EN MI HUMILDE OPINIÓN
Por: Noé GUERRA PIMENTEL
En su Anecdotario Político Colimense, editado en 1976, Ismael Aguayo Figueroa nos regala una crónica sobre una situación que se vivió en nuestra entidad en 1935.
Fue aquella en la que el ganador de la elección para gobernador no fue el gobernador electo, fue José Reyes Pimentel, un profesor quien surgió como el candidato oficial, el favorito del gobernador Salvador Saucedo. Todo se dispuso para la jornada electoral a verificarse el primer domingo de julio de 1935, hará 90 años. Lázaro Cárdenas (1934-1940) con unos meses en el poder ya se estrenaba con la primera elección estatal.
Reyes Pimentel, además del apoyo del ejecutivo también gozaba de la simpatía de la gente, tenía gran aceptación, era un personaje bien estimado en su condición docente y en aquel momento como inspector escolar federal, era extrovertido, dicharachero, dueño de una vasta cultura, bromista, lo que lo hacía un individuo popular con la bandera del Partido Liberal Colimense. Él mismo hizo su campaña, recorría las calles, sacaba a la gente de sus casas, él fue su principal propagandista.
Además del ya mencionado, había otros dos aspirantes, uno de ellos también con muchas simpatías, era Francisco Carrillo Torres, de Comala, quien como aviador militar con grado de coronel había cautivado a muchos que le reconocían valor, arrojo y hasta cierta temeridad. El otro era el teniente coronel Miguel G. Santana, un personaje opaco, sin carisma, casi desconocido y, por tanto, con poca aceptación, pero representando al partido del presidente, al PNR.
En aquella época, como lo explica Aguayo Figueroa, el proceso electoral era diferente al actual. Había una Comisión electoral integrada por escrutadores que se encargaban de la cuenta de votos en los sitios de concentración de los simpatizantes de cada candidato. Los de Carrillo Torres, optaron por el Jardín de la Libertad; los de Santana, en el Jardín Núñez; y, los de Reyes Pimentel, en el Parque Miguel Hidalgo. En cada lugar los votantes hacían fila para votar identificándose uno por uno hasta el último, el candidato que acreditaba a más adeptos en automático era el triunfador.
Aguayo afirma que él, junto con la muchachada, recorrió los tres puestos de votación, uno por candidato, encontrando lo siguiente: En el Libertad, con Carrillo Torres había entusiasmo, pero disperso, no ofrece una cantidad precisa de electores. Del Núñez, el mismo Cronista relata que contabilizó entre 300 y 400 personas formadas como simpatizantes de Santana, pero que la sorpresa fue cuando llegaron al Parque Hidalgo donde la gente se contaba por miles, más de 7 mil, según afirma. Se respiraba la victoria.
Eran otros tiempos en los que en estos eventos eran comunes los enfrentamientos entre partidarios que se disputaban el triunfo a garrotazos, pedradas y hasta balazos; en esa ocasión fue excepcional, todo ocurrió en paz, una verdadera celebración entre música de viento y cuerdas, tacos de birria y barbacoa, aguas frescas y el ponche que a cuál más ofrecieron los candidatos a sus seguidores. Todo muy bien salvo la sorpresiva noticia de que el gobernador no resultó el que evidentemente había ganado, sino el que menos gente tuvo: Miguel G. Santana. Así es, extrañamente y no obstante el acreditado voto mayoritario, Reyes Pimentel no fue gobernador.
Refiere el Cronista que hubo muchos comentarios y que el más socorrido fue el siguiente: que la derrota de Reyes Pimentel se debió a su boca, sí, que una vez, a voz en cuello soltó que: “jamás permitiría que la bota militar mancillara su régimen si llegaba a ser gobernador.” Lo que se tomó como un insulto al Ejército, por lo que el presidente lo llamó para recordarle que él era militar, informándole, además, que: “por así convenir al pueblo de Colima” él, José Reyes Pimentel, no sería gobernador. Como el gobernador Saucedo se insubordinó, los poderes estatales y los ayuntamientos fueron desconocidos, el gobernador interino convocó a elecciones y Miguel G. Santana, candidato único, fue el gobernador. Sin aspavientos el profesor José Reyes Pimentel siguió en el magisterio hasta sus últimos días, obra y gracia del poder presidencial.