De ambisiniestralidades y otras peripecias 

DISLATES
Por: Salvador Silva Padilla
I
En una columna anterior ya había dicho que mi mamá tuvo ocho hijos. Siete de ellos nacimos uno detrás del otro, con un año de diferencia.

Así que para librarse de la pesada carga, en cuanto podíamos dar tres pasos sin caernos, mi mamá nos mandaba a una combinación entre correccional y campo de concentración, eufemísticamente llamado kinder. Allí íbamos de los tres a los seis años, de lunes a viernes, de 9 a 1 y de 4 a 6. El kinder era administrado por dos hermanas: maestras jubiladas. La de la mañana se apoyaba en muletas, mismas que, además de para caminar, las utilizaba como vara de la justicia y repartía garrotazos a quienes se distraían.
Muchos podrían decir que exagero, quizás, pero no demasiado: porque en una ocasión a un compañero de 4 ó 5 años, la maestra lo castigó, haciendo que se hincara en medio del patio a las 12 del día y con los brazos en cruz. Este episodio yo lo había guardado convenientemente en el olvido, hasta que en una película (de la cual no recuerdo su nombre), aparecía un maestro cuyo hobby favorito era aplicar un correctivo semejante al de mi maestra. A sus alumnos (jóvenes universitarios, según recuerdo) los obligaba a hincarse, con los brazos en cruz, y la cereza del pastel era ponerles un tomo de  enciclopedia  en cada mano, obligándolos a que los sostuvieran.
Los que logramos salir vivos de ese kinder, aprendimos, a los 6 años, a leer, escribir, sumar, restar, dividir y multiplicar, pero nada de actividades artísticas: canto, dibujo, baile, ni coordinación psicomotriz. Yo atribuyo esto último (a alguien le debo echar la culpa) a que debí de haber sido zurdo y, a la usanza de la época, «me corrigieron».
II
Mi papá era ambidiestro. Reconocido como un cirujano muy hábil que podía operar con cualquiera de las dos manos, Yo, en cambio, soy ambisiniestro. Me explico: para el futbol solo puedo patear con la zurda. Barro, trapeo y juego billar como zurdo (malísimo, pero como zurdo) Para jugar ping pong o frontenis, solo le pego a la pelota con la derecha. Para el box, no pegaba mi estampillas, pero desconcertaba al enemigo (y a mí mismo) porque podía adoptar de manera indistinta -e inconsciente- cualquiera de las dos guardias. El otro día, mientras me rasuraba, me fijé en el espejo… y, con cierto desconcierto, descubrí que lo hago con la izquierda.
Recuerdo que estaba haciendo mis pininos como catedrático en la entonces Escuela de Letras y Comunicación, junto con Juan Diego Suárez. Ambos dábamos, además de lástima, las materias de «Introducción a los Medios de Difusión», y «Medios de Comunicación Social». Las clases las impartíamos al alimón. En una de las primeras clases, yo estaba tan nervioso que escribí algo en el pizarrón. Lo que apunté fue tan ininteligible, que un alumno -pudo haber sido Topiltzin Ochoa o Raúl Naranjo- comentó que no entendía lo que yo tan brillantemente había escrito. Volteé al pizarrón y me percaté de dos cosas: primero: que lo había escrito con la izquierda, y, segundo, que yo tampoco pude interpretar lo que había apuntado. Le pasé a Juan Diego los trastos para que siguiera con la faena, mientras yo trataba de descifrar -sin éxito- los jeroglíficos que yo mismo había dibujado.
III
Desde primaria y hasta prepa, cuando marchábamos y nos ordenaban flanco derecho, yo solía -por equivocación- dar la vuelta para el otro lado. Cuando manejo estoy tan concentrado en el volante, que Sandy, suele dirigirme (*); y es habitual que cuando me dice, por ejemplo, «la siguiente cuadra a la izquierda» yo me confunda y le dé para el lado contrario. Con paciencia digna de Santa Liduvina, (una Santa que fue «un prodigio de sufrimiento humano y de paciencia heroica», -hagan de cuenta Sandy-), me dice: «era la otra izquierda».  Este remedio se lo voy a pasar a GPS, para que con su atenta voz me oriente adecuadamente y no me pierda ni que, por su culpa, vaya a chocar.
.(*) Un grupúsculo de presuntos amigos que solemos reunirnos en ese templo del saber llamado La Bonita ex Finca de Adobe, dirían que Sandy debería de dirigirme en todas mis diversas actividades cotidianas y no solo cuando manejo.