Durante el primer Congreso Regional de Investigación Interinstitucional (CRII) 2021 organizado por investigadores y cuerpos académicos de la Universidad de Colima y el Tecnológico Nacional de México, a través de sus campus Colima y Ciudad Guzmán, la Mtra. Rosario Galván Torres, consultora, investigadora y educadora en sostenibilidad global dictó la conferencia “Diversidad y deleite o desastre: Cultivando decisiones soberanas para la resiliencia alimentaria frente a la crisis climática”.
Para dar un poco de contexto sobre el problema alimentario a nivel global, dijo que la Food and Agriculture Organization (FAO) “realizó un informe en cuanto a seguridad alimentaria y nutrición en el que advierte que en el 2030 habrá treinta millones más de gente pasando hambre respecto a un escenario en el que no hubiéramos enfrentado la COVID”. Además, señaló que en 2020, con relación al 2019, “hubo 148 millones más de personas con carencias de alimento”.
“Éste -agregó- no es un problema que se acrecentó con la pandemia, aunque quizás lo aceleró; sin embargo, ya veníamos con tendencias complejas en un mundo que está lleno de incertidumbres. Antes de la COVID ya existía una tendencia que mostraba constantes conflictos, variaciones climáticas extremas y recesión económica, causando inseguridad alimentaria y mala nutrición”.
Sobre la soberanía alimentaria Rosario Galván señaló que, al hablar de ella, “en las políticas mundiales se refieren al poder que tienen las comunidades, los países y familias de procurarse una alimentación sana. La soberanía, en este caso, es tener la capacidad de decidir y actuar frente a enfermedades de carácter ambiental y social que estamos sufriendo y ser nosotros los vehículos de esos remedios altamente efectivos, de manera que podamos facilitar la devolución de la salud al sistema”.
Realizar dicha soberanía, dijo en esta conferencia virtual, “pareciera ser un ejercicio alquimista, además de requerir disciplina, rigor, capacidad de pensar en la responsabilidad que uno tiene influyendo en los jóvenes, y reflexionar sobre cuál es el margen terapéutico de las acciones que tomamos”.
En cuanto a la resiliencia alimentaria, propuso la mezcla de tres elementos, “que son fundamentales para que ésta se dé: ecosistemas resilientes, comunidades resilientes y economías resilientes”.
En el tema de los ecosistemas resilientes dijo que “hoy en día, al querer resolver los problemas del cambio climático, se están tomando acciones sesgadas sin una visión sistémica total, cuando debemos tomar en cuenta el nexo entre biodiversidad, clima y alimento”. Mencionó también acciones de empresas e innovaciones que están llevando a cabo esfuerzos positivos, como la Fundación Eco- Funge, que apoya a empresas como CRIC de Costa Rica, que industrializa alimentos basados en insectos.
En el caso de comunidades resilientes resaltó la enorme riqueza cultural, lingüística y tradicional de Mesoamérica, “su relación armónica con la tierra, su conocimiento agrícola, el uso de plantas como remedios medicinales y su espiritualidad, elementos que deberían ser retomados por todos para lograr un equilibrio amigable con nuestro entorno”.
Por último, al hablar de economías resilientes dijo: “debemos hablar de agricultura familiar, ya que ésta reducirá la pobreza y mejorará la seguridad alimentaria global. Otro tema a tomar en cuenta es el preocupante desperdicio y pérdida de alimentos, ya que un tercio de la comida para uso humano se pierde o se desperdicia. Para ello se están desarrollando productos y tecnologías que fomenten este tipo de economía. Otra forma de ayudar a la resiliencia económica es mejorando la eficiencia de la agricultura y la pesca”.