Dejar el mundo atrás

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Por: Rubén Pérez Anguiano*

Disfruté en estos días la película Dejar el mundo atrás (Leave the World Behind, 2023), de suspenso y apocalíptica, lo que ya es interesante, pues todo suspenso nos mantiene expectantes y lo apocalíptico nos obliga a pensar, así sea en lo trágico.

La película posee buenos momentos, como el baile de Julia Roberts y Mahershala Alí, así como algunos pretextos para la reflexión, como la certeza de que la sociedad pende de un hilo, el tecnológico y que es suficiente con arruinar las tecnologías de uso habitual (internet, teléfonos, y en general todo lo que depende de la comunicación satelital) para que llegue el colapso.

Pero lo más aterrador de la película es un mensaje que se cuela por allí y que pasa desapercibido si no se está atento: todos suponen que alguien controla el mundo, pero ¿qué sucede si en realidad nadie lo controla?

Abundemos un poco: los seres humanos creemos que todo tiene dueño y el mundo no puede ser la excepción. Los adictos a la conspiración suponen que un pequeño grupo de notables (sea una secta, un club de millonarios, una agrupación secreta tipo los “illuminati” o incluso un puñado de extraterrestres) mantiene el control absoluto de los destinos humanos y que todo lo que sucede forma parte de un diabólico plan maestro.

Es algo infantil y ridículo, claro, pero muchas personas están convencidas de que así son las cosas. Por cierto, uno de los venenos adictivos de las teorías de la conspiración es que lo ridículo puede sonar inteligente y eso obliga a los crédulos a seguir creyendo, pues así cada bobo se siente parte de algo suspicaz y astuto.

Por desgracia, no sólo los más delirantes teóricos de la conspiración piensan así. En general todos suponemos un relativo grado de control de lo que sucede y otorgamos facultades especiales a las naciones más poderosas o incluso a sus líderes.

Es común adjudicar a Estados Unidos, por ejemplo, el papel de guardián del mundo y es verdad que el mundo sería un lugar más peligroso si no existiera el poder equilibrador de esa nación. Pero, si se revisa la historia reciente, ni siquiera las mejores instituciones de seguridad de los Estados Unidos logran mantener el control de lo que puede suceder y muchos acontecimientos les toman por sorpresa.

Eso no da alivio, al contrario, aterra, pues si tenemos un guardián podemos descansar muchas suposiciones terribles hacia el futuro en él, pero si nadie controla el mundo entonces somos una hoja en manos del destino y nuestro camino es un territorio minado lleno de sorpresas desagradables.

Según la película, algunos poderosos burócratas o financieros, la élite mundial vaya, podrían disponer de cierto acceso a información privilegiada u oportuna, pero nada más. Nadie tiene el control real de lo que sucede y las fuerzas oscuras que rodean y amenazan a la civilización occidental (de la que formamos parte) están bajo un control relativo, casi superficial.

Todos conocemos esas fuerzas que nos amenazan: el fanatismo religioso, los odios tribales, la intolerancia, las perspectivas raciales, los afanes de destruir al otro, en fin, tantos como supone la mitad oscura de nuestra naturaleza.

Así, nos asomamos al futuro, desde este 2024, sin la certeza de un control del mundo, pero quizás eso sea la madurez: saber que todo depende de nosotros y no de alguien más.

 

*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.