La tradición mexicana cuenta que el 1 y 2 de noviembre regresan al mundo de los vivos aquellas almas que han dejado este plano para reencontrarse momentáneamente con sus seres queridos. Por esa razón, ja gente ofrenda a sus muertos exquisitos banquetes conformados por los platillos que más les gustaban durante su paso por la vida.
A la fecha, existe un debate sobre el origen de esta celebración; sin embargo, varias voces apuntan a que es una mezcla de la cultura prehispánica y la religión católica. Una de esas voces es el profesor-investigador Patrick Johansson Keraudren, quien por años ha realizado investigaciones sobre la historia de los pueblos indígenas.
Este investigador de la UNAM visitó hace días la Universidad de Colima para impartir uno de los módulos del XXIV Seminario de Cultura Náhuatl. Durante su estancia compartió que, si bien el arraigo del Día de Muertos en los días 1 y 2 de noviembre tiene que ver con fechas cristianas, la forma de realizar la ceremonia es totalmente prehispánica.
“Cuando llegan los españoles traen con ellos la celebración del día primero como el día de Todos los Santos (que corresponde a los niños) y el día dos a los Fieles Difuntos, pero se dan cuenta que el México Prehispánico tiene su propia forma de celebración y que, de intentar erradicarla, los indígenas seguirían haciéndolo de manera clandestina, entonces optaron por negociar”, dijo el investigador en entrevista.
En la cosmovisión indígena, agregó Patrick Johansson, había por lo menos cuatro fechas correspondientes a la celebración de los muertos, que se regía según la forma en la que morían.
“Al Mictlán iban aquellos que morían de muerte natural, de vejez o enfermedades no consagradas; los ahogados, los muertos por un rayo o mordidos por una serpiente irían al Tlalocan; los que morían en la guerra o en un sacrificio humano, se iban con el Sol o la casa de Tonatiuhichan; las mujeres muertas en el parto se iban al Oeste con Cihuatlampa, mientras que a Cinalco iban aquellos a quienes desollaban, los suicidas y los niños que morían antes del destete”, explicó.
Los indígenas, agregó, “daban una casa para aquellos que morían. Para ellos la muerte era algo natural. Sabían que cuando uno llegaba a la vida, su punto final era morir y lo respetaban. Por eso celebraban su paso a una de las casas finales; pero a la llegada de los españoles les dicen que la muerte no es natural, que es resultado de un pecado y se produce un choque de creencias”.
De alguna manera, dijo el investigador, los frailes intentaron erradicar esta forma de pensamiento; sin embargo, se dieron cuenta que, como en otros casos, “los indígenas continuaban conmemorando a sus muertos de acuerdo a su forma de pensamiento, por lo que negociaron. Decían: ‘si tratamos de desbancar sus costumbres, lo van a hacer en la clandestinidad, a nuestras espaldas’”.
Por eso unieron las cuatro celebraciones indígenas en las fechas 1 y 2 de noviembre, pero respetando la forma en que el México Prehispánico celebrara a sus muertos.
Para Patrick Johansson, la perdida de estas fechas prehispánicas no significa una derrota; por lo contrario, las tradiciones del México Prehispánico aún continúan vivas, sobre todo en los pueblos de nuestro país.