Para saciar mi sed
Por: Ivonne Barajas
Mi vecina, profesional de la psicología educativa, me honró en navidades con un libro de su autoría: “Manual interactivo del agradecimiento”; además de dar marco teórico del concepto, sugiere un ejercicio que invita al lector a llevar un diario de la gratitud durante un mes.
Me atrajo la idea pero no comencé el proyecto inmediatamente sino hasta sentirme en mood, como si intuyera que apreciar las bondades, regalos y lecciones del día exigiera una visión particular: el compromiso de abandonar los estados de apatía y ser capaz de refrescar la mirada para descubrir que un agradecimiento se esconde detrás de cada cosa que damos por sentada. Pasaron dos, tres, cuatro meses…en mayo, que es mi mes de cumpleaños, supe que llenar ese diario podía ser un buen auto-regalo. Y aquí estamos.
Mayo 1: Darme tiempo para meditar e integrar las experiencias de un reciente viaje familiar.
Mayo 2: Deseo mantenerme cerca de mi papá; hoy compartimos un helado napolitano, bajo una parota, en la Calzada Galván.
Mayo 3: Energía y vitalidad todo el día; me siento animada y de buen humor.
No voy a proporcionar detalles de la lista, descuiden o disculpen (según sean sus ganas –o no– de saber más). Los días, como es su costumbre, fueron pasando; anotaba –algunas veces con facilidad y otras rebuscando—un hallazgo para agradecer: absorberme en una novela exquisita de Tabucchi, llenar el tanque de gasolina, disfrutar unas pitayas, reencontrarme con mi amiga Anne-Marie, preparar un agua buenísima de tamarindo. Eventos que surgían en medio de (algunos) días de ruido, incendios, estiércol y hartazgo.
Confirmé, lo había descubierto hace mucho, que una gran riqueza en mi vida se basa en incorporar gozo de suaves, sencillas, discretas e inocentes maneras; busco entregarme cada día algo que me proporcione bienestar, paz, coherencia, risa, salud, equilibrio, nutrición, placer; a nivel material, sí, pero sobre todo a nivel intangible. Trato de hacer del gozo un hábito, aunque sin presiones ni imposiciones que darían un descalabro al objetivo estelar.
De este diario de la gratitud varias cosas me llamaron la atención: 7 de mayo, por ejemplo. No encontraba nada glorioso ni medianamente agradable para ingresar: hizo un calor gacho, se me ponchó una llanta del carro y, en consecuencia, cancelé los planes programados para el resto de la tarde. No me alteré en medio de ese bonito día de mierda. No perdí los estribos; de hecho, no perdí ni el buen humor. Mi entrada fue esa: mantenerme tranquila mientras despliego soluciones ante los contratiempos.
Hubo otra dificultad, surgió el día 13. La sombra de una noticia me persiguió como un perro con rabia; apareció en redes sociales la ficha de búsqueda de un desaparecido: Stefano/ 18 años/ tatuaje en el pecho…leí de prisa, saltándome renglones. Vi la foto. Sobresalto: el hijo de una pareja que conocemos. El cerco se está haciendo estrecho. ¿Qué se puede agradecer en un día así? Me sentaba mal forzar una gratitud inocua, pero escribí, con dudas, un agradecimiento amargo, oscuro e imperfecto.