#CrónicasMaternas: el camino de la crianza respetuosa

Ayer platiqué con el señor Héctor. Fue una charla algo extensa, pero intentaré resumirla en puntos básicos y en un solo tema, porque se tocaron varios.

Empezó destacando lo platicadora de La Infanta, se emocionó cuando lo llamó por su nombre y bueno… la charla se fue extendiendo hasta preguntarme cómo le hacía para que entendiera y fuera tan lista.

Me contó que tiene una nieta un poco mayor que La Infanta, pero que es completamente diferente, incluso mencionó que le falta disciplina, límites o algo.

Entonces fue cuando me preguntó: ¿usted, señora, cómo le hace?

(Empezando por aclarar que, muy a mi pesar ya me resigné con eso del Señora). Le expliqué que con La Infanta práctico la crianza respetuosa (quéseso, dirán ustedes), el amor, la explicación y siempre abogo por su capacidad o entendimiento.

Le dije que a veces, en nuestro razonamiento adulto solemos menospreciar la postura de los niños y niñas, creyendo que aún les falta, que no son capaces o que no son cosas para su edad.

Los niños y las niñas son capaces de hablar de todo, todo aquello que les interese, claro y sus intereses irán en razón de los ofrecimientos del entorno.

Es claro que un niño pregunta, pregunta todo lo que puede y quiere, todos lo hacen. Pero si un niño o niña, siente que no es atendido, que no le hacen caso, que no tiene sentido, entonces dejará de preguntar.

Esto pasa desde el inicio, cuando incluso boruquean o apuntan cosas buscando un nombre, desde ahí (y desde antes, claro) se construye su razonamiento y el que será su comunicación verbal y no verbal.

Yo hablo hasta dormida, así que imagínense que a la infanta le hablo desde que era una célula que se multiplica, un cigoto, un embrión, un feto ingeniero, una recién nacida, una Infanta.

Recuerdo clarísimo la primera vez que tuvimos una pregunta-respuesta, la expresión de su rostro y la satisfacción de pensar “mi mamá me entendió qué le quise decir”. Ahora soy traductora especializada en La Infanta, pero no recibo regalías por su desarrollo. En fin.

¿Cómo le hace?, preguntó Don Héctor. Pues agarrar paciencia del universo y estar, atender, responder y acompañar.

Le dije que no siempre tengo la paciencia, pues claro, somos humanos y tenemos días difíciles. (Y más con esta cobertura noticiosa de contingencia que no termina [porque alguien o alguien-es no se quedan en su casa ¬¬ ]).

Pero en los momentos difíciles o de berrinche con La Infanta pienso que el adulto soy yo, y quien enseña cómo abordar las emociones desde el ejemplo soy yo (yo y todas las personas alrededor).

¿Y entonces, no la regaña? Sí la regaño y le llamo la atención. ¿No le pega? No.

¿Pero hace berrinche y qué hace? Pues depende de lo que sea: si es algo pequeño, le ofrezco opciones y cambia la decisión. Si es algo más específico o algo que quiere hacer y en ese momento no se puede, como cuando llora, grita y se sienta en el piso, me quiere pegar o rasguñar, damos el espacio, esperamos a que pase y anunciamos que estaremos ahí cuando todo esté más tranquilo. “Cuando te sientas más tranquila podemos hablar”. Y ya, cuando pasa abrazamos o damos chichita, porque siempre pide La Chichi de La Paz.

Entonces ¿amor o disciplina? Amor, Héctor, siempre amor .

Pero uno no vive de amor, Señora. Pues no, lo sé (no soy tonta, pensé) Pero yo prefiero que tenga un abrazo y mi compañía en esos momentos difíciles. Que cuando termine la crisis sepa que estoy ahí para escucharle. Cuando pasa, le explicó con calma qué pasó, por qué no se puede hacer aquello que quería y nos abrazamos. Fin.

A ver, don Héctor, apoco a usted no le ha pasado que tiene un mal día y solo quiere llegar a casa y recibir un abrazo o un beso y ya. Que todo termine. Pues sí, sí me pasa.

¿Ve? El problema es que nos enseñaron a callar, a sentirnos tristes o frustrados y permanecer “solos en el cuarto hasta que se te pase”. Y en ese cuarto vacío estamos ahí llorando sin entender que pasa, sin saber como salir de esa emoción y, además, regañados porque hicimos algo que no entendemos completamente qué es.

Y bueno, pa’ qué les repito que por eso estamos aquí todos adultotes en terapia…

(Don Héctor que ya tiene rato que apagó el carro para platicar a gusto)

No nos educaron así, entonces ofrecer otra educación se nos complica mucho, porque no sabemos cómo, pero eso no significa que no podamos hacerlo.

Después me dijo: si, pero usted es feliz y le va bien.

¿Y de dónde saca eso? Ahora sí lo estoy. Pero a inicios de año comencé a ir a terapia justamente porque no me sentía bien. ¿Avedá?

En fin, aquí el rollo se empezó a tornar hacia otro lado y bueno, parece que Don Héctor se siente un poco culpable con sus hijos por un divorcio y busca algún camino para enmendar lo que él considera que fueron errores que dañaron profundamente su desarrollo.

Pero lo que rescato aquí es que, así como el amable del Señor Héctor, hay muchos papás y mamás que no saben que pueden hacer las cosas distinto, que los niños y las niñas son seres humanos completos en una etapa de su desarrollo (como ya lo he dicho antes) y que todo lo que ofrezcamos en esta etapa serán los cimientos de un adulto autosuficiente emocionalmente y lo que usted guste agregar.

Es como el clásico de que los niños y las niñas son esponjas, pero para que atraigan conocimiento, debe haber algo qué absorber a su alrededor y, considero, que es nuestra responsabilidad/obligación ofrecer opciones para que ellos elijan su camino.

Se nota cuando un niño o niña tiene opciones y se le toma en cuenta, tienen una forma segura de hablar, de expresar opiniones y suelen ser calificados como «mandones».

Yo sé que el camino de la autosuficiencia es un poco más lento, pero es profundo y seguro. Se que dejarla comer sola la cena va a tardar 40 minutos más de lo normal, pero a la larga ella dejará de necesitar de mí para ello. Así en la vida.

El camino de la crianza respetuosa es difícil porque no tenemos un guía o un ejemplo a seguir y nos enfrentamos a que los testigos alrededor duden de nuestra autoridad.

Sin embargo, creo firmemente que este lazo que construimos día a día, verá sus frutos en una adolescencia compartida. Aquella que me hubiera gustado vivir hace 15 años. Con una casa donde sepa que existe la confianza para compartir los triunfos, los miedos, las inseguridades. Que a pesar de que crea que le voy a decir que no, tenga la confianza de exponer su idea, porque sabe que su opinión tiene valor. Un espacio que sienta seguro.

Mientras tanto… ofreceré todo lo que la vida me permita, abrazaré y besaré todas las veces que se deje, sobaré cada caída, cuidaré cada sueño… hasta que deje de necesitar llamarme “mamá”.

#CrónicasMaternas: del desapego a lo material