Odio, aborrezco, me enerva con toda mi alma que la Infanta Jaguar (que ya no es bebé) se enferme. Me repurga las tripas, me pone de malas.
Puedo con un moco, puedo con un vómito ocasional, pero me mata que le dé fiebre, me pone en modo de combate, me acelera, me estresa y me agota.
Hoy vamos a la mitad de lo que será un tratamiento para alergia, porque la casa (la mía que no es suya por muy mexicanos que seamos) sigue llena de polvo por el cambio de drenaje en la colonia.
En lo que va de esta temporada invernal 2019-2020 ya llevamos tres enfermedades.
Empezamos con todo: influenza, bronquitis y rinofaringitis. Aún nos quedan varios meses de partirle el queso a los malditos microbios (estúpidos perros), pero vamos bien.
La Infanta anda como si nada y hasta aprendió a sostener el nebulizador sin ayuda de mamá y sin moverse del asiento; pero después de un mes de darle medicamentos varios, ya ve el dosificador y se tira al piso a llorar.
¡Ah!, porque, además, empezamos a vislumbrar los mal llamados “Terribles Dos” y cualquier cosa que limite su capacidad intelectual o motriz es motivo de llanto.
Así que bienvenidas sean las escenas en el súper, las miradas reprobatorias de los transeúntes (que me hacen menos que cosquillas), los llantos inconsolables por cosas absurdas como “no dejarle comer caca de perro”, etcétera.
Pero volvamos a lo otro, que a Doña María Machetes aún le quedan unos meses para los dos años…
Lo que más aborrezco de cuando enferma bebé (que ya no es bebé, chingado) es que indudablemente le cambia la cara, crece o aprende a decir algo nuevo.
Hurgando en mis archivos me encontré un post en Facebook, de cuando bebé sí era bebé y tenía 8 meses, donde decía que en ese tiempo -al menos- le había cambiado la cara unas 5 veces, de manera clara que no sólo yo notaba.
“Es pesado, si. Pero en este juego del ying-yang el universo le quita la salud tres días y nos regala nuevas habilidades o destrezas. Hoy, por ejemplo, me abrazó por voluntad y se tendió sobre mi vientre para estar. Después leímos un libro, prestó atención y preguntó con gorgoteos el nombre de las imágenes. Estúpido bicho. Bendita sinópsis.”
Ahora, después de los días (casi un mes) que tuvo una enfermedad tras otras, su vocabulario y su dicción mejoró en un 30 por ciento (mi cerebro dice 50, pero ese es mi complejo de mamá osa hablando).
Ahora dice claramente “caballo” (son tres sílabas, gente, eso es mucho para un diecinuevemesino), reconoce a más de 20 personas por nombre, se despide diciendo “adiós, fulanito, perenganita” y me da muestras de cariño, me abraza y me besa porque quiere, entre otras habilidades que me encantan y asustan, en partes iguales.
Odio, odio de verdad que se enferme, pero también me siento gigantemente orgullosa de ver cómo ha crecido y cómo es tan (pinche) inteligente.
Se que renegaré mucho con su carácter aventado e imperioso en su adolescencia, pero esa batalla dejémosla para después.
Ahora me limitaré a intentar recuperar un poco de paz mental y desinflamar estos músculos tensos de tantos días de estrés.
Send chocolates y café.
Pd. ¡Felices fiestas! Y abriguen a sus bebés.