Por: Citlally VERGARA
Adoro el sabor de las primeras veces. Lo mejor de todo es que la maternidad está repleta de ellas: algunas de miedo y otras vigorizantes.
Cibeles tenía toda la razón: es importantísimo tener amigas mamás.
*Escenario: los hijos gritan y corren en un estado de éxtasis total. Los juguetes están regados por toda la casa, brincan carritos, esquivan paredes. Todo es felicidad. Tres cafés en la mesita, un cerro de pan dulce, agua, lechita materna y una conversación extensa con la intención de «ponerse al día».
Es la primera vez que tengo una cita de juegos (a.k.a. elpuroparoparavernos) y la disfruté muchísimo más de lo que imaginé.
Me reuní con la única amiga mamá que conozco y me acompañó desde el primer trimestre de embarazo. Hablamos de un millón de cosas, todos los temas asobronados entre sí y sin terminar. Y, con todo eso, sentí una de las citas más interesantes y divertidas que he tenido en los últimos meses.
Y es que, claro, intentar tener una conversación redonda es complicado con infantes jugando, cayendo, gritando, llorando y todo lo propio de la edad.
Cuando llegó el final, no pude sentir otra cosa que no fuera felicidad.
Entonces recordé lo que dijo Cibeles sobre la importancia de tener amigas madres con quiénes compartir esta etapa. (Ahora tengo otras amigas mamás, pero tampoco son muchas).
Con mi amiga Mariam encuentro eso: la voz de la experiencia, el amor, el valor de enfrentar las dificultades y salir adelante con una sonrisa.
Porque tiene una manera particular de contar las cosas, haciéndote saber que todo estará bien. Porque, aunque la vida se torne negra, siempre, siempre, hay una salida.
Cada que la veo me pasa lo mismo, me llena de energía, de luz, de paz. Sin que lo intente, me ofrece esa sensación de tranquilidad materna y me llena de valor. Me hace sentir que, efectivamente, soy fuerte.
Para eso es la tribu, claro. Porque en esas otras madres, a veces, encuentras el empujón que faltaba, la mirada, la escucha, el valor, el cariño, la autoafirmación.
Se que ella me admira porque lo dice y lo demuestra. Yo a ella también, aunque creo que nunca se lo he dicho.
Ella entrega todo, comparte, da, escucha, está, abraza y se preocupa. En esta aventura materna ese «¡Ay nena!, claro, jajaja», el «a mí también me pasó, me sentí igual», ha sido la ventana por la que entra una ráfaga de aire fresco [con olor a romero].
A veces escuchar a otras madres te hace darte cuenta de que tus «problemas» no son tan graves o pensar «si ella puede con eso, entonces yo puedo con mi mío». Supongo que se debe sentir igual del otro lado.
A veces solo una compañera en igualdad de condiciones puede darte lo indicado.
Hoy no le pido más a la vida. Me siento plena. Estoy sentada en el caos, entre juguetes regados, trozos de pan, risas y silencio. Y, ¿saben? Se siente genial.