ESPUMA DE MAR
Por: Mariana Lizzet PÉREZ OCHOA
El hiyab forma parte del código de vestimenta femenino islámico. Es el velo que cubre la cabeza y el pecho de las mujeres que practican la religión musulmana. El tamaño, color y forma de colocarse el hiyab dependen de las costumbres de cada comunidad, país y hasta de la intención de quien lo lleva.
Para algunas personas, el hiyab representa opresión patriarcal, mientras que para otras es el símbolo por excelencia de la identidad islámica. El tema del hiyab se ha convertido en un debate clave dentro de la teoría feminista contemporánea. Desde una perspectiva occidental y feminista parcial, el hiyab se ve como una opresión hacia las mujeres y un mandato patriarcal que limita su derecho al control sobre su propio cuerpo.
El sesgado discurso occidental sostiene que el Islam es el culpable de la opresión hacia las mujeres y que la única manera de detenerlo es abandonar por completo la religión. Este pensamiento se intensificó tras la gran ola de islamofobia desatada después del 11 de septiembre en los Estados Unidos.
Para muchas mujeres musulmanas feministas, usar el hijab representa el deseo de ser fieles a sus orígenes y distinguirse como miembros de su comunidad, incluso viviendo en países occidentales. Las mujeres que defienden el hijab y se alejan de las creencias occidentales lo utilizan como una forma de protesta que rechaza la globalización cultural impuesta en los países musulmanes; es decir, en este contexto, el hijab se convierte en una herramienta de rebeldía contra el colonialismo.
Es incorrecto y discriminatorio asumir el estereotipo de que las mujeres musulmanas que usan hijabs u otras prendas alternativas son sumisas, ciegas e incapaces de defenderse. En los últimos años, ha surgido un movimiento entre los musulmanes en defensa del uso libre del hijab (en contraste con las prohibiciones legales en países como Francia o los Países Bajos).
Desde esta perspectiva, se promueve la idea de que solo un feminismo secular, blanco y de origen occidental es capaz de proporcionar las herramientas necesarias para la liberación y el empoderamiento de estas mujeres.
Existen muchas posiciones pro-hijab que debemos considerar e informarnos antes de emitir juicios desde nuestra visión occidental. Como la siguente frase que, sin duda, me hizo reflexionar al respecto: “En un mundo donde el valor de una mujer se reduce con frecuencia a su atractivo sexual, ¿qué podría ser más empoderador que rechazar esa noción?” (Lamrabet, 2014).
Por ello, no debemos olvidar que la verdadera lucha de estas mujeres es que se respeten sus derechos y su libertad de elegir; que puedan decidir libremente si quieren usar o no usar las prendas que deseen. Usar un hijab no debería relacionarse automáticamente con formar parte de una cultura machista, de la misma forma que usar un bikini no significa que estemos completamente libres de una sociedad construida sobre fundamentos patriarcales.
La discriminación y el prejuicio, tanto en Occidente como en los países donde se obliga a las mujeres a usar el hijab, deben ser combatidos. El objetivo final debe ser garantizar que las mujeres tengan libertad para elegir, sin importar el contexto social, político o religioso en el que se encuentren.
Debemos despojarnos de nuestros prejuicios y de las ideas simplistas que reducen el uso del hijab a una única interpretación. El verdadero problema no reside en el hijab mismo, sino en la imposición de usarlo o no usarlo, así como en las consecuencias extremas que las mujeres enfrentan al desafiar tales imposiciones.
Es crucial reflexionar sobre la libertad de elección y cómo cada mujer debe poder decidir qué significa para ella el hijab: un símbolo de identidad, de fe, una declaración política o una elección personal.
Finalmente, el caso de Irán y la imposición de leyes extremas Sharías, son una llamada urgente a la solidaridad internacional para garantizar los derechos humanos de las mujeres. Al mismo tiempo, la discriminación en países occidentales contra mujeres que eligen usar el hijab también debe ser denunciada, ya que atenta contra los mismos principios de libertad y autonomía o la expresión de su identidad y religión. El objetivo central debe ser siempre defender el derecho de las mujeres a decidir libremente, sin miedo a represalias, coerción o discriminación.