Colima.- Después de las vías del tren existe una forma de vida marginada donde el polígono de El Tívoli es tachado de violento, estigmatizando a la gente de barrio y a la cultura popular.
Sin embargo, al final de la calle, en lo que se le conoce como la 18 de marzo, existe la ‘Fabrica de Innovaciones’, un sitio al que acuden los niños, adolescentes y adultos para convivir y hacer comunidad, partiendo de un eje de cultura de paz.
Al acudir a este polígono enmarcado por las colonias Leobardo M. Gutiérrez, Patios del Ferrocarril, Quinta el Tívoli y Bosques del Sur, la propia gente te dice- ¡Ten mucho cuidado al ir para allá!, ¡Está muy peligroso!, ¡Hay, no, ni vayas!– pues los colimenses lo han catalogado de esa manera, y yo me pregunté ¿por qué?.
Durante varios días me dirigí hacia allá, manejando por la Av. 20 de noviembre, bajando por la calle Medellín, para seguir por la Cristóbal Colón, -al costado el sonido del Río Colima-, pasando por debajo de las vías del tren (un puente rojo), y finalmente siguiendo por la calle 18 de marzo, hasta llegar al lugar antes conocido como la Subestación eléctrica de la Coisión Federal de Electricidad, la cual en los años ochenta fue abandonada y tomada por la delincuencia de la zona.
Al llegar a Fábrica ves todo verde, con un edificio imponente de ladrillos color naranja, con sus terminaciones en picos, hay juegos y una fuente en donde los niños pueden jugar y mojarse.
En el edificio de un costado está un contenedor y comedor comunitario, ese día horneaban buñuelos, de los cuales comí un poco. Por todos lados se veían niños, en los columpios, sentados en las bancas, en los juegos y también perros, los cuales corrían para allá y para acá.
En las canchitas de El Tívoli existe un mural el cual ya lleva tres años, ahí está plasmada la historia del tren de los adultos, los ideales de justicia y libertad, la Virgen de Guadalupe, los futbolistas que pintaron los niños y las rosas que significan cada muerto, cada desaparecido que hay aquí.
Cabe destacar que la calle Belisario Domínguez, que hace esquina con la Fábrica, fue desde los años treinta, hasta antes de los años cincuenta el principal acceso a la ciudad de Colima, por ahí entraban y salían los camiones.
El historiador Noé Guerra Pimentel, quien vivió en el Tívoli del año 1983 al 1989, mencionó que en los años sesenta se estableció esta planta eléctrica, implementada por Francisco Velasco Curiel, al igual que otras dos en El Moralete y en la parte sur de Villa de Álvarez.
En una ocasión, llegué a la zona y me senté en una de las bancas, de inmediato se acercó una niña de entre 6 y 7 años, a jugar en un columpio y sostenía un mango. Se daba vueltas, y sonreía, yo le dije –Hola-, y empezó a contarme un mil cosas. Que su abuelita vendía hielitos, que su color favorito era el rosa, que le gustaba pintar y que todos los días después de la escuela corría para venir a columpiarse.
En la plática, aproveché y le hice varias preguntas, -Oye, ¿aquí en los talleres, qué vienes a hacer?, y me dijo… hacemos trabajos, ahí están haciendo la comida (apuntando hacia el área del comedero), vengo a computación, con gran entusiasmo dijo que lo que más le gusta es bañarse en la fuente, pero también que haya fiestas y carne asada.
Le cuestioné si le gustaba un mural que los talleristas en conjunto con los niños, mamás y abuelos habían pintado, ella me dijo que sí, y que de hecho ella había ayudado a pintar a uno de los jugadores de futbol.
Al momento se fue corriendo. Minutos después ella y una tallerista se sentaron en la banca, para leer un cuento. De manera muy expresiva y al momento que pasaba el tren, con su singular pitido, la niña con los ojos fijos a la historia, se reía y ponía tanta atención.
Aquí se destacan los talleres de narración oral, cuentos, leyendas de El Tívoli que cuentan los abuelitos; el taller de medios audiovisuales, de fotografía con celular y edición de video; cursos de baile urbano y arte circense; así como actividades deportivas y club de tareas; actualmente se implementó el comedor comunitario que tiene 60 adultos y niños inscritos, los cuales todos los días acuden a desayunar y comer.
Anteriormente esta zona era totalmente prohibida para la gente, “hablar de la 18 de marzo, donde están las bodegas abandonadas, era hablar del infierno”, así lo dijo en entrevista Víctor Chí, responsable operativo de la Fábrica de Innovación.
Al acudir con Patricia Victorica Alejandre, directora general del Centro Estatal de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia con Participación Ciudadana, dijo que el Tívoli es una zona que está calificada como conflictiva, a través de estos mecanismos de participación, mediante los cuales se promueve la resolución pacífica de conflictos y la convivencia entre los vecinos, que a veces no se llevan, que los niños y las niñas que habitan esa zona, no normalicen la violencia.
