Crónica sedentaria
Avelino Gómez
El creciente número de feminicidios en Colima suscita la inevitable y eterna interrogante: ¿Por qué? ¿Por qué en Colima, un estado tan pequeño y con (según el oficialismo) mejores índices de bienestar en relación con otras entidades, los crímenes violentos suceden con una frecuencia terrible?
El más reciente caso del feminicidio ocurrido en la comunidad de Suchitlán, en el municipio de Comala, indigna dolorosamente porque parece ser el mismo crimen, cometido una y otra vez, a perpetuidad. Los nombres de la víctima y el victimario cambian, pero es como un siniestro bucle temporal en el que la fatalidad recae siempre en una mujer.
Con el panorama de inseguridad colmando todo el espectro social, a uno le da por pensar que la realidad colimense es agresiva con las mujeres. Está tan normalizada la violencia, que no la vemos en su toda su ruda dimensión. Somos indolentes ante las múltiples problemáticas que enfrenta una mujer sólo por desempeñar su propio rol en nuestra comunidad.
Puede ser desconcertante pensar de este modo, pero los hechos de sangre donde la víctima es una mujer parecen estar escritos antes de que sucedan. Los mismos antecedentes y situaciones: a)La víctima denuncia abuso y agresión por parte de su pareja. b)Las autoridades toman nota o archivan la denuncia. c)No hay acciones de las instancias correspondiente para prevenir algo que será inevitable. d)El desenlace: la muerte de la denunciante a quien las autoridades ni las instancias de apoyo supieron atender (quizá porque no hay coordinación interinstitucional).
Es lugar común decir que la realidad supera la ficción. En Colima, con esta violencia, ambas cosas se han emparejado. Ya en el 2013, por ejemplo, la periodista y escritora colimense Glenda Libier Madrigal publicaba una novela cuya historia gira en torno a la violencia de género y las problemáticas de las mujeres en la comunidad de Suchitlán. La novela se titula “Paloma, por algo pasan las cosas” (Puertabierta Editores). Allí, la autora cuenta una compleja y muy local historia de violencia, pero de refilón también retrata la sociedad colimense, con sus valores y sus desvalorizaciones. El machismo, los vicios, el abuso a la mujer, los prejuicios, la doble moral; toda estas dinámicas sociales que nos resistimos a ver y que, por momentos, pasan desapercibidas o son negadas.
Aunque la novela de Glenda Libier Madrigal es ficción, está sustentada en hechos concretos e, incluso, en investigaciones sobre la realidad que viven las mujeres colimenses, tanto de comunidades rurales como urbanas.
Desconcierta pensar, insisto, que la violencia cotidiana en Colima ya está escrita, y que sucede o sucederá inevitablemente. No me refiero a que esté escrita en papel, sino que se puede leer en nuestras conductas y modos de pensar. Proclamamos con orgullo —colimotes al fin— nuestros valores y costumbres, pero nunca hablamos de nuestros vicios y prejuicios insertos en eso mismo que nos enorgullece.
Otra vez a pedir justicia por una mujer asesinada. Una víctima más que representa los muchos nombres de mujeres en casos similares. Y una vez más a pedir acciones, programas y políticas que prevengan, o combatan, lo que está sucediendo. Y otra vez, caray, las instancias gubernamentales simularán que hacen algo.
Y el temor de que ocurra un nuevo feminicidio, tal cual como ya sucedió, seguirá latente. ¿Por qué? Si ya sabemos algo, algo sabemos. Y también sabemos que, como dijera Glenda Libier, por algo pasan las cosas. Algo hay que no entendemos o no atendemos. Habría que dialogar, mucho, sobre el papel, desempeño y dirección de los mecanismo y dependencias de gobierno creadas para atender las muchas situaciones a las que se enfrentan nuestras mujeres.
¿Por qué permitir que, otra vez, suceda la muerte de una de ellas?