. Los señalamientos a los cuestionables hábitos clasemediero me delatan como practicante de los mismos.
Netflix, o cualquier otra opción de televisión streaming, es la tabla de salvación para quienes no quieren (queremos) morir de aburrimiento. Curiosa frase ésta la de “morir de aburrimiento”. Y más curioso es decirla en medio de una pandemia. Pues ahora mismo, entérese, hay gente que muere de aburrimiento, O ya murió. Vaya usted a saber.
Ante esta otra pandemia de “aburrición”, han sido los artistas y los creadores quienes decidieron dar batalla en el frente creativo. Las redes sociales se colmaron de videos, cuadros, poemas, fotografías, conciertos y demás. La solidaridad hizo que hubiera, en los primeros días de la contingencia, oferta cultural y artística en la pantalla de los teléfonos. Ya pasó una semana, y los encerrados siguen aburridos. No hay modo. Esos hábitos clasemedieros de los que hablaba líneas arriba serán nuestra condena. Los enclaustrados quieren entretenimiento, no reflexión, ni diálogo, ni propuestas estéticas, ni poesía.
En el futuro, cuando los historiadores estudien las condiciones en las que el mexicano moderno enfrentó la primera pandemia del siglo XXI, escribirán que morimos de aburrimiento mientras los músicos tocaban y los poetas declamaban.
Lo reitero: será el primo Ruperto el único en salir cuerdo de la cuarentena.