Dislates
Por: Salvador Silva Padilla
“Algunas veces pienso en lo que los historiadores del futuro dirán de nosotros. Una sola frase será suficiente para definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos.
La Caída, Albert Camus
I
Hay libros que se leen de un tirón, porque uno cae en el vórtice de las palabras, en el hechizo de la narración y el torbellino de las acciones y sentimientos, sucediéndose atropelladamente uno detrás de otro.
En estos relatos, las palabras te embriagan, te seducen y quedas inerme: a merced de la obra y el forcejeo de sus personajes. Recuerdo perfectamente el primer libro que me emborrachó como si hubiera tomado de un trago media botella de mezcal: Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez. Cuyo título completo es, (si se me permite el spoiler): Relato de un náufrago que estuvo diez días en el mar sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Como el lector podrá suponer, no leí el texto para conocer el desenlace. Simplemente me zambullí como si fuera un libro de aventuras (que lo es) y quedé atrapado en la vorágine del océano embravecido, entre tiburones que llegan puntuales a las cinco de la tarde y el cielo estrellado del Caribe .
Recuerdo muy bien esa edición. La portada era dorada: fue, además, el primer libro que tenía un formato «extraño»; era más delgado y alto que el común de los ejemplares que habían caído en mis manos. Eso fue lo primero que me atrajo. Luego, por supuesto el título. Recuerdo que mi papá, llegando a casa, me mostró el libro que de inmediato empecé a leer. Yo debía tener entre 12 y 13 años y no me dormí sino hasta que lo terminé (es un libro de alrededor de 100 páginas). Fue la primera ocasión en que una novela me noqueó. Terminé «groggy» entre la desvelada y la lectura, como si yo mismo hubiera estado a la deriva acompañando a Luis Armando Velasco en su naufragio. Aprendí cómo las noches en el mar pueden ser eternas. En Guadalajara, la madrugada esperó a que terminara de leer, entre tanto, el oscuro silencio del mar apenas era disuelto por los ronquidos de mis hermanos que dormían a mi lado.
II
Otro libro que leí de golpe y que su lectura me raspó la garganta y el alma, fue La Caída de Albert Camus. La novela la compré en la Gonvill de Plaza del Sol y me senté a leer en la primera jardinera que me encontré. De golpe me trasladé al bar Mexico City de Ámsterdam, siendo el interlocutor de Jean Baptiste Clamence.
Iniciaré por lo obvio: la manera de narrar de Camus. Estamos en una conversación de la que sólo escuchamos -leemos- lo que uno de los personajes -Jean Baptiste- dice y, en consecuencia, somos nosotros (cada lector) quien participa directamente en la conversación-confesión de este personaje que se define como un juez-penitente.
Por si ello no fuera suficiente, en las primeras páginas me topé con la frase que sirve de epígrafe a esta columna. Después de leerla, ya no pude soltar la novela sino hasta el final.
La Caída la publicó el escritor argelino, cinco años después del debate que rompió una amistad y admiración que se profesaban Sartre y Camus, a raíz de que éste publicó El Hombre Rebelde, criticando al llamado socialismo real de la URSS que, con la promesa de que un futuro idílico y utópico, sojuzgaba al hombre. Esta discusión (agria y definitiva entre dos pilares del existencialismo y de la cultura francesa en el siglo XX), se dio además en plena Guerra Fría en donde los imperios se repartían el mundo y arrumbaban al resto de los países a un lado o al otro de la jaula.
Así, como en, A puerta Cerrada de Sartre, “el infierno son los otros”, Camus en boca de este nuevo Juan El Bautista anuncia el establecimiento del reino del cinismo con frases como: “Cuando por oficio o por vocación, uno ha meditado mucho sobre el hombre, ocurre que se experimente nostalgia por los primates”.
Por ello ¿Es Camus o Jean Baptiste Clamence quien afirma que el Juicio Final lo tiene sin cuidado, que lo realmente temible es el juicio de los hombres?
Al final, la novela afirma, que si bien, cuando uno intenta rescatar a otra persona son dos quienes podrían salvarse; nos recuerda, sobre todo, que el agua del Sena está muy fría y que siempre será demasiado tarde para el arrepentimiento.
III PAREN PRENSAS
La escritora Irene Vallejo recibirá el 3 de diciembre el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Colima. Justo reconocimiento, sin duda.
Por su parte, el escritor Federico Reyes Heroles presentará su obra Misterios del escritorio. Los comentarios estarán a cargo de Tey Gutiérrez y de Karla Patricia Valdovinos. Ojalá nos puedan acompañar. La cita es en la Casa de la Cultura de Villa de Álvarez el próximo miércoles 4 de diciembre, a partir de las 20:00 horas.
IV
Una última reflexión: Si para Camus el hombre en el siglo XX fornicaba y leía el periódico; el hombre posmoderno, tiene un celular y con él practica sexo virtual. ¿Qué otra definición se les ocurre?