De tarjetas y causas perdidas

DISLATES 
Por: Salvador SILVA PADILLA
I
Hace unos días estaba ensimismado en profundas reflexiones geométrico-temporales, lo que, aunado a que hacía un calor de la fregada, provocaron que mi mente no estuviera lo suficientemente despejada ni concentrada (Dicho con otras palabras: estaba más nango que de costumbre). Esa fue la causa de que cuando fui a sacar dinero del cajero automático se me olvidó retirar la tarjeta. Obvio, me di cuenta de ello, 5 ó 6 horas después.

Me alarmé, recordé que mi mamá le rezaba a San Judas Tadeo, Santo Patrono de las causas perdidas. Ahí las dudas fueron las que me asaltaron. Primero: ¿Una tarjeta perdida puede ser considerada también como causa perdida? Mi mamá murió convencida de que yo era una causa perdida -y quizás por eso era tan devota de Judas, El Bueno- pero… esa situación, que comprendía a mi alma pecadora, ¿se extendía también a cosas de mi propiedad, como por ejemplo, a una tarjeta de débito, a una Banortita? Debía consultarlo con expertos.
Recurrí al chat familiar y ahí Marcia me comentó que San Antonio era el indicado. Héctor me advirtió que San Antonio estaba muy ocupado en su otra chamba (conseguir pareja a quienes le bailen). Entonces otra duda fue la que me asaltó: ¿Acaso San Antonio fue el primer TINDER -y además celestial- que existió en la historia? (*)
Héctor me aconsejó que mejor recurriera a San Pafnuncio. Si usted vive en Guadalajara, puede acudir a la Catedral, su imagen se encuentra entrando luego luego a la derecha. Ahí podrá ser atendido personalmente por el propio Santo. Después de este breviario santoral, continúo:
Como es más fácil rezarle a San Antonio que pronunciar correctamente San Pafnuncio, invoqué al primero. Y el Santo nativo de Padua ¡me hizo el milagro! Preciso: si bien, no hizo que yo recuperara mi tarjeta, sí logró que, a pesar del tiempo transcurrido, -entre las seis horas que tardé en percatarme de que había perdido la tarjeta, más las consultas, rezos y advocaciones, ya iban 9 horas- pudiera cancelar sin incidente alguno mi cuenta. Así, gracias a San Antonio he podido seguir preservando el privilegio personalísimo de ser solamente yo quien continúe haciendo mal uso de mis tarjetas.
Volví a llamar a BANORTE y me dijeron que al día siguiente podía acudir a cualquier sucursal a recoger otro plástico (así les dicen a las tarjetas). El costo en el banco es de 150 pesos más IVA. La otra opción que me dieron es que podía ir a un OXXO y que el costo era de 34 pesos. Estaba tan entusiasmado con la oferta, que acudí al primer OXXO que encontré. Incluso quise comprar de una vez tres plásticos más para las próximas ocasiones que se me perdieran las tarjetas, (podré ser olvidadizo, pero también previsor). Mis sólidos argumentos se tornaron en ruegos y súplicas. Fui tan tenaz y entusiasta en mi petición, que tuvieron que amenazarme con llamar a la policía. Supuse entonces que mi solicitud no era viable y opté por salir de manera apresurada.
II
Creo que fue John K. Galbraith quien dijo que la economía era una ciencia muy útil, pues daba de comer a los economistas. Para que desquiten, necesito que alguien me explique por qué mientras en una sucursal de BANORTE renovar una tarjeta de ese mismo banco cuesta 150 pesos, en un OXXO cueste 34 pesos.
Doblo  la apuesta: estoy dispuesto a invitar una torta de El Venado o de La Polar al primer economista que me explique de manera lógica, racional y sencilla (enfatizo esto último), de manera tal que hasta un comunicador como yo pueda entender el por qué adquirir una tarjeta de BANORTE cuesta CINCO VECES MÁS si la compro en ESE Banco -que es el dueño de las tarjetas y en consecuencia es quien las expide-, que comprarla en un OXXO.
(*) Después de esta herejía, seguramente ya me esperan con las puertas abiertas en el sexto círculo del infierno.