EL MAXIMATO

EN MI HUMILDE OPINIÓN
Por: Noé GUERRA PIMENTEL

Muchos apuntaban a que el probable autor intelectual del asesinato de Obregón era el entonces presidente Plutarco Elías Calles, no era para menos, la sombra de la conspiración cubrió la geografía nacional, el clero o sus fanáticos, los militares, políticos resentidos, etc., no obstante, el indiciado mantuvo la unidad con la creación de un partido político que aglutinaría a todas las fuerzas políticas y los intereses de los llamados revolucionarios.
Fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el cual, después sería en 1938, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) el que devendría en el PRI, que conocemos y al que desde su origen Calles le impuso los colores de la bandera mexicana.

Después del asesinato de Obregón, Calles no buscó continuar como presidente, pero sí con el poder; y para empezar designó al interino, Emilio Portes Gil, quien lanzó la convocatoria para la inmediata elección. A partir de este momento, el que tuviera aspiraciones políticas tendría que pasar por el visto bueno del “Jefe Máximo,” don Plutarco, quien había olvidado lo negativo que era concentrar el poder en un solo hombre; ahora él manejaba a todos, desde el presidente hasta los gobernadores, legisladores y presidentes municipales, sentado en el olimpo de su sabiduría. Toda la clase política hacía antesala en la colonia Anzúres de la Ciudad de México o en su rancho de Cuernavaca.

En ese tiempo la voz popular acuñó una frase que describía la política a la mexicana: “Aquí vive el presidente, pero el que manda es el de enfrente.” Tanta fue la sumisión de los siguientes presidentes que José Vasconcelos, político e intelectual que luchó desde la oposición, llamó peleles a Portes Gil, Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, estos dos últimos candidatos que llegaron a la presidencia mediante fraude; sí, la primera elección en la historia del partido oficial se ganó con fraude, el segundo presidente fue Pascual Ortiz Rubio, quien cuando recibía una propuesta o acuerdo le preguntaba al ministro correspondiente: ¿ya lo consultó usted con el señor general -Calles-?

El tercer presidente, Abelardo L. Rodríguez, traía muy malos antecedentes, uno de ellos era que traficaba con alcohol a los Estados Unidos, él era uno de los principales suministradores clandestinos, y no solo eso, también regenteador de casinos y prostíbulos en ambos lados de la frontera. Abelardo L. Rodríguez, de acuerdo con Calles solo se dedicó a hacerla de gerente del país, mientras que las decisiones eran de Plutarco. Estos 3 personajes presidieron a la nación sin ejercer el mando, de 1928 a 1934, todos sometidos al llamado Jefe Máximo. Pero ¿quién terminó con el Maximato? Lo hizo otro, también designado por Calles, un militar llamado Lázaro Cárdenas del Río a quien Calles públicamente demeritaba llamándole “chamaco”.

Por su actitud, muchos suponían que Cárdenas sería otro presidente sometido a la voluntad de Elías Calles, al final no fue así. Al principio todo se veía tranquilo, incluso el presidente Cárdenas colocó en el gabinete, solo a personas afines a Calles. En silencio, Cárdenas creó, en oposición a la CROM y al poderoso Luis N. Morones, la Confederación de Trabajadores de México (CTM), encabezada por Vicente Lombardo Toledano, con lo que tuvo de su parte a la mayoría de los obreros. Cuando Calles criticó las políticas sindicales de Cárdenas, Lázaro aprovechó para hacer renunciar a todo el gabinete impuesto por Calles. Cárdenas le echó encima a los obreros.

Hasta que el 9 de abril de 1936, el general Rafael Navarro Cortina, comandante de las fuerzas militares del Distrito Federal, acudió a la residencia de Plutarco a notificarle su inmediata salida del país. Calles, postrado en cama, convalecía de una fuerte gripe. Don Plutarco salió aún en pijama preguntando el motivo, a lo que el militar respondió, “solo soy un soldado y obedezco órdenes.”

Sin oponer resistencia a las 6:30 h., del 10 de abril de 1936, Calles fue llevado al aeropuerto. Ese mismo día Cárdenas dio el anuncio asumiendo toda la responsabilidad del hecho. Intentar perpetuarse en el poder, la historia lo consigna, nunca ha tenido un final ya no digamos feliz, ni siquiera decoroso. Al tiempo.