DONDE LA LUCHA POR LA IGUALDAD DE GÉNEROS SE EQUIVOCA

Para Pensar
Por: Carlos M. HERNÁNDEZ SUÁREZ

Es probable que esto que escribo sea malinterpretado, pero como dice mi amigo Oscar Picardo al cerrar sus comentarios editoriales en “El Diario de Hoy”, de El Salvador: “Soy responsable de lo que escribo, pero no de cómo lo interprete usted”.

Tengo tres hijos, dos de ellos mujeres, que trabajan en ciencia y tecnología para organismos privados. Es decir, conozco de primera mano las dificultades que enfrentan las mujeres para desarrollarse profesionalmente en estos campos. También debo decir que, en mi vida profesional, los mejores jefes que he tenido han sido mujeres, a quienes les reconozco un talento que solo puedo ver pasar por encima de mi cabeza. No obtengo ningún beneficio por decirlo aquí; es más, ni van a leer esto. Admiro el talento, la inteligencia, el trabajo y los modales de las personas sin importar género, altura, peso, color de piel, origen étnico o preferencias religiosas. Me da igual. Sigo a la gente inteligente como insecto a los faroles.

Desde hace mucho he visto la lucha de las mujeres por reclamar espacios en ámbitos donde antes se les permitía entrar con cuentagotas. Todos somos iguales, es cierto, pero esa frase debe manejarse con cuidado. Una cosa es que todos tengamos los mismos derechos y otra muy distinta es que seamos iguales. La verdad es que no lo somos. Y si lo duda, observe el género de los deportados que bajan de los aviones, esposados o no: la mayoría son hombres. No somos iguales: los hombres no podemos embarazarnos, y las mujeres, en general, no sufren calvicie. Existen diferencias físicas evidentes.

Hice mi doctorado en una universidad que fue la primera en el mundo en otorgar un doctorado en matemáticas a un hombre negro. Algo se te pega en ese ambiente. Ahí aprendí que, en una discusión científica, una colega jamás dirá: “Me dices eso porque soy mujer”. Los argumentos científicos no admiten género.

Recuerdo que, poco antes de regresar a México, la comunidad afroamericana de la universidad reclamó ciertos beneficios al presidente de la institución. Pidieron becas para transporte, y él accedió. Pidieron descuentos en colegiaturas, y también los apoyó. Solicitaron materiales de trabajo, y nuevamente cedió. Pero cuando exigieron la construcción de un edificio exclusivo para estudiantes negros, el presidente se negó rotundamente. Les dijo: “Sus padres y abuelos literalmente murieron luchando por eliminar la segregación racial, aquella en la que los negros tenían baños separados, viajaban en la parte trasera del autobús y no podían entrar a ciertos restaurantes o escuelas. Si yo les otorgo un edificio propio, echaría abajo todo lo que ellos lograron”.

 

La verdadera igualdad se logra con integración, no con separación

 

Se han abierto muchas oportunidades para las mujeres, y eso es positivo. Líderes como Golda Meir, Indira Gandhi, Margaret Thatcher, Michelle Bachelet y Angela Merkel han demostrado capacidad en momentos difíciles. Pero también, tristemente, hemos visto que las mujeres pueden ser tan corruptas o incapaces como los hombres.

Una de las mayores desigualdades que enfrentan las mujeres está en la moda. Basta ver cómo, en general, la ropa femenina es más cara que la masculina. Los hombres tenemos cuatro bolsillos en el pantalón y dos en la camisa, suficientes para llevar lo necesario. Las mujeres no tienen esa opción y deben comprar una bolsa aparte.

Cambios como el uso de la “a”, la “e” o la “x” en el lenguaje son, en el mejor de los casos, paliativos. Han sido presentados como avances, pero en realidad han servido para distraer de problemas estructurales. ¿Quieren verdaderos avances? Luchen para que en una solicitud de empleo no se les pregunte si están embarazadas. Eso sí sería un paso real hacia la equidad.

Hoy en día, una madre soltera cuyo hijo está enfermo no puede faltar al trabajo sin consecuencias económicas, ya que el IMSS solo cubre su ausencia si es ella quien está enferma. Si bien algunos convenios laborales contemplan excepciones, no es la regla, sino la excepción. Cambiar eso tendría un impacto real en la vida de muchas mujeres.

Esa debería ser la prioridad, no el debate sobre la “a”, la “e” o la “x”. El camino hacia la igualdad real no pasa por modificar palabras, sino por transformar estructuras. Mientras nos distraemos con debates simbólicos, los problemas de fondo siguen ahí. ¿Queremos cambio real? Enfoquémonos en lo que realmente importa.