Mejor no hubieran cambiado
Carlos Vargas S.
Hace 22 años que apareció Despropósitos por última vez y entonces su título en una columna de política adecuado para señalar excesos o exabruptos de los practicantes de esta actividad y no tanto, como ahora, una redundancia o un sinónimo. Y no se crea que por cambios en el idioma sino porque los políticos están cada vez están más disparatados.
Amén de que todos emplean casi el mismo lenguaje, por cierto muy escueto, pobre más bien y lleno, eso, sí, de modismos, barbarismos y otros muchos ismos, sobre todo tomados a tutiplén de la nuevas tecnologías, que lo hacen chocante a las buenas maneras del decir, pero muy ad hoc a sus necesidades. Puede ser que para los chés argentinos, o el menos para los tangueros, que veinte años no sean nada, pero aquí en materia de grilla barata veintidós sin fueron y muchos y han servido para saber que cada día hacemos peor la cosas.
Es lamentable que esta habla y esta escritura no es sean sino el fiel reflejo de un quehacer como el político, que cada día debiera ser más selectivo y estricto con quienes la ejercen; sin embargo, hoy francamente está deteriorada, destartalada pero al parecer así les funciona mejor. Lejos de los políticos actuales está el estudio riguroso y más lejos el uso sistemático de las disciplinas humanísticas –otrora esencia del servicio a los semejantes con el único fin de propiciar el bien común, es decir, la práctica en todo su esplendor del arte de gobernar. Aquel que Platón instaura, imbuido por las enseñanzas de sus maestros Sócrates y Aristóteles, como base del pensamiento fundamental del hombre público, hace más de dos milenios.
Decíamos que hoy, pese al conocimiento que nos quisieron heredar nuestros ancestros más brillantes de ese arte venido a menos, el político se olvida del cultivo de la oratoria y de las relaciones humanas y sobre todo de la retórica, ya ni se diga del trabajo de influjo sobre las masas; en una palabra, el liderazgo también está en el cajón los trebejos.
Lo que importa en este momento no es la calidad de los mensajes, lo relevante es el llamado marketing político, sin importar si el declarante dijo una barrabasada sino lo aprovechable de su mensaje en unos medios perfectamente controlados y hasta manipulados por los equipos de asesores del representante popular o el funcionario público, que a veces se cuentan por ejércitos. Se soslaya la preparación profesional en aras de la facilidad para la componenda en favor de intereses particulares o de grupos que no son la mayoría. Se vota por hombres y mujeres y no por partidos, aunque son éstos los que los avalan, si no el jugador no juega como hoy se estila. Lo mismo que pasa ente quienes son funcionarios de ciertos niveles y de algunos servidores públicos colocados dónde están el poder y el dinero.
Esta singular y empobrecida conformación de la estructura del político de hoy en día parece obedecer a un signo de los tiempos: hacer las cosas al ai se va, pero hacerlas y todo en ara de dizque cumplirle a la gente, pese a que esta aparente prisa lleve aparejados o mejor dicho enquistados males como la corrupción y el fraude, sin quedar exentos de otros no menos perniciosos como la simulación y el engaño, con los obvios beneficios que le reportan al “servidor público.
En consecuencia, lo que en sus orígenes era una tarea respetada y respetable, y hasta admirada por la entrega que demanda y los esfuerzos intelectuales que significa servir a los demás de manera honesta y vertical, con noble fin de la superación en todos los órdenes de la vida, la encontramos hoy diametralmente y hasta paradójicamente opuesta: no hay que servir sino servirse del prójimo, con base en el fingimiento y las artimañas como armas favoritas, donde la doble cara y la traición estén a la orden del día, donde una obra que debería ser majestuosa aparece enmarcada por miles de parches y sobreprecios, o sean el engaño y el fraude; donde a un lado de las mejores construcciones arquitectónicas, de los jardines más bellos, subyace un basurero prohibido, un foco de contaminación o lo que está de moda, un entierro, o varios y hasta cementerios enteros, que no sólo se quedan ahí sino se riegan por casi todo el territorio nacional, para conformar un mundo subterráneo de vergüenza que es testigo de la guerra contra nadie y contra todos emprendida en suelo mexicano hace más de cinco años e instigada por el más temible y terrible mercenario del mundo, que no es otro Estados Unidos. Ah, y debida y adecuadamente puesta en marcha por uno de esos políticos de este nuevo y malhadado cuño, llegado al máximo puesto de la administración pública.
Ahora sí que nos alcanzó la alternancia, con todo la basura que puede arrastrar pero casi sin ninguno de sus beneficios, como no sea el de estar siempre alertas para que en la calle no nos vaya a tocar balazo, una granada o una pedrada perdida, si es que lograr esa avidez se pude contar en la lista de los logros del ser humano. Habría que hacer una encuesta.