“Es mejor que los jóvenes, niños y mujeres de esa zona estén trabajando en estos temas de prevención, culturales y deportivos que son los que ayudan a inhibir que el tema de la violencia crezca en esa zona”.
En el Centro Estatal se detectó que en esa zona hay una disminución importante del consumo de drogas, debido a la intervención integral.
A partir de la intervención artística y cultural de hace tres años, los talleristas iniciaron a trabajar en lo que son Las canchitas, no techadas, en lo que se le conoce también por la gente que habita aquí, como La calle de la amargura, durante varias sesiones las madres de familia aseguraban que más temprano que tarde se iban a asustar y se iban a ir, así me lo dijo una señora que lleva viviendo 50 años en el Tívoli.
“Pensamos que les iba a dar miedo, y luego la gente, al inicio, veníamos un día, dos no, tres no, y dijimos se van a desesperar porque uno no va. Y no, ni se desesperaron, ni les dio miedo., Tienen una actitud positiva, siempre de buenas para recibir bien a uno (al fondo se escuchan risas de talleristas).”
La señora, sonriendo me dice que ya hay muchos niños rescatados, los cuales ya estaban perdidos, y que probablemente sin este proyecto ya anduvieran en malos pasos.
El proyecto de principio partió desde la premisa de compartir, mediar y tratar de buscar alternativas para ver las diferentes posibilidades de educación artística que solicitaban los niños, los jóvenes y los ancianos.
A conciencia de que no iba a parar la ola de violencia creciente y de marginación con armar a los policías, estos talleristas partieron de que lo que se necesita en un barrio es hacer comunidad, entablar dialogo, mirar a los ojos al otro y decirle: te respeto, te aprecio con todas las fallas y defectos que tengas, pero también con estas grandes talentos y afectos. Explicó Chí.
“Y empezaron a amistarse como lo que son, seres maravillosos, niños que desean soñar, niños que quieren tener los sueños y cosas bonitas que tienen otros niños, ellos dicen de allá, de más allá de las vías, los niños que de repente decían -yo quiero ser cholo, quiero ser sicario-, ahora que han descubierto la fotografía, el cortometraje y la pintura, quieren de repente hacer eso.”
“Desgraciadamente nosotros antes decíamos, es que vienen tres o cuatro horas aquí a las canchitas, y se regresan a su casa, vuelven a la violencia, a los golpes, es más no les damos ni de comer, venían niños que traían una comida al día, o sea bien o mal, gracias a los esfuerzos que se han sumado obtuvimos un comedero comunitario.”
El contexto que enmarca a estas colonias ha sido visto de una manera dramática y caótica, no propiamente delincuencial, sino es resultado de toda la violencia que se ha ejercido desde el gobierno, las instituciones, la misma urbanización, todo esto ha influenciado, llegando al grado en que la gente pensara que esta forma de vivir con violencia, con muertos, con asaltos, con violencia intrafamiliar y con falta de equidad de género, fuera una realidad normal.
Durante la entrevista Chí se mostraba con euforia, platicando que se dieron cuenta que los vecinos, entre ellos no se conocían, que había una marginación total que de una colonia a otra, te decían, a esa calle yo no voy porque hay puros cholos, puro malandro, puro tecato, porque nosotros somos de fraccionamiento; pero nada más pasando la vía del tren ahí, donde está el parque Hidalgo, te decían lo mismo, aún cuando se dedicaban a lo mismo, aun cuando tenían la misma capacidad económica.
“Del barrio al barrio, detrás de las vías, se le veía de una forma marginal y esto se reflejaba en que no llegaban a ejercer los derechos culturales que tienen como parte de una población y estado, eso propicia que a pesar de tener a unas cuadras la Secretaría de Seguridad Pública, aquí sea tierra de nadie, tierra sin ley, nosotros cuando llegamos aquí se macheteaban junto a nosotros, y nos decían disculpen eh, pero es que me venía a matar, nimosque no lo macheteara.
Muchos talleristas al final dijeron que ya no podían, pues luego se escuchan tantas tragedias cotidianas que ya no puedes, pero luego te levantas y dices si no estamos ahí, también ¿cuánto se pierde?
“Y desgraciadamente una vez alguien me contestó, cuando les exigíamos que apoyaran, para qué, esos chiquillos y esos muchachos ya tiene la suerte marcada, van a acabar de sicarios o de tecatos, si seguimos pensando así nada va a cambiar.
El tejido social estaba totalmente desmembrado, pues los policías, o quien debía cuidarte, llegaban y solamente por tu estigma, porque traes un tatuaje, porque ibas sin camisa ya te levantaban.
Alguna vez, dijo Chi, que por defender a los jóvenes se los quisieron llevar, y la gente, toda la banda, los muchachos y las señoras salieron con palos, piedras y machetes a defender a los maestros de Las canchitas.
“Con el tiempo ya no fue así, con el tiempo ya no sacaban machetes, ni piedras, sino que empezaban artículo 6, artículo 8, nos defiende por (…), los mismos niños, las mismas mamás, los mismos jóvenes, se fueron dado cuenta que el camino no era la violencia.”
Que un niño diga ahora buenos días, buenas tardes, gracias o por favor, ya es un logro.
Se tuvo el caso de alguien que había sido violentado de sexualmente durante muchos años y él pensaba que era normal y que era una forma de afecto, y un día de repente dijo ¡Gracias por hacerme ver que esto, no es normal!
Apuntando al comedor narraba –Vez esos muchachos que están ahí, son jóvenes rehabilitados de El Mezcal que ahorita organizan el torneo de futbol, lo que nosotros queremos es generar ese tipo de esperanza; el muchacho de allá, está estudiando, después de no estudiar; hay un joven en primera división, hay una seleccionada estatal en atletismo y de excelencia educativa, no tienen ninguna maldita diferencia.
Otra situación increíble, fue cuando Víctor me contó que casi al empezar con la intervención, a una niña le levantó la falda un adolescente y le tocó sus partes. Enseguida hablaron con ambos por separado. A la niña le dijeron que nadie tenía derecho a tocarla, y a adolescente que él no podía tocar su cuerpo, porque estás violentando.
La respuesta de la niña, los dejó fríos, pues dijo, está bien, mi novio le dio permiso. Al preguntarle que quién era su novio, ella señaló a un niño como de 10 años, al que le daban dos o tres pesos para que pudieran tocarla.
Al momento de la reconstrucción de este lugar, los arquitectos querían tumbar un mango que está ahí, cuando se les preguntó a los niños dijeron ¡NO!, y los arquitectos no entendían. Pues estos mangos, señala hacía arriba, fueron el único alimento que tenían los niños de aquí, y para ellos el árbol, es casi sagrado.
En entrevista con Carlos Ramírez Vuelvas, Secretario de Cultura del Estado de Colima, detalló que desde el 2015 se ha venido trabajando con diferentes instituciones gubernamentales, con la finalidad de fortalecer esta zona, ya que en 2015 se identificó que existe un corredor de inseguridad que va desde Bosques del Sur, Quinta el Tívoli, El Tívoli y hasta llegar al parque Hidalgo.
Por el cual mujeres, niñas y niños tenían que cruzar para llegar al centro y de ahí tomar un camión.
A partir de febrero de 2016 se gestionó la recuperación de este espacio, de ser una galera abandonada, convertirla en un espacio en donde las personas pudieran convivir, esto crece con la inversión de 12 millones 698 mil 406 pesos.
En conjunto con el Consorcio Internacional Arte y Escuela (ConArte) se llevó capacitación a 60 mediadores y gestores culturales de diferentes instituciones para entrar al polígono de El Tívoli, primero iniciaron en las canchas, en el jardín principal de La Quinta el Tívoli y en las canchas de Bosques del Sur con talleres y actividades culturales.
Con datos de Guerra Pimentel, se narra que este predio fue conocido como los Llanos de Santa Juana, después fue un lugar de recreo llamado Las lomitas, en ese inter el 12 de diciembre de 1908 Porfirio Díaz abre el ferrocarril, con la finalidad de vincular toda la zona productiva del estado desde Manzanillo hasta México, en ese momento esa zona se ve dividida de la mancha urbana de Colima, y se ve amurallada, sin tener una muralla.
Cuando se abre el ferrocarril el terreno pertenece a uno de los hombres más ricos de Colima, Gregorio Álvarez Miranda, en ese tiempo el era presidente municipal de Colima, anteriormente perteneció a Francisco Santa Cruz, ex gobernador de Colima, para después pasar a manos de Ramón Trejo, abuelo de Miguel Trejo Ochoa, cuyo nombre lleva a Clínica del Hospital del ISSTE en Colima.
La zona siempre fue agrícola, la gente que se llegó ahí después de los años 40 y el boom económico que tiene el país, por lo tanto el estado, en cuanto a la compra venta de materia prima, después de la Segunda Guerra Mundial, favorece mucho el crecimiento de población.
A partir de los años 50 fueron los primeros paracaidistas que habitaron ahí, para que después Miguel Trejo lotificara y se comenzaran a vender los terrenos, en los 60, es cuando se empieza a urbanizar el Tívoli, y la gente que llega a vivir ahí son albañiles, carpinteros, electricistas, es decir las personas de oficios.
Pero así como se habla de estas colonia, se habla de muchas más, en donde la violencia ha prevalecido, y de la misma manera la gente se ha auto marginado, poniéndose la camisola de ese estigma social, solo por pertenecer al barrio popular.
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