Manzanillo.- Domingo Maldonado Magallón bien podría pasar como un habitante más de la capital del estado.
Su lento andar y su hablar pausado en nada hacer pensar el calvario que vivió hace exactamente 6 décadas en el puerto de Manzanillo donde padeció en carne propia, en medio de la bahía de Manzanillo, la furia de uno de los ciclones más fuertes de los que se tenga memoria y del cual pocos pueden presumir haber sobrevivido. Ese calvario lo experimentó a bordo del vapor Caribe, uno de tantos navíos que sucumbió en aquella funesta jornada.
Actualmente avecindado sobre la calle Emiliano Zapata de la colonia Magisterial, en la ciudad de Colima, Don Domingo acepta que poco ha hablado del caso y que solo quienes vivieron directamente aquella tragedia –que no son muchos ya- conocieron de la odisea que casi le cuesta la vida.
Entrevistado al respecto Domingo, en voz baja pero completamente entendible, recuerda que estando sin un empleo decidió por pura casualidad visitar Manzanillo a inicios de 1957, para departir cuando menos por algunas horas con familiares, amigos y conocidos.
Estando aquí uno de ellos le comentó que había una plaza vacante de radiotelegrafista a bordo del vapor Caribe.
Maldonado Magallón , originario de un poblado de Michoacán –El Rincón aunque radicado en Colima a los meses de nacido-, también rememoró que siendo apenas un adolescente de 14 años decidió matricularse en una escuela militar donde se enfocó a aprender la radiotelegrafía, oficio que lo acompañó durante su vida en activo.
Una vez que terminó decidió probar suerte en Ciudad Altamirano, Guerrero, al comenzar su segunda década de vida donde encontró rápido acomodo, en una empresa constructora particular, con el aprendizaje que había absorbido en las aulas.
Ahí pasó casi 4 años cuando de repente decidió regresar a su tierra y tomarse algunas semanas sabáticas.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando el destino lo impulsó a Manzanillo donde consiguió el trabajo mencionado que durante poco más de 4 años le brindó satisfacciones y sobre todo la oportunidad de llevar una vida tranquila. El vapor Caribe era un navío carguero que por lo general realizaba operaciones de cabotaje entre los puertos del pacífico mexicano.
Domingo Maldonado, quien con cierto dejo de orgullo nos avisa de que cumplirá 89 años el próximo 21 de diciembre, cita que durante la parte final de octubre la región vivió episodios lluviosos constantes pero que poco después del 22 de octubre se les aviso de la formación de un potencial ciclón en el océano Pacífico mismo que se presentó frente a nuestras costas el martes 27 de octubre de aquel 1959.
Apenas entró la noche en aquella jornada la lluvia y los vientos fueron arreciando sin embargo en El Caribe, anclado en el antiguo muelle fiscal –hoy terminal de Cruceros- solo permanecían 3 elementos de guardia: además del protagonista de esta historia también estaban a bordo un Pilotín que hacía sus prácticas en la nave – quien fungía como Primer Oficial del buque- así como el cocinero.
A los demás, alrededor de 15 elementos, se les concedió permiso de permanecer en tierra
Cuando el oleaje y los vientos se tornaron más violentos el primer oficial a bordo decidió soltar amarras y fondearse en la bahía principal de la ciudad pensando con ello dar mejor resguardo a la nave. Tal decisión marcó el destino de todos ellos Don Domingo señala que entrada la madrugada del miércoles 28 de octubre la situación se hizo insostenible y el vapor Caribe parecía una embarcación de papel a la deriva, en medio de aquel vendaval.
Al filo de las 06:00 horas de aquel día los 3 tripulantes decidieron arrojarse al agua cuando vieron que el colapso de este era inevitable y así cada quien buscar su suerte por sus propios medios. Nunca más los volvió a ver.
Sin ningún punto de referencia, con una visibilidad nula incluso a metros de distancia, el radiotelegrafista solo atinó a nadar y nadar. Totalmente exhausto, casi 3 horas después del naufragio, a la mente de Domingo Maldonado vinieron pensamientos de derrota e incluso admite que por un momento se dejó vencer ante el cúmulo de adversidades.
Por ello decidió dejarse llevar, pero cuando se iba hundiendo le sobrevino el instinto de supervivencia para retomar el nado algunos instantes más; “total ya no se puede perder nada más”, se dijo a sí mismo.
Apenas minutos después sintió tocar algo grande y muy sólido con uno de sus pies, aún calzando unas pesadas botas. Fue la primera señal de que la salvación no estaba tan distante. Otro paso más le permitió entender que había una formación rocosa ante él.
No tardó mucho en percatarse que se encontraba sobre la escollera del Paseo Independencia conocido popularmente por los manzanillenses de ayer como El Rompeolas, el cual se encontraba casi rebasado por la intensa marea y oleaje.
Ahí divisó a unos trabajadores de una grúa a quienes pidió ayuda y estos presurosos acudieron a su auxilio. Domingo se encontraba no solo exhausto por el esfuerzo sobrehumano sino en muy malas condiciones por haber ingerido cantidades industriales de agua de mar y chapopote –el combustible que había derramado en la mar las decenas de embarcaciones siniestradas por el huracán que fue conocido como “Linda”-.
Apenas amainaron los elementos, ya muy entrada la mañana de ese miércoles 28 de octubre comenzaron a instalarse los primeros puestos de socorro a donde acudió Domingo por sentirse mareado y con un insoportable dolor en las entrañas. Ahí los auxiliadores le suministraron medicamento para que depusiera todo lo que había tragado involuntariamente en su odisea.
Así fue la forma cómo sobrevivió a tal tormento que le permite a Domingo Maldonado Magallón, quien tuvo 3 hijos –uno de los cuales murió ya- y que además perdió a su esposa hace casi 12 años, compartirnos esta historia que, admite, es dolorosa pero que le permitió cobrar amplia conciencia sobre el significado y milagro de la vida.
Un episodio que pocos conocen, que pocos sospechan de un muy tranquilo vecino de la colonia Magisterial de Colima, que bien pudiera pasar como uno más pero que es prueba viviente de lo sucedido en la región hace ya 60 años.