Crónica Sedentaria
Por: Avelino Gómez
La vida cambia con la velocidad de un relámpago. En un momento crees estar bien, y al siguiente el aguijón de la calamidad dice lo contrario: que algo te han arrebatado, que ya no tienes nada. A veces, la ciudad que habitamos se ensombrece: traqueteo de armas, gritos, ulular de sirenas. Y entonces se agrupan las nubes de temores. ¿Pero temor a qué? A perder. Es decir, a perder lo que se ama, a quienes se ama. Así, de repente, como en una ráfaga.
Sentir temor es como oír un grito de alerta, obliga a ponerse en guardia. Pero es un grito incómodo, una turbación que no se desea. ¿Qué hacer con el temor, con este malestar que nos acompaña cuando salimos a la calle? Cargarlo, no hay más, así como se carga un paraguas en días nublados.
Los niños dicen que el miedo se siente en las vísceras, en especial bajo el pecho, justo donde está el corazón. Los adultos, en cambio, creemos que esta víscera —el corazón— codifica el valor o la temeridad. Sentir temor y ser valientes, entonces, tiene un similar registro, un mismo pulso-impulso. Y, conforme a esto, uno actúa para protegerse, o proteger a otros, en ciertas situaciones.
En Colima, durante los últimos meses, la gente habla del temor. Y del nunca resuelto, agravado, tema de la inseguridad. Porque, con todo lo acontecido, hemos perdido vidas, muchas, de forma violenta y sin sentido. Cuesta trabajo dimensionar todo lo perdido, lo que estamos perdiendo. Otra vez, en medio de esta fatal inercia, redescubrimos que quienes representan el poder político son incapaces de ofrecer soluciones.
La justificación y los pretextos de los gobernantes —se percibe— son caras de sus propios miedos: pavor a perder su caparazón de privilegios, los recursos que les permite evadir el riesgo que los demás corren. Porque saben que, sin esta ventaja, son tan vulnerables como todos. Pero la vida cambia con la velocidad de disparos y relámpagos. En un momento creen tenerlo todo, y al siguiente ya no tienen nada